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La luz de la memoria, Luis González de la Huebra, tradición y modernidad
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HISTORIA DEL COMERCIO SALMANTINO

La luz de la memoria, Luis González de la Huebra, tradición y modernidad

Actualizado 09/12/2018

Curioso e infatigable, este emprendedor salmantino del siglo XIX sintió pronto el deseo de acercar a la pacata Salamanca lo más insólito y diferente que asombraba a Europa en las Exposiciones Universales

En la tienda de los Huebra hay una luz especial que ilumina muebles, objetos decorativos, colores amables con los que habitar la vida; luz que acaricia la suavidad de la madera, la delicadeza de la porcelana, la originalidad con la que cuelgan del techo, entre las lámparas, los móviles que evocan sistemas planetarios. Tiempo detenido a través del cristal cortado, instante amable y hospitalario que recibe al visitante entre paredes blancas, exquisitas molduras, el suelo como un prodigio geométrico de hexágonos de colores: "Son baldosas hidráulicas ?nos cuenta Eduardo de la Huebra- antes se ponían de una en una. Este suelo se instaló en los años treinta, y ahí, en la bodega, hubo durante la guerra un refugio contra las bombas".

A nuestros pies, la reja negra anuncia profundas oscuridades, sin embargo, en el segundo piso de la tienda, un suelo de hierro y cristal nos recuerda que este edificio fue siempre un espacio adelantado a su tiempo. Fueron dos casas donde los primeros Huebra, valiéndose del trueque, abastecían al público de muebles, artículos de ferretería y quincalla. Un comercio, el más antiguo de la ciudad, que servía a las gentes de los pueblos y a los citadinos de una Salamanca que empezaba a despertar a la modernidad y que tuvo en la persona de Luis González de la Huebra a su más atrevido valedor una vez que se retiró su padre del negocio y el edificio de la calle San Pablo, diseñado por el arquitecto José Secall y Asión en 1871, mostró todo su señorío.

Huebra era un visionario capaz de llenar su tienda de cajas de perfume, muebles de bambú y proponer llevar la luz eléctrica al Casino

Hijo del comercio salmantino, nacido en 1855, Luis González de la Huebra, curioso e infatigable, sintió pronto el deseo de acercar a la pacata Salamanca lo más insólito y diferente que asombraba a Europa en las Exposiciones Universales. Iluminado por la idea de la modernidad, convirtió el negocio familiar en una tienda, 'Los Grandes Almacenes de Novedades', abierta en 1878, donde lo mismo servía a la gente del campo lo más elemental para su vida cotidiana ?platos, palanganas, útiles de labranza- que a la gente adinerada muebles, perfumes, ropa y adelantos que la burguesía salmantina comentaba ávidamente en la recién creada Sociedad de Recreo que, en 1861, se convertiría en el Casino de Salamanca.

Una Salamanca también campesina y laboriosa que venía a las ferias de ganado del Arrabal del Puente, entraba a la ciudad y recalaba en Huebra y Fausto Oria para surtirse y regresar, el carro cargado, a los pueblos de la provincia. Trayecto que evoca mi madre, que aún recuerda la reverencia con la que se pronunciaba el nombre de los comercios "de toda la vida", la misma con la que los burgueses se referían a los adelantos técnicos traídos por un Luis González de la Huebra siempre dispuesto a la propuesta novedosa, a la luz eléctrica, a la pianola, al material fotográfico, así como a los muebles más exóticos traídos de las lejanas tierras de China o Filipinas para el disfrute de las casas de los señores. Gloriosa modernidad.

