Cuando nace un bebé, nadie pregunta qué hay que hacer o decir. Hay fórmulas socialmente aceptadas, frases que salen fácilmente, sólo hay que observar sus ojos, sus manos, si se chupa el dedo, si cierra los puños, si se mueve que parece que se despereza de tan largo sueño abrigadito siempre a la misma temperatura y a salvo, en esa capa de agua en la que ha ido creciendo y en la que nueve meses le han mecido? Si come o no come, si duerme o permanece mucho tiempo despierto, si llora, si mama, si tiene frío o lamento? Preguntar por la vida es fácil, por los sueños (será futbolista, dice el abuelo, ¡pianista!, dice la abuela), y cada uno sueña los sueños de ese nuevo ser, que no viene especialmente programado para nada en concreto, porque tiene que ir haciéndole la vida a fuego lento, las caricias, la voz de uno y de otro que va escuchando, el arrullo de los padres, y la vida, que le acuna, le va haciendo, a base de cariño, a base de besos, a base de palabras, a base de cuentos?
Cuando alguien falta nos quedamos mudos. Nos vestimos sin ganas, vestimos un sueño ligero, lleno de dolor y lágrimas. Un dolor profundo, y nadie nos prepara para ello. Simplemente vemos que ya no hay oxígeno en una mirada sin fuerza, que algo muy dentro de nosotros parece que se desconecta para dar lugar al mayor destrozo de las entrañas del alma, y de repente nos sentimos desvalidos, desasistidos, huérfanos de la compañía de esa persona, de ese ser humano que tenía para nosotros tanto sentido, que llenaba de vida nuestra vida, que tanto nos dio, que tan bien nos acompañó en este o en el otro o en todos los recodos. Nadie nos prepara para estar muertos, para dejar la vida, para bajarnos en marcha, para irnos de un plumazo, para desaparecer. Nadie nos dice cuándo, pasará esto, será así, perderás a este familiar o a este amigo de esta o de la otra manera y te sentirás así o dejarás de sentirte? Nadie nos dice que quedamos como entre paréntesis, después de tanto dolor y tanto dolor y un dolor tan fuerte dentro de otro dolor. Y después del penar, ese que viene tras el mayor sufrimiento nos anestesia en dolor puro, en dolor puro, y nos deja sin aire, sin aliento, sin respiro, de día y de noche, y de noche y de noche. Y más de noche, nos llena de sombras y de oscuridades para, a partir de ahí, del rasgado más profundo en la mayor de las profundidades, en el infierno del dolor máximo, ahí, en esa anestesia dolorosa, empezar a remontar. Ir asomando a la vida. Poco a poco, vamos desperezando nuestro cuerpo, lentamente, estirándolo con suaves movimientos para ir despacio siendo, incorporándonos a la vida, al sueño, a asomar la cabeza desde ese letargo que nos hizo restar a mínimos las energías para digerir la más amarga noticia.
Cada uno de nosotros procesamos el dolor y la pérdida como podemos. Nadie nos enseña a decir adiós. Nadie se sienta un día y nos lo cuenta, nadie se atreve, sentimiento atávico de evitación ante la muerte, ante la falta, miedo al olvido, a caer en la inmensidad, en el abismal silencio, a evaporarnos, a ser soledad?
Estamos de paso. Venimos para estar de paso. Ese es el mensaje, la lección que nunca aprendemos. Venimos con la vida prestada. Sólo para que hagamos uso de ella, sólo en usufructo. Para que tengamos muy claro a qué dedicar un bien tan preciado. Para construir y no para destruir. Para amar y no para desamar, ni mal amar, ni guerrear, ni comparar, ni querer ser quien no somos, para no imitar sino para ser originales, para ser únicos, verdaderos, para hacer de la vida un camino por recorrer de la forma mejor posible, no con la manida historia del hedonismo (buscar el placer en todo sin mayor profundidad), vivimos para amar, para acompañar, para entregarnos sin medida a aquellos que tenemos alrededor, para mejorar cada día en aquello que nos proponemos, para tener un camino, una labor, cada cual la suya, para reír y soñar y llorar cuando toca (que también hay que llorar) y sonreír siempre, aunque la vida se ponga tonta y nos lo haga pasar mal. Nadie nos hace reflexionar sobre ello. Tenemos suerte de compartir la vida con quienes nos acompañan, de tener mil recuerdos que se colocan en la mochila del cerebro, sus músicas favoritas, sus frases, sus enseñanzas, sus besos, el amor que dejaron en nosotros y el que se llevaron nuestro, las caricias que les dimos y las que ellos nos dieron? Dejarles ir?
Lo humano es de paso. Hay que aprenderlo. Aprender a decir adiós? O hasta luego.La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
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