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Equivocarse
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Equivocarse

Actualizado 24/10/2018
Manuel Alcántara

En una entrevista radiofónica que me hicieron en una emisora de Montevideo hace justo dos años, al preguntarme sobre el futuro político de Pedro Sánchez señalé literalmente que era un cadáver político. En la participación en un programa de RTVE 24h que tuve a mediados de julio pasado al inquirirme por las perspectivas de las elecciones en Brasil dije: "no creo que Bolsonaro pueda llegar a la presidencia".

El periodista uruguayo que me ha vuelto a entrevistar en alguna otra ocasión siempre me lo recuerda, el de la televisión española todavía no ha tenido tiempo. Es claro que mi olfato para las predicciones es mediocre. Por otra parte, a veces sugiero que algunas cosas se deben llevar a cabo (anticipar elecciones, realizar algún nombramiento, avanzar en una determinada reforma política), pero su no ejecución impide, en una lógica contra fáctica, saber el grado de error (o de pretencioso acierto) de la propuesta. Un alivio. Para angustia de colegas, el asunto toca de lleno a la profesión de politólogo.

Los tertulianos son felices prediciendo aconteceres como lo son algunos plumillas dibujando escenarios que solo existen en su cabeza. La realidad se moldea perfectamente en función de preferencias, intereses o sueños vinculados con utopías o con frustraciones juveniles.

El rigor que exige la academia, no obstante, comporta asumir un mínimo de cautela y, sobre todo, ajustar los argumentos a unos hechos perfectamente definidos y a un mecanismo de interrelación de estos (el método) suficientemente contrastado. Ello requiere cierta disciplina y horas de trabajo que con frecuencia no se está en disposición de asumir. Es más fácil dejarse llevar por una supuesta idea feliz, un raciocinio brillante y una prosa o una oratoria jugosa. También, claro está, se trata de empatar con la audiencia, saber lo que ésta quiere escuchar o, en sentido opuesto, incitarla mediante despropósitos provocativos. Tener, además, un grupo de conmilitones que aplaudan el exabrupto es un seguro de conquista de una inestimable parcela de la opinión pública.

"Quien tiene boca se equivoca", sí, pero también la proclividad expresiva rompe el afamado dicho de ser dueño de los silencios y esclavo de las palabras. Vivo en un entorno en el que el monopolio de la palabra profesoral es una constante que suele traspasar lo profesional a otras arenas sociales. Las equivocaciones son frecuentes y su reconocimiento raro; sin embargo, en ese terreno suelen ser veniales y la indulgencia ante la metedura de pata se expide graciosamente.

Algo diferente a lo que acontece en los deslices en otros ámbitos. ¿Qué sucede con aquellas decisiones que implican un acuerdo de convivencia con la persona a quien se jura amor eterno o con las que suponen tener un hijo? ¿Qué presume depositar toda la confianza en alguien, estudiar una carrera u otra, tomar determinada senda profesional, mudarse de sitio, perdonar? ¿Son asuntos onerosos o, más aun, determinan irreversiblemente el curso de una existencia que siempre será considerado fatídico o, por el contrario, iluminado? ¿Contó usted ya cuántas veces se ha equivocado hoy?

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