A través de la percepción, contemplo la panorámica de las cosas que me rodean, y no pocas veces me pregunto: ¿existirá el mundo de la forma en que lo veo, o será mi mente quien lo interpreta conforme a las esperanzas y deseos que me mueven en cada momento?
Las verdades o criterios sobre diversos aspectos de la vida, forman la estructura de nuestro mundo interior. Y, este armazón que nos envuelve, será más sólido, en la medida en que no se hayan omitido en nuestra formación aquellas enseñanzas que hacen inviolables los derechos de los demás.
Hoy, me atrevo a pronunciar la palabra verdad. Pero, hablar de la verdad en nuestro tiempo, no deja de ser arriesgado. Sobre todo, por los efectos que su contrario, la mentira, está ocasionando en el seno de nuestras comunidades. Las faltas de respeto y la manipulación, han invadido importantes ámbitos de la vida social y, lo que es peor, asumimos sus perniciosos efectos, como coste necesario para mantener nuestro sistema de vida. Hoy, apenas puede apuntalarse discurso alguno sobre la verdad. Tan solo podemos decir que se trata de un bien escurridizo, capaz de ocultarse cuando lo buscamos, y aparecer en las situaciones más comprometidas.
La verdad, por tanto, es un concepto ambiguo; no admite una interpretación universal. Es la propia persona quien la configura en su interior conforme a creencias particulares. Quienes afrontan el reto de defenderla, tienen que asumir el riesgo de navegar por mares solitarios, sin la certeza de alcanzar puerto seguro.
No han podido definirla filósofos ni pensadores a lo largo de la historia. Lo que algunos autores han proclamado como "Verdad Universal", no es otra cosa que, la suprema aspiración del ser humano por alcanzar el bien absoluto; ese que perseguimos con el alma esperanzada, cuya búsqueda, frustra la razón cuando agota su discurso.
A la verdad, por tanto, solo conseguimos aproximarnos, y este acercamiento se realiza a través de un estilo de vida. Cierto que no la hallaremos con nuestro sistema de razones. Sin embargo, esta aspiración por conquistar el bien, es la fuerza motriz que nos obliga a compartir el tiempo y los recursos con los demás. Conseguiremos, con ello, hacer más viable la convivencia y, bajo ese clima de acercamiento, construir sociedades más justas en lo social y equilibradas en lo económico.
El conocimiento que nos permitiría alcanzar la verdad, no es un saber científico, susceptible de nacer en laboratorio alguno. No existen útiles ni herramientas, a través de las cuales, pudiéramos alcanzar lo que perseguimos. Sin embargo, la intuición penetra en nosotros de forma insospechada. Se trata de una sabiduría extraña que nos utiliza como soporte, pero oculta las razones por las que aparece y los fines que persigue.
Si no es posible descubrir con procedimientos científicos el origen de la vida, ni las razones últimas de los comportamientos humanos, ¿cómo podemos alcanzar aquello que buscamos sin saber de qué se trata?
No es aconsejable convertir el pensamiento en especulación verbal para elaborar teorías que no es posible demostrar. Pues, aunque la persona constituya en sí misma una potencia espiritual con libertad de movimientos, se encuentra recluida en un soporte perecedero.
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