Provisto de una polea para colgar las reses, y un pozo que les facilitaba el agua, los vecinos preservaban en él las herramientas para la matanza
El siguiente texto parte del trabajo científico realizado por Luis Miguel Gómez Garrido y Elena Villarroel Rodríguez sobre el antiguo matadero de Castellanos de Moriscos. Esta instalación municipal dejó de funcionar como tal en el último tercio del siglo XX. Son muy escasas las referencias que se conservan acerca de la misma. Según ha podido constatar a través de sus investigaciones, Hilario Almeida Cuesta, párroco del pueblo, y que ha recogido en su libro Castellanos de Moriscos. Datos históricos y semblanzas de un pueblo singular en la armuña alta salmantina, el matadero de Castellanos de Moriscos estuvo ubicado, en un principio, en locales del Ayuntamiento. Fue en 1914 cuando se eligió el camino de las Regueras, enfrente del actual Mesón Castellano, para levantar el edificio del matadero que, todavía hoy, se mantiene en pie.
De acuerdo con el testimonio aportado por Martín Pérez González, natural de Cantalpino, aunque 'criado' en Castellanos de Moriscos y de 74 años de edad, el matadero era utilizado por agricultores y vecinos que necesitaban sacrificar animales para obtener carne para la alimentación de sus familias y obreros que en tiempos de siega acudían a la localidad.
El sacrificio del cerdo para matanza se realizaba en mayor medida en los corrales de cada casa que disponía de este espacio, si no el lugar era la calle, como recuerda Ignacio Villoria de Cabo, labrador de 74 años de Castellanos de Moriscos. En el matadero se sacrificaban habitualmente reses cuya carne se consumía en fresco o implementaba la extraída para chorizos y otros embutidos. Una vez realizado el sacrificio de los animales y su descuartizado, la carne era llevada a las casas por sus propietarios para darle el mejor fin. La función de matarife la realizaban los propios vecinos, que se encargaban de buscar la ayuda necesaria según los casos, "no se gastaban dinero en eso. Cada uno iba a hacer lo suyo", señala Martín.
El matadero "no es que fuera muy grande, pero daba para toda la gente del pueblo", añadía Martín. En su interior se encontraba la herramienta necesaria para el sacrificio y descuartizar el animal, incluida una polea que permitía colgar hasta bueyes. "Toda la herramienta, terminada la temporada, la guardaban para otro año", fecha que solía coincidir en noviembre con la matanza y que finalizaba en enero.
El piso era de cemento y en medio un agujero por el que desaguaba la sangre y el agua para limpiar el suelo, las carnes y las herramientas, y que previamente se sacaba de un pozo que había en el interior.
Cierre del matadero
Como pasó con la mayoría de los mataderos en pequeñas localidades, la normativa sanitaria acabaría cerrando estas instalaciones. Como recuerda Ignacio Villoria, una vez que dejó de hacer función de matadero, la Hermandad de Labradores instaló una seleccionadora de grano, por lo que entiende que el edificio pasó a la Cámara Agraria en régimen de alquiler
Asimismo, recuerda la magnitud del matadero de Santa Marta, en el que se sacrificaban muchos animales a pesar de ser entonces un pueblo pequeño, por lo que su crecimiento como población acabó siendo su verdugo porque "olía". Del tamaño de Santa Marta entonces, Ignacio pone como ejemplo su iglesia, que califica "como una ermita, muy pequeñita. Eso indica que era muy pequeño el pueblo. ¡Bueno! Este también era pequeño", lo que calcula en el caso de Santa Marta en 200 vecinos.
Sobre la figura del carnicero, "había uno que llamábamos el señor 'Pedro el carnicero', que era el que desollaba las reses. Se dedicaba a eso en el tiempo de la matanza, ¡claro! Pero, vamos, carnicero para vender carne y eso, no", concluía.