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Los extremos se magrean
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Los extremos se magrean

Actualizado 24/12/2018
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Europa es plural y diversa. Fruto de mestizajes históricos y olvidados. Más o menos como la misma España, también heterogénea y fruto de insondables mezclas genéticas. Pero la memoria es frágil y la irracionalidad fácil de remover por sujetos sin escrúpulos y de miras egoístas y mediocres, envueltas tantas veces en paños coloridos por tintas multicolores.

El miedo a la diferencia puede ser manipulado incluso en las sociedades más cultas, que pueden cerrarse en sí mismas para protegerse de peligros sospechados o de amenazas inventadas. En los países ricos y en los que se reparten la miseria. Basta atizar un poco la colmena para que se alteren los enjambres que, de manera ciega, se alinean tras su líderes, tan discutibles, tan ciegos para el bien común como profusos en su abuso.

Tantas veces las posiciones intermedias, que procuran ser sensatas y racionales, se han visto atropelladas por los aspavientos contagiosos de los que ocupan los extremos, y de aquellos que los imitan. Empiezan siempre algunas minorías, interesadas en objetivos aviesos, y pretenden hacerse acreedores de sus rentas aquellos que parecían más moderados, pero que son igual de miopes.

De este modo tenemos que detrás de una tela pintada se colocan en estudiada formación los radicales, se esgrimen amenazas y se arrincona a los que procuran defender los costosos avances de la civilización, cuya fortaleza tiene límites y su desesperación aflora ante el furor de los vientos contrarios.

Un antiguo e ilustre paisano mío, destacado por sus esfuerzos de acercamiento de culturas y de religiones, murió según se cuenta apedreado por el odio de los fanáticos en las viejas y ariscas costas mediterráneas, por donde ahora huyen de otras indigencias niños, mujeres y hombres en busca de cualquier cosa mejor que la que hasta entonces sufrían.

Ante las incertezas del futuro, no menguan los egoísmos, tampoco aquellos que utilizan la solidaridad como servidumbre de paso, se exaltan los proteccionismos y se aumentan los muros, para encerrarnos en la engañosa tranquilidad de los homogéneos, entre las murallas coronadas de espinas, también para celebrar la Navidad.

Quizás sea inevitable, tal vez sea consecuencia de la incógnita voluntad de quien sostiene el péndulo del tiempo, pero nuestra tozudez no debería permitirnos caer en la trampa, para conseguir que sean tangibles los aventurados espejismos que, en algún momento de la historia, consiguieron construir los atrevidos en torno a la dignidad del ser humano y el respeto a lo que no es tan ajeno como algunos nos quieren hacer ver. Por nuestro bien y por el de todos.

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