Los retratos de la época, las placas de Gombau y las del propio Huebra, fotógrafo él mismo además de vendedor de cámaras, nos devuelven a un dandy cosmopolita atildado y elegante, viajero infatigable en su mocedad que mantenía una nutrida correspondencia con sus proveedores europeos y de ultramar. Documentos que guardan sus nietos cuidadosamente, memoria de una ciudad comercial que bullía en torno a la Plaza Mayor y que respondía a los nuevos gustos de la modernidad. Huebra era un visionario capaz de llenar su tienda de cajas de perfume, muebles de bambú, diseños audaces, propuestas tan peregrinas como llevar la luz eléctrica al Casino o transmitir su gusto art déco a los clientes a los que vendía papel pintado. El suyo era un afán de progreso y belleza en tiempos en los que la sociedad despertaba poco a poco de un atraso secular. Los hombres que hicieron el siglo ?Vicente Maculet, Pérez Moneo, Casimiro Mirat, Bomatí, Carlos Luna, Miguel de Lis- tenían en Salamanca ese afán de aires nuevos, de ecos de otras lenguas, de luz más allá de la lámpara de aceite y el candil de carburo. Fiat lux.

Esa misma luz que ha iluminado la amistad entre el catedrático de electrotecnia de la Universidad de Salamanca Eladio Sanz y Eduardo, el nieto de Don Luis. Porque fue suyo el primer intento de traer la electricidad a Salamanca, antes incluso de que lo consiguiera Carlos Luna, a quien el profesor Eladio Sanz ha dedicado un imprescindible estudio para entender la modernidad en Salamanca. Amigos y compañeros de tertulia en el Casino, Huebra dotaría de muebles y objetos de decoración las casas de los Luna ya que Inés Terrero solo confiaba en él para el ajuar de su casa de Madrid, amueblada en 1898 según el testimonio de Salvador LLopis y las facturas contables: En Salamanca, Huebra le ha ofrecido alfombras, telas bordadas para sillas y sofás, camas de madera blanca muy fina y otros muebles muy a propósito para la alcoba de la hija. Una hija Inés Luna, que trasladará la casa de Madrid al sueño modernista de su Cuartón de Traguntía. Espejos de una modernidad que, sin embargo, no sería lo que fascinara a María Sánchez Rodríguez, la señorita bejarana que se casó con Huebra, quien abominó de París en su viaje de bodas.

A la manera del Ensanche barcelonés, los ricos salmantinos construyen sus palacetes en las afueras de la ciudad, junto a La Alamedilla

Huebra fotografía a su mujer en la galería llena de plantas de su casa familiar bejarana. Galerías de luz, galerías del alma, mirador de los balcones de Salamanca. Luz que ilumina el edificio de la calle San Pablo que el marido reforma convirtiendo el último piso en una galería machadiana, la llena de muebles modernistas, se retrata en ella jugando con la perspectiva de sus espejos, recibe a sus amigos, inunda su ambiente doméstico de los objetos exóticos y modernos que venderá en su tienda? objetos que no solo acabarán en los hogares pudientes de la gente adinerada de Salamanca, sino que abastecerán los futuros espacios públicos de la ciudad: cafés, tiendas, hospitales, colegios? La contabilidad de los Almacenes de los Huebra, 'Artículos de París, Londres, Berlín y Viena', rezaba la propaganda de la época, es la historia viva de una Salamanca que, lentamente, entra en el devenir de un siglo que acelera su estilo de vida: la ciudad crece, los viajes en ferrocarril se acrecientan, se tienden puentes, se levantan casas insólitas como la de Miguel de Lis y cosos taurinos con hechuras de hierro y ladrillo. Fuertemente ligado al desarrollo de la ciudad, Luis González de la Huebra asiste a las obras de construcción de La Glorieta proyectada por Joaquín de Vargas, el arquitecto de la Casa Lis, sigue fotografiando al paisaje y al paisanaje charros y se embarca, siempre atrevido, en el desarrollo urbanístico de la ciudad comprando un terreno junto al Paseo de la Estación donde establecer un negocio de venta de semillas y flores.

