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Significantes y significados
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Significantes y significados

Actualizado 05/11/2018

Como tantos aspectos de la cultura el lenguaje refleja sin duda las características de la realidad enmarcadas en circunstancias concretas de lugar y de tiempo. Por eso, como manifestación social, recoge muchos de los inevitables defectos y de las eventuales virtudes que pueda tener una determinada sociedad.

Las palabras, las expresiones y hasta las manifestaciones no estrictamente verbales van cambiando según geografías y conforme a la historia, a distintos ritmos y con variadas cadencias. Algunas mucho más lentas de lo que algunos quisieran. Lo cual nos puede llevar a un dramático espejismo. Dramático porque nos puede dejar con la conciencia tranquila y al mismo tiempo con el mundo exterior sin la menor alteración, pensando que cambiando el lenguaje ya hemos cambiado el mundo.

Es verdad que el lenguaje es también manifestación de poder: a través del lenguaje se construyen ideas, se formulan programas, se ordenan conductas, se sancionan desviaciones, se perdonan errores. Y se trata de un poder extrañamente conformado: no a través de una verdadera decisión democrática, pero sí de una convención social, que es continuamente mutable y fluida. Porque: ¿quién controla la conformación del lenguaje? ¿quién decide qué es lo correcto en el lenguaje?

Algunos dirán que desde hace cientos de años algunos idiomas ?en realidad, una minoría- tienen instituciones públicas encargadas de fijar, limpiar y dar esplendor. Pero las Academias de la Lengua o sus equivalentes, se mueven en la tenue y resbaladiza línea de recomendar lo que consideran correcto y de certificar usos novedosos que, por eso mismo, hasta ese momento se consideraban erróneos. Se trata del complejo debate entre una función prescriptiva y una función meramente descriptiva de los usos lingüísticos. Pero, volviendo a lo mismo: en lo que se refiere a esta segunda dimensión: ¿quién determina esos usos? ¿Cuál es la mano invisible que determina el equilibrio en el lenguaje usual?

Es sabido -porque se ha hecho público en numerosas ocasiones- que la Real Academia de la Lengua recibe continuamente reclamaciones sobre tal o cual acepción contenida en el Diccionario de la Lengua Española por ser considerada denigrante u ofensiva; y que, de ordinario, la propia Academia se muestra remisa a retirarlas si de su utilización hay constancia escrita. El fundamento es más o menos la consideración de que se trata sólo de registrar un uso lingüístico que se está usando, sin caer en la tentación de hacer valoraciones sobre el mismo.

Y en ese sentido, uno mismo como usuario cuando hace una consulta está buscando el significado del término de que se trate, sea palabra noble, insulto o palabrota. Ante ello cabe oponer, sin embargo, algunas sospechas de incoherencia, pues cuando alguien se pone a comparar la evolución de algunas acepciones a lo largo y ancho de las diversas ediciones del Diccionario, hay huellas visibles de una discutible influencia de lo que se considere socialmente correcto. Según se ve, en ocasiones existen determinadas fuerzas sociales, más o menos organizadas, que consiguen su propósito de transmutar la lengua, a través de un salto de lo descriptivo a lo prescriptivo.

En realidad, todo esto es terreno polémico y resbaladizo en que se corre el riesgo de confundir el lenguaje con la realidad misma. Con aventurado peligro para el propio lenguaje mismo y para su claridad y precisión, pues al fin y al cabo es una construcción social muy delicada y necesitada de juiciosa protección.

Toda esta divagación viene a cuenta de un letrero que el que suscribe acaba de ver en un estacionamiento mexicano en el que se decía: "Capacidades diferentes". El propósito de quien ordenó ponerlo se puede adivinar: se trata de reservar un área para quienes tengan problemas de movilidad. Como para la mayoría social parece no ser de recibo hablar de inválidos, ni siquiera de discapacitados, se optó por vaciar de sentido a la palabra "capacidad". Pero confieso haberme sentido aludido, porque qué razón sensata me puede poner el de seguridad para impedirme aparcar cuando le justifique alguna de mis escasas y singulares habilidades ocultas.

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