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Por los derechos y la dignidad
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Por los derechos y la dignidad

Actualizado 12/12/2018
Juan Antonio Mateos Pérez

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 1 "E

Cada 10 de diciembre se conmemora el Día de los Derechos Humanos, ya que fue en ese día cuando la Declaración fue aprobada hace 70 años. Elaborada por representantes de todas las regiones del mundo con diferentes antecedentes jurídicos y culturales, la Declaración fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, como un ideal común para todos los pueblos y naciones.

El documento proclamó los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición. Es el documento posiblemente más traducido en mundo y está disponible en más de 500 idiomas. Gracias a este documento que este lunes ha cumplido 70 años y, al compromiso de los Estados con sus principios ha supuesto que la dignidad de millones de personas ha mejorado, y se han sentado las bases de un mundo más justo y más humano. En nuestra vida cotidiana, podemos tomar medidas y participar para defender aquellos derechos que nos protegen a todos y así fomentar la unión de todos los seres humanos.

En su preámbulo: Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana (?) Proclama la presente Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.

Yo tengo derechos. Todos tenemos derechos, pero pensando en estos 70 años, podemos repasar la realidad todavía muy alejada de ese ideal que tenemos que conseguir. Ahí están las diferentes guerras abiertas, vidas truncadas, campos de refugiados, matanzas de civiles, niños sin hogar, etc. Y nosotros alumbrando la cotidianidad de nuestras ciudades con mil luces en una navidad consumista, vanidad de vanidades, que nos adormecen todavía más.

Desde la perplejidad, vemos cada día los saltos sobre las cuchillas de la valla que rodea Melilla o Ceuta, cientos de muertos en el mediterráneo, Centros de Internamiento que no cumplen con los mínimos de dignidad, por no hablar de los apaleamientos a los dos lados de la frontera. Ahí está, la pobreza, desigualdad y la exclusión de colectivos de mujeres en el trabajo, en la explotación sexual. También, discursos racistas y xenófobos de políticos y de muchas personas de nuestra sociedad, el avance de partidos extremistas. Todo esto hace que sea más necesario la denuncia y la defensa de los derechos frente a los abusos y la vulneración.

Qué decir de los escrúpulos teóricos y prácticos para llegar a un acuerdo sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos. La defensa de los derechos humanos será siempre algo pendiente para todos, una cuenta inacabada. Vemos cada día que los derechos más básicos no se cumplen y que se atenta contra la dignidad humana, sin darnos cuenta de que los derechos están en el corazón de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Los derechos humanos están impulsados ​​por el progreso en todos los Objetivos Mundiales y viceversa.

Toda esta situación nos mueve a una reflexión sobre los derechos humanos y su hegemonía global. Parece que estamos asistiendo a una fragilidad de los derechos, que están siendo utilizados para reproducir este orden o desorden del neoliberalismo reinante y operante. La mayor parte de la población no constituye el sujeto de los derechos humanos, más bien el objeto de los discursos sobre los derechos humanos. Quisiera recordar la ya conocida afirmación de Hannah Arendt, el "derecho a tener derechos". A los seres humanos se les reconoce el derecho a tener derechos si son ciudadanos de ciertos Estados, los más privilegiados del mundo, solo una minoría parece tener derechos y ese derecho se le sigue negando gran parte de la humanidad. Parece como si los derechos fuera cosa solamente de los ricos y privilegiados del mundo. En ausencia de dignidad humana no podemos impulsar el desarrollo.

Los derechos humanos son un desafío a la seguridad del sistema y a la estabilidad del mercado. Como no denunciar la hipocresía, cuando las naciones que dominan el juego transaccional, que imponen ajustes estructurales a los países más empobrecidos. Denunciar que muchas de esas medidas de ajuste, que llaman al desarrollo, son reducciones drásticas en educación primaria, cuidado de la salud básica, abolición de los subsidios alimenticios, liquidación de la fuerza laboral, reducción drástica de salarios, podríamos seguir.

El movimiento por los derechos humanos ha logrado grandes avances en las últimas siete décadas, a pesar de que los abusos aún ocurren con regularidad. El aniversario de la Declaración es una oportunidad para celebrar los éxitos y volver a comprometernos con los principios esbozados en los 30 Artículos de la Declaración. Pero también para avanzar en ellos, es necesario introducir toda una nueva generación de derechos, los derechos sociales. Son los derechos humanos relativos a las condiciones sociales y económicas básicas necesarias para una vida en dignidad y libertad, y hablan de cuestiones tan básicas como el trabajo, la seguridad social, la salud, la educación, la alimentación, el agua, la vivienda, un medio ambiente adecuado y la cultura.

Estos deben tener el mismo estatuto que los derechos fundamentales y son imprescindibles en nuestro mundo globalizado, ya que no se cumple la ley para los colectivos más desprotegidos y excluidos por alguna circunstancia social o política: indígenas, niños, afrodescendientes, mujeres, personas con alguna discapacidad y otros grupos minoritarios.

La base de cualquier derecho está en la intersubjetividad de una "ética compasiva". La compasión es un movimiento intersubjetivo que parte del caído y que fecunda al que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de los hombres. Pero por otro, hay otro movimiento, el que viene del otro al yo.

Aunque la compasión es un sentimiento particular, el otro no es un mero objeto doliente, sino alguien digno de compasión, desde aquí se abre a la universalidad. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad deberá ser el medio para eliminar las barreras. Así la actuación política deberá tener en cuenta estas dimensiones, como la dignidad y la solidaridad.

El que se solidariza tiene que tener en cuenta que su propia dignidad depende del otro, que tiene una deuda con la víctima. El reconocimiento deberá ser mutuo, pero no equivalente, la intersubjetividad es asimétrica y deberá priorizar a los más necesitados. Después del desastre de Auschwitz, es necesario cuestionar los límites territoriales, el concepto de nacionalismo, la ciudadanía como sangre y tierra, y en definitiva pensar globalmente la política y el derecho. Solo se puede obtener la verdad cuando se escriba la historia de todos los pueblos, de todos los nombres.

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