A la manera del Ensanche barcelonés, los ricos salmantinos construyen sus palacetes en las afueras de la ciudad, junto a La Alamedilla boscosa que nos recuerda la vocación de campo de una Salamanca que no es aún Europa. Los gustos están cambiando pero las mujeres no siembran jardines exquisitos. Villa Teresa, el proyecto paisajístico de Huebra fracasa y se vende el terreno, un terreno que yo aún recuerdo, piedra y ladrillo su verja en pleno abandono, que guardaba, semiderruida, una casita de jardín de estilo alemán. Memoria de niña precoz que pasaba, para ir al colegio, junto al que fuera sueño botánico de Luis Huebra, convertido en un solar abandonado donde luego se construirá el Centro de Salud de La Alamedilla. Son los guiños de la memoria y las casualidades de una ciudad pequeña. Y como los negocios y la casualidad en Salamanca son cosa de familia, José Manuel y Eduardo (junto con Ignacio, que está en el almacén de la Plaza de San Justo), son los tres hermanos que llevan el negocio. Los dos primeros nos muestran una caricatura dedicada a su padre Rafael, hecha por el descendiente de Secall, el arquitecto del abuelo. Dibujante hábil en las páginas de El Adelanto, firmaba Secall como 'Laca' y sus retratos se acompañaban de unos ripios que se hicieron tan famosos que se publicaron como libro en 1958 con el título de Siluetas conocidas: En la industria del mueble/ con gran cartel/vive, trabaja y triunfa/Don Rafael/ Y es asombroso:/ le deja a usted sentao/por lo ingenioso. Papeles de la memoria, trazos del tiempo, Joaquín Secall, pintor y profesor de Bellas Artes y fallecido en el 2003, era hijo de Laca y nieto del arquitecto de muchos edificios salmantinos. Obras que son hombres. Hombres que son sus obras.

Huebra representa el espíritu más inquieto de aquellos que vivieron la transformación de una sociedad periférica, agrícola y enraizada

Luis González de la Huebra, fotógrafo, viajero, impulsor de una ciudad que avanza cautelosa y provinciana hacia ese futuro que adelantó su mentalidad visionaria, asistió, cada vez más dedicado a la fotografía y menos al negocio (que dejó en manos de sus pragmáticas hijas) a su retiro con cierta distancia. Hombre de su tiempo, supo adelantarlo y vivirlo con la pasión y la curiosidad que le convirtió en un personaje al que el profesor e historiador norteamericano Conrad Kent dedicó el ensayo Luis González de la Huebra y los orígenes de la modernidad en Salamanca. Un exhaustivo trabajo donde se analiza su labor comercial, social y, sobre todo, su recorrido fotográfico, innovador como fue tanto en la aportación del más moderno material como en el uso de la cámara. Retratista de su entorno familiar, de la Salamanca de finales del XIX y de su propia persona curiosa y abierta al mundo, Huebra representa el espíritu más inquieto de aquellos que vivieron la transformación de una sociedad periférica, agrícola y enraizada. Su herencia no solo es este archivo visual y contable que guardan y comparten generosamente sus descendientes, sino su historia personal, al otro lado del escaparate de un comercio que forma parte del paisaje y de la vida de los salamantinos.

Una vida que pasa, rauda y laboriosa frente al negocio de los Huebra desde 1878 y que se detiene fascinada por la luz que realza el objeto de nuestro deseo, la necesidad de nuestro diario vivir. Embellecer el espacio en el que habitamos, comprar algo que formará parte de nosotros. Que nos sobrevivirá. La intrahistoria se hace de objetos cotidianos, de avances industriosos, de frascos de cristal, maderas nobles, delicada porcelana de nuestra fragilidad. Las cosas se llenan de vida con el tiempo y se dejan en herencia a quienes saben conservarlas. Y lo bello se desea, se compra, se atesora? se descubre en un catálogo, en un escaparate, en una tienda iluminada con el fulgor de lo útil, lo hermoso, lo nuevo? En ese afán no hemos cambiado nada. Aunque todo haya cambiado y guardemos, cuidadosa y fervorosamente, la memoria de lo eterno. La luz de toda luz, la luz de la ciudad despierta de Luis González de la Huebra. La luz de la memoria y de la belleza.

Texto: Charo Alonso

Fotos: Carmen Borrego y familia Huebra

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