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La caravana de la esperanza
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La caravana de la esperanza

Actualizado 21/11/2018
Juan Antonio Mateos Pérez

La solidaridad es una "categoría de salvación del sujeto donde sea que éste se encuentre amenazado: amenazado por el olvido, por la opresión, por la muerte; una categoría del compromiso con el hombre, a fin de que llegue a ser sujeto y se mantenga como ta

En nuestro mundo globalizado todo está relacionado entre sí, cualquier acontecimiento ordinario puede tener consecuencias globales. Cualquier acontecimiento económico, político, tecnológico se trasmite a una velocidad y una fuerza, que es hoy profundamente decisiva en las grandes decisiones nacionales o empresariales. Este alcance global de la economía parece no tener el mismo efecto con los más desheredados de la tierra, tampoco el efecto multiplicador de la justicia y la solidaridad. Intentar buscar soluciones globales a la pobreza no entra en la agenda de las grandes potencias preocupadas de su hegemonía e intereses propios. Esta realidad, nos tiene que hacer caer en la cuenta, que es necesario de humanizar el proceso de globalización y globalizar la solidaridad ante la indiferencia galopante y demoledora

La caravana de inmigrantes hondureños, ya se ha instalado en la frontera de Estados Unidos, bloqueados en las playas de la ciudad de Tijuana, esperando a pesar de todo. Fue el 13 de octubre, hace más de un mes, cuando los primeros hondureños se atrevieron a dejar su país. Unas cinco mil personas se ponen en camino desde la central interurbana de autobuses de la norteña ciudad de San Pedro Sula, la segunda ciudad más importante de Honduras. Todos ellos llevan cargadas sus pobres mochilas de esperanzas y sueños, quieren empezar una nueva vida en Estados Unidos.

Todos estamos siendo testigos de esta profunda crisis humanitaria, provocada no solo por la pobreza y la violencia en la que está inmersa Honduras, también por los valores de solidaridad y justicia muy deteriorados en los países más desarrollados. Por un lado, la dictadura hondureña; pero también, las políticas neoliberales que despojan a poblaciones enteras de sus recursos básicos, favoreciendo las multinacionales norteamericanas y canadienses; así como la violencia provocada por el ejercito y la oligarquía, que está provocando que cientos de pobres y desheredados tengan que buscar un futuro mejor. No tienen nada que perder, porque lo han perdido todo, llevan todo su dolor y su miseria sobre sus hombros.

Por su parte, en las grandes economías del mundo se está desarrollando un fuerte rechazo a los flujos migratorios que provoca la globalización, una hostilidad que se torna en xenofobia hacia los grandes movimientos de personas, sobre todo si son pobres, ya que se percibe como una amenaza a la identidad cultural del grupo. La xenofobia como el racismo, tan viejos como la humanidad, se tornan en aporofobia, como nos indica Adela Cortina. Implica un fuerte rechazo y desprecio al pobre, que se le excluye de la sociedad ya que aparentemente no puede aportar nada. Un atentado diario a la dignidad humana que de forma casi invisible se produce en nuestras calles y en nuestra realidad.

Estos rechazos a los procesos migratorios y al pobre, son producto de muchos factores complejos e interrelacionados. Por un lado, podemos identificar una clara crisis de identidad nacional culturalmente representada por lo que tradicionalmente llamamos el estado-nación, que está perdiendo su legitimidad dando paso a identidades privadas a-nacionales. A esta realidad ha contribuido la fuerte crisis económica, con grandes bolsas de paro y un gran retroceso social que han provocado rebrotes de pobreza en las ciudades de los países más ricos. Ante esta situación, se ha producido un fuerte extrañamiento y desorientación tanto en los políticos como en los ciudadanos, apresados en los extremismos reaccionarios. Nos recordaba Bauman, que la manipulación de la incertidumbre es la esencia de lo que está en juego en la lucha por el poder.

En segundo lugar, la sociedad globalizada nos está llevando a la cultura del mérito, donde no hay gratuidad, sino lucha y rivalidad, todo hay que ganarlo y demostrar que eres mejor que otros competidores. Esta cultura nos arroja en un fuerte individualismo y egoísmo, donde nadie ni nada y menos los pobres son aceptados si no se tiene contrapartida en el negocio de la vida o del ascenso social. Esta fuerte rivalidad nos lleva directamente a la aporofobia o a la cultura del descarte que, aunque es más positivo la cooperación entre individuos, el fuerte consumismo y el individualismo nos arroja en el conflicto. En este dar y recibir, el pobre, los sin papeles, el inmigrante, queda fuera de toda posibilidad de devolver ningún beneficio, sea en forma de trabajo o de votos.

En tercer lugar, debemos recuperar esos valores que estaban inmersos en la cultura y que desarrollaban la justicia, la solidaridad, la compasión, que puedan permitir transcender el egoísmo y romper las barreras del individualismo de forma global. Para ello, como nos recordaba Kant, debemos empezar por nosotros mismos, desplegar la obligación interna, para no caer en las presiones sociales que desvalorizan la dignidad por el cálculo egoísta y acomodaticio. Por otro lado, más allá de los discursos racionales, está en juego la sensibilidad como nos recordaba Levinas; intentando armonizar la justicia y el amor, dos realidades inseparables y simultáneas, donde la caridad es imposible sin la justicia y la justicia se deforma sin la caridad.

La exigencia ética incondicionada brota del reconocimiento de la dignidad ajena y la propia, pero también de la solidaridad con los que se encuentran en una situación vulnerable y de sufrimiento (A. Cortina). También es necesario el reconocimiento desde el corazón de que nuestras vidas están vinculadas y por ello es importante la compasión, intentando remediar el sufrimiento ajeno. Vivir con dignidad significa tener casa, trabajo, educación, salud, todavía podemos ofrecer hospitalidad y corazón para aquellos que buscan la esperanza.

La caravana de la esperanza | Imagen 1

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