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Desobediencias
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Desobediencias

Actualizado 24/11/2018
Fructuoso Mangas

El sábado pasado hacía yo unas Provocaciones, que así se titulaba el artículo, y para dar razón al título me escribieron varias personas con comentarios distintos provocados por mi reflexión. Por eso me animo a aclarar algunas cuestiones para fijar mejor tanto el concepto de desobendiencia como su alcance. Por eso pongo el título en plural.

No hay que olvidar los tres ejemplos que tanto Moisés Mato, el director y actor teatral al que me refería, como mi artículo presentaban como referencias máximas y centrales:

Antígona, que prefirió obedecer cumpliendo el sagrado deber de enterrar el cuerpo de su hermano, desobedeciendo la orden de Creonte que exigía dejar el cadáver sin sepultura. Es un ejemplo finísimo de piadosa y fiel obediencia, aun a costa de luchar, como su nombre mismo indica, contra la orden del poderoso pagando el precio de la vida. Por eso la cantó Sófocles hace veinticinco siglos y su memoria se celebra y se representa en todos los teatros del mundo.

En el caso de Jesús, él dejó bien clara con las palabras y los hechos su obediencia a la voluntad del Padre y a la misión que le encomendó por encima de cualquier otro valor o decreto. De hecho la acusación de los dirigentes judíos y la sentencia del gobernador están motivadas por esa reiterada fidelidad al Padre contra las leyes judías y las exigencias del culto imperial que pedían obediencia total a las leyes religiosas y civiles. También Jesús es un caso de obediencia fiel a lo importante ?la voluntad del Padre- y de serena desobediencia a lo secundario ?ley judía y leyes romanas- impuesto sin razón ni justicia. De hecho la vieja antífona, "Christus factus est pro nobis obediens?" ( o sea, "Cristo, se hizo obediente por nosotros hasta la muerte?"), tomada desde la carta a los de Filipos y tantas veces cantada, es un bello testimonio de esto. Y se sigue rezando y cantando todos los Viernes Santos.

Y otro noble ejemplo era aquella mujer, Rosa Park, ciudadana de piel negra en tiempos de fuerte y legal segregación dictada por los blancos contra los negros. Por obedecer la santa ley de la dignidad y de la igualdad entre todos los seres humanos, de cualquier color y condición, decidió no cumplir la orden civil de ceder su asiento de autobús en pleno Montgomery, en Alabama. Y fue encarcelada. Era el 1 de diciembre de 1955, han pasado más de sesenta años y el próximo sábado será el aniversario. Y es recordada y nombrada en todo el mundo.

Con esto quiero dejar bien claro que mi reflexión de la semana pasada no era un canto frívolo y superficial a la desobediencia como método y porque sí, sino a la desobediencia motivada por razones más altas que las que puedan invocar en cada caso la obediencia y las leyes que la imponen. De hecho es un cruce de intereses que se da con mucha frecuencia en la vida diaria y ha sido minuciosamente analizado moralmente, tanto desde la moral cristiana como desde la ética civil, y mucha gente tiene que decidir cada día entre dos frentes contradictorios.

Y políticamente, desde Sócrates hasta Gandi pasando por el último huelguista, es la desobediencia un arma social de enorme fuerza. Y no sé si pasará un día sin que haya en nuestro país, por ejemplo, alguien que utilice la no obediencia como un medio de protesta o de lucha. Se supone que en estos casos hay una obediencia fundamental que se justifica y trasciende a la obediencia accesoria, que sale superada y hasta descalificada en la comparación.

Desobediencia, además de un grupo de rock y de título de película reciente a la que los críticos le adjudican una alta nota de calidad, es también el título de varios libros, orientados sobre todo al campo de la desobediencia civil; el último de ellos es de Frederic Gros y lleva según dicen muy buenas cifras de ventas y del que lo que menos me gusta es la portada y la elección del infinitivo para el título.

Y hay otra cara de todo esto muy distinta y se da cuando a quien se dedica a desobedecer porque le apetece o por interés, desidia o ganancia nadie le llama la atención ni le acompaña para corregir el grave error de su desobendiencia insolidaria y egoísta. Tenemos un país, no sé si en esto es diferente a otros, en el que mucha gente desobedece a casi todo, principios morales, leyes explícitas, normas sociales, códigos de conducta y hasta protocolos firmados o Constitución votada y hace lo que le da la gana sin que en muchos casos no haya ni denuncia ni castigo. A esto no hay derecho, nunca mejor dicho.

Obedecer es, mientras no se demuestre lo contrario por la fuerza de los derechos, una norma de obligado cumplimiento. No me duelen prendas en defenderlo. Y es siempre una obediente inteligente, adulta, libre, elegida y justa, nunca erigida como valor absoluto y al servicio siempre del bien común. Etc? Son cosas que sabemos todos bien, pero que apenas se practica sobre todo por aquellos que tienen más fuerte obligación de una aplicación mayor.

Y en mi anterior artículo yo me refería, con admiración, a los que en aras de una obediencia más alta pagaron alto precio por su ejemplar desobediencia.

En esto quedamos y, creo yo, más o menos de acuerdo.

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