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Bata, silbato, cuchara y cazuela
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Bata, silbato, cuchara y cazuela

Actualizado 20/10/2018
Tomás González Blázquez

Bata, silbato, cuchara y cazuela | Imagen 1

Me habría puesto la bata, habría hecho sonar el silbato y habría golpeado la cazuela con una cuchara el martes pasado, si la aparente buena disposición de la Gerencia Regional de Salud hacia las reivindicaciones de los médicos y enfermeros de área (algo así somos) no hubiera aconsejado desconvocar la concentración prevista ante la Consejería de Sanidad en Valladolid. Y no, no creo demasiado en las caceroladas ni en hacer ruido delante de un edificio oficial, pero acaso sí habría dado visibilidad a un problema que los propios gestores de la sanidad regional conocen y parecen tener la voluntad de abordar. Ojalá lo hagan con acierto. De cualquier forma, habría sido un instrumento de protesta aceptable, no así la huelga que, en mi opinión, perjudica ante todo a los pacientes y recae sobre los compañeros.

Hay motivos para ser exigentes sin que esto se asemeje a una lista de quejas, pues en determinadas cuestiones, como la elaboración del calendario laboral, hasta ahora se ha dado por hecho que los sanitarios de área somos un personal de segunda, y se ha consentido el incumplimiento, en el día a día de los centros de salud, incluso de la normativa aprobada en Valladolid, convertida en papel mojado. Otros agravios comparativos están ahí y su consolidación no haría más que disuadir a algunos profesionales, tan necesarios, de quedarse en Castilla y León o de venir a trabajar a nuestra comunidad autónoma. No obstante, la política de personal sanitario requeriría un plan nacional, que en todas las regiones cuecen habas y no huele demasiado bien el guiso de ninguna, pero a menudo da la impresión de que cada gerencia de ámbito provincial toma sus iniciativas y se las ingenia para ir tapando sus agujeros. Cada vez con menos éxito y con más oquedades que cubrir. ¿No sería mejor un gran pacto nacional para conservar y cuidar ese gran patrimonio que es el personal sanitario?

Otro asunto que animaría, de entrada, a tirar de bata, silbato, cuchara y cazuela es el futuro de la sanidad rural. Claro que es deficitaria y claro que no va a ganar por sí misma la batalla contra la despoblación, pero como no existen fórmulas mágicas para mantenerla, convendría quitarse la bata, guardar el silbato, devolver la cuchara a su cubertero y la cazuela a su alacena, y plantear seriamente qué hacer para reorganizarla. Como en tantos otros debates, surge la disyuntiva entre calidad y cantidad, que en la asistencia sanitaria puede traducirse en variables como el número de consultas que se pasan en un determinado consultorio rural (tres veces a la semana, dos veces al mes, nunca, todos los días de lunes a viernes?), el profesional que las pasa (el médico de cabecera, el del pueblo de al lado que quita una hora a sus pacientes para repartirse con otros, un médico de área, un sustituto puntual de los que no hay?), el tiempo que es factible dedicar a cada paciente, la distancia entre los núcleos de población donde pueden surgir urgencias o puede haber pacientes que requieran visita regular o frecuente en su domicilio? Hace menos de un año sugerí algo que no comparten muchos políticos del gobierno y de la oposición ni aceptan las plataformas que dicen defender la sanidad pública: menos consultas, mejores consultas.

Además de la consulta ordinaria hay que pensar en la atención continuada, las guardias: si las hacen un médico y una enfermera que en caso de salida (es habitual) dejan el centro de salud cerrado, si son dos médicos y una enfermera que en caso de aviso dejan en el centro o envían a un domicilio a un médico solo, o incluso la nueva modalidad puesta en práctica en Puebla de Sanabria de sustituir un médico por una enfermera cuando no se encuentre médico que haga la guardia. ¿Se logrará algún día contar con dos equipos completos de medicina y enfermería en cada centro de salud, o al menos en todos en los que, por población y/o dispersión de la misma, sea lo aconsejable?

Por último, se da la circunstancia de que, aún en estas fechas distantes del 31 de diciembre, algunos médicos de área, que trabajamos por horas, han llegado a la jornada máxima anual de trabajo que permite la ley. Y pese a su voluntad de continuar trabajando se ha dado la orden de que no se les asigne más jornada, quizá por la presión de alguna fuerza sindical. Incluso se les ha hurtado su jornada asignada en el calendario oficial aprobado a comienzos de año. Bien está que se respeten las normas (todas), y que se controlen los descansos de quienes asumimos una tarea tan delicada, pero ante la situación excepcional de falta de médicos bien se podría reflexionar si no conviene autorizar a que aquellos que accedan a trabajar puedan hacerlo, siempre que no haya ningún médico desempleado al que se le esté hurtando su derecho a trabajar y que a quienes no deseamos superar la jornada máxima legal no se nos obligue a hacerlo por unas mal entendidas "necesidades del servicio". Tampoco vendría mal que los liberados sindicales, que incomprensiblemente cobran las guardias que no hacen, arrimaran un poco el hombro. Yo les prestaría gustoso la bata por si la han olvidado con su silbato, su cuchara y su cazuela en la mochila de la última marea blanca, porque seguro que en alguna movilización para la causa de los profesionales de área no habrá sido.

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