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Prostitución y el Gobierno
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Prostitución y el Gobierno

Actualizado 18/10/2018
Félix López

Ya saben quienes leen lo que escribo que yo no sé cuál es la mejor forma de afrontar el problema de la prostitución, porque no creo que tenga solución. Por tanto, tendremos que conformarnos, en el mejor de los casos, con intervenciones basadas en el "mal menor".

Nuestro Gobierno despacha estas cosas con ideología barata.

Una ministra despide a su segunda, porque había dado luz verde a un sindicato de "trabajadoras del sexo". La ministra asegura que ella es abolicionista, no puede aceptar que se compre y venda la actividad sexual. Preserva su pureza moral, pero no afrontan la realidad.

En Andalucía, un grupo de políticos socialistas se han gastado 32.000 euros de dinero público, en servicios de prostitución (¿hasta dónde puede llegar la impunidad?). La presidenta se rasga las vestiduras y nos revela su moral más pura: es intolerable, me indigna, yo soy abolicionista (¿cómo es que no ha conseguido el PSOE, que lleva más de 40 años gobernando en esta comunidad, abolir la prostitución?).

La Iglesia católica es también abolicionista, pero reserva la condena de unos y otras para la vida eterna, (¡tan eficaz, como los políticos!). Pero la Iglesia, a diferencia de nuestros políticos, comprende la debilidad humana y ofrece una solución terrenal: confesión, arrepentimiento y propósito de la enmienda; con una ventaja, puedes confesarte cada vez que lo hