Hace ahora un año, el periodista norteamericano Nicolas J. S. Davis se preguntaba si en 2018 la paz iba a tener más oportunidades en el mundo. Hoy es una ocasión tan buena como cualquier otra para plantearse esa cuestión y no es difícil constatar que la situación internacional ha ido a peor, pues se han agravado los conflictos y han surgido algunos nuevos. Crece el gasto militar en todas partes, a la vez que aumenta la letalidad y versatilidad de los sistemas de armamento. Los presupuestos para "defensa" rondan en algunos países el 10 % de su PNB (es el caso de Arabia o de EE.UU.) y se suman a la carrera de armamentos países que hasta hace poco se distinguían por su moderación en este aspecto; es el caso de Japón, que piensa dotarse de portaaviones ?nunca los ha tenido? y aumentar el número de cazas para dotarlos.
Pero, como le dijo una vez Madelaine Albright, Secretaria de Estado con Clinton, al general Colin Powell: "¿De qué sirve tener un ejército tan poderoso si no se usa?". Y aquí entran en acción unas nociones alarmantes sobre la paz y la seguridad internacional, que creíamos hace tiempo superadas. Con el simplismo que le caracteriza, Trump las sintetiza en la idea de "preservar la paz a través de la fuerza", algo que nos recuerda el lenguaje de los primeros ochenta, cuando Ronald Reagan quería combatir al "imperio del mal" ?la URSS? emplazando misiles de alcance medio en Europa y sistemas de alerta y respuesta en el espacio (la stars war).
Pero en los ochenta, la carrera hacia el holocausto nuclear se frenó gracias a una serie de tratados entre EE.UU. y la URSS que ahora empiezan a verse en entredicho. Bueno, también influyó un importante movimiento ciudadano de corte pacifista en varios países occidentales (entre ellos España, inmersa en el debate sobre el ingreso en la OTAN). Pero ahora la situación es distinta. Y peor. Hace poco, Trump ha anunciado que rescindirá el Tratado sobre control de armas nucleares de corto y medio alcance, alegado que Rusia lo está incumpliendo. Putin no ha tardado en negarlo, aunque, por otro lado, presume de nuevos tipos de misiles, más rápidos e indetectables. Sin más, está servida una nueva Guerra fría y lo peor es que el Tratado sobre armas estratégicas, que vence en 2021, no parece que tenga mejores perspectivas de continuidad.
Parecía demostrada la inutilidad de un concepto que asocia seguridad con armamentismo y desprecio a las normas internacionales y al multilateralismo. Después de 17 años de presencia en Afganistán el gobierno apoyado por EE.UU. controla menos territorio que nunca, aunque, según Davis, ha habido 2,4 millones de muertos, la inmensa mayoría civiles. En Irak, con 1,2 millones de víctimas y 16 años de guerra, la situación no es mejor, por no hablar de Siria o Yemen, donde ni siquiera las organizaciones humanitarias o los hospitales se salvan de las bombas y ni siquiera hay un censo fiable de víctimas, que, en todo caso, se cuentan por cientos de miles. La otra cara de la moneda es que, desde el acceso de Trump al gobierno, las empresas de "defensa" han aumentado un 27 % su cotización en bolsa. Y no faltan los Cheney, Rumsfeld o Morenés, es decir, los grandes lobistas del complejo militar industrial a los que se encomienda la gestión del ejército.
Por desgracia, aquí los problemas y preocupaciones derivados de la crisis económica y los rifirrafes políticos internos oscurecen o alejan lo que pasa fuera de las fronteras, a no ser que alguna catástrofe nos lo ponga delante de las narices en el telediario. Y, con la falta de interés, viene la desmovilización: sólo las ONGs actúan para paliar esas situaciones y nadie sale a la calle como en otras épocas para denunciar las agresiones de unos países a otros o las masacres de poblaciones civiles.
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