Cuando yo tenía quince años y la mente y el corazón ávidos de experiencias, tuve algunos monitores que me ayudaron a soñar?con los pies en la tierra. Eran seminaristas del Colegio Mayor-Seminario de El Salvador, una institución que merecería un estudio más profundo y que tal vez alguien lleve a cabo algún año de estos, antes de que desaparezca la memoria histórica; entre ellos no se me han borrado de mi disco duro Francisco Bartolomé González, que había sido Comisario scout de Zamora (ASDE), siempre sonriente, activo, austero y Ricardo Rico Basoa, gallego, probablemente de El Ferrol, donde había trabajado como obrero en la construcción naval, antes de enfundarse la sotana y estudiar Filosofía y Teología en Salamanca, con enormes ganas de volver cuanto antes a oler el mar y sus gentes; no pudo disfrutar mucho de su ministerio, pues falleció tempranamente, en 1979. A él quiero referirme especialmente, pues nos organizó un magnífico campamento volante por las Rías Bajas, hasta llegar a El Ferrol ?entonces del Caudillo, guste o no así era- donde continuamos un par de semanas más echando una mano, como aprendices de monitores, en un campamento fijo del Aspirantado de Acción Católica. Como no podía ser de otro modo, el campamento daba al mar y desde un promontorio cercano se contemplaban unas puestas de sol espectaculares; todavía tengo gravada en la retina la silueta del crucero ligero "Almirante Cervera" cortando a lo lejos la estela luminosa que el Sol poniente dejaba en la mar en calma.
Ricardo conservaba contactos en los astilleros y nos organizó una visita guiada a un barco, un petrolero, que estaban acabando de construir, de cuyo nombre no puedo acordarme, pero que desplazaba, eso sí lo recuerdo, 40.000 toneladas. No tenía el tamaño del Exxon Valdez, de infausto recuerdo, o de alguno de los portacontenedores actuales de la Maersk, de la clase triple E, que rondan las 200.000 toneladas de registro bruto, pero era un señor barco. La imagen que más me impactó de aquella visita fue la de un trabajador metido dentro de uno de los cilindros del motor diesel dos tiempos, destinado a mover el barco, que me pareció descomunal.
Nuestro Gobierno ha anticipado que no se podrán comprar coches con motores de combustión a partir de 2040. Imagino que algo similar se dirá de los motores que prestan servicio en la agricultura, en el transporte por carretera y muchas líneas de ferrocarril, en el transporte marítimo y en la aviación comercial y militar, cuyas partículas trazan bonitas estelas en lo alto, al condensar en torno a sí las moléculas de agua.
Con un poco de imaginación puedo anticipar que el transporte por carretera funcionará como los antiguos trolebuses de Madrid, o como el Metro, con un trolley sobre el techo o bajo el suelo, o llevarán todos motores de hidrógeno. Igualmente, los tractores y otras máquinas agrícolas o de obras públicas, se engancharán con un cable flexible a una instalación del agro electrificado, aunque sería mejor resucitar los inventos de Tesla y su transmisión inalámbrica de la electricidad. Para los barcos de mediano tonelaje se podría recurrir a la navegación a vela, que ahora pueden fabricarse velas en fibra de carbono de hasta cien metros de altura, como en el caso del superyate Sailing Yacht A y como el cambio climático parece augurar fuertes vendavales, los viajes transoceánicos serían muchísimo más breves que los de Colón. Los grandes buques cercanos al medio millón de toneladas deberían recurrir a una tecnología un poco más sofisticada, derivada, por ejemplo, de los proyectos de escudos antimisiles de los años ochenta del pasado siglo, haciendo rebotar en satélites geoestacionarios y redirigiendo rayos laser capaces de poner en marcha motores eléctricos ultra potentes, aunque me inclino a pensar que, para entonces, la energía de fusión nuclear estará domesticada y suficientemente miniaturizada como para mover estas moles con poco gasto y ninguna contaminación.
La duda más grande que tengo me la plantea la aviación, que deberá sustituir los motores de reacción por motores cohete, que eso ya lo inventó el alemán nazi Von Braun: poner en contacto hidrógeno y oxígeno líquidos, que solo producen vapor de agua en su combustión, un fluido muy poco contaminante.
No sé. Ahora me entran dudas: ¿servirá todo esto para tender puentes entre los empobrecidos de la tierra, los sin hogar, los descartados por nuestra sociedad del bienestar y del lujo, los hambrientos, los que carecen de acceso al agua potable, los que no tienen paz porque tienen guerra, los perseguidos por causa de su fe, mayoritariamente cristianos, aunque también está aumentando la islamofobia en Europa? La marcha que se originó en San Pedro Sula está ahora parada ante la valla entre Tijuana y los USA ¿Podrán atravesarla?
Igual son sueños de adolescente narcisista, sueños míos y del Gobierno de mi Nación. ¿Servirán estos sueños para cambiar nuestro estilo de vida y ser menos consumistas y despilfarradores? Como dicen en mi pueblo: lo dificulto.
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