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Francia: cuanto peor, peor
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Francia: cuanto peor, peor

Actualizado 14/12/2018
Enrique Arias Vega

En Francia, preludiando a lo que puede suceder en otros países, la insurrección callejera ha ganado el pulso a las instituciones: Presidencia, Ejecutivo y Asamblea Nacional.

La petición de la calle, resumida, es simple: menos impuestos y más gastos sociales. La gente quiere vivir mejor, aunque no sabe cómo, y echa la culpa a un Gobierno "de ricos", en un país muy centralizado, jerarquizado y subvencionado, con capacidad nuclear pero con una industria obsoleta y una agricultura que por sí misma hace décadas que dejó de ser competitiva. Es decir, que ya vive por encima de sus posibilidades.

¿Puede seguir haciéndolo? ¿Puede, incluso, mejorar el bienestar general de sus ciudadanos, como predican con violencia los chalecos amarillos, sin hacer sacrificios y reformas previas?

Difícil me lo ponen. Desde el atentado islamista contra la revista satírica Charlie Hebdo hace cuatro años, Francia no ha levantado cabeza. Claro que el problema viene de lejos: de los sucesivos Gobiernos de Mitterrand y Chirac, en los que la corrupción alcanzó cotas tan altas que la situación actual viene a ser de una honestidad angélica. Y eso, como siempre, amortiguado por subvenciones, concesiones laborales y derechos sindicales en contra de la productividad y competitividad de los productos franceses.

Una anécdota personal de hace ya treinta años. Cuando era director de El Periódico de Catalunya, visité los diarios regionales franceses más importantes. Tras hablar con mi colega de L'Est Républicaine, de Nancy, éste dijo a sus redactores: "No pregunten a nuestro visitante por temas de tecnología ya que nos dan mil vueltas a nosotros". En efecto: mientras en España habíamos efectuado la renovación tecnológica completa, en Francia los obreros de las linotipias aún tenían que reescribir los textos hechos por los periodistas en ordenador para conservar así sus privilegiados puestos de trabajo.

Francia es, pues, un país venido a menos al que las protestas contradictorias de la calle aún pueden hacer caer más bajo. Si se suma a ese cóctel, el auge del radicalismo islamista y las viscerales reacciones extremistas de derecha e izquierda, el resultado puede ser de una catástrofe sin paliativos.

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