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El séptimo sentido
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El séptimo sentido

Actualizado 09/11/2018
Catalina García García-Herreros

El séptimo sentido | Imagen 1

Quiere decir el de la vida. El sentido de vivir sería el número siete después de los cinco conocidos y del sexto, la intuición. El séptimo sentido es dar las gracias. Y aquí podría dejar esta columna, pues hablando de sentidos, no lo tiene el abundar en aquello que se entiende por sí solo, pero tal vez no sea este el caso y continuemos. Muchas veces escucha a las personas que pasan, las escucha, mientras se toman un café contándose las cosas, o en las paradas de autobús o en los vagones de los trenes hablando por teléfono, y a veces dicen, se preguntan o afirman que tal o cual cosa carece de sentido. O concluyen, sin alardes, que a la vida le falta sentido y se preguntan para qué, entonces, el esfuerzo de madrugar y avanzar sobre las horas hasta que llegue la noche para volver a dormir y al día siguiente lo mismo.

Pero no. Es más que esto. Y aunque parezca una obviedad, explica, porque tantas veces ha querido sugerirlo a las personas a quienes ha escuchado diciendo que lo buscan, el sentido, y que lo buscan más, sin encontrarlo, cuántos filósofos se cuentan entre ellos, ¿verdad? Todos van con una lupa buscando entre las hojas, mirando hacia las nubes o en las ruedas nuevecitas de su coche, el sentido de vivir, el séptimo sentido. Tantas veces ha querido detenerlos, pero no va uno por ahí interrumpiendo, filosofías, conversaciones de café, para decir un momento, señora, que no, que sí lo tiene, qué cosa, el sentido, señora, el sentido. Y quiere hablar, por esto, del séptimo sentido que es el sentido de la vida y que consiste en decir gracias. Solamente. Así de tan sencillo.

¿Habéis pensado alguna vez en cuando erais un cuerpo diminuto encajado en el vientre de una madre? ¿Habéis pensado alguna vez incluso en antes, cuando aún no había dos células distintas intentando convertirse en vuestros brazos? ¿Habéis pensado en el tiempo de atrás, de más atrás, cuando todavía no estabais vosotros? Pues por ahí se empieza. Se cierran primero los ojos y se medita en vuestros padres cuando eran unos niños y no se conocían. Imaginaos. Imaginaos todo lo que tuvo que pasar: esa serie de gestos uno detrás de otro detrás de otro que tuvieron que hilvanarse, de manera exacta, para llegar hasta el momento en el que vuestro cuerpo anidó en el tejido de un útero. Después, imaginaos todo aquello que debe funcionar, perfecto, para que vuestro cuerpo no nacido, ensamblado en otro cuerpo, sepa que han pasado nueve meses y empiece a querer salir de allí para vivir por sí solo.

Solo esto, señoras y señores, está lleno de sentido. Los cromosomas. Las células de vuestro padre y vuestra madre superando los escollos hasta poneros en tierra. Las posibilidades para no coincidir eran infinitas, pero coincidieron. Llamaremos milagro, desde el punto de vista científico, a cualquier acontecimiento que es estadísticamente improbable. Pues eso. Y luego crecer. Aprender a hablar, a caminar, a escuchar, a cantar, a decir las palabras. Aprender a coger la cuchara y a tomar la sopa sin que se derrame, aprender a ver la noche y decir luna y todos los días volver a abrir los ojos (el séptimo sentido es decir gracias, sin más). Después, poner el pie derecho sobre el suelo y caminar, mover las piernas, alzarse, llegar hasta la ducha y pensar en ese tubo que trae el agua calentita, ¿habéis ponderado lo que tuvo que pasar para que el agua de la ducha llegara hasta aquí?

Muchas manos pusieron los tubos debajo de la tierra, alguien inventó la manera de distribuir el agua, alguien encontró la forma de hacerla llegar hasta la piel y el día está apenas comenzando. Antes de nosotros hubo cientos de personas trabajando para organizar un mundo que, a veces se te olvida, está hilvanado de prodigios. Quiere abrir la ventana y el cielo está inquieto, se sonroja, los árboles, sus gritos amarillos alegres igual que mariposas, quiere abrir la ventana y decir gracias, a manos abiertas y a raudales, decir gracias, gracias a vosotros, señoras y señores que trajeron el agua hasta su rostro. Y todavía no se ha puesto con la luz, con la bombilla que enciende con un clic, con la corriente eléctrica y el cableado que llega hasta su casa con todos sus electrones completos para que tú y yo digamos hágase la luz, y la luz se haga.

Enseguida está la cafetera. Sacamos el café de su bolsita y nos quedamos tan contentos. Pero detrás de ese café están quienes empacan, quienes muelen, quienes seleccionan, quienes mezclan los granos, quienes los ponen a secar, quienes los pelan, quienes los recogen, quienes los riegan, quienes los siembran para que la mañana tenga sentido. El sentido de la vida es decir gracias, diga lo que diga el nihilismo. Nos quejamos, por qué. Es bueno trabajar viendo las cosas y avanzar sobre las horas con los ojos abiertos, porque todo lo que hacemos importa, dice. El sentido de la vida es decir gracias, nada más, dice. Y ahondar, calar muy hondo, hasta entender el amor de lo sencillo.

Salamanca, 9 de noviembre de 2018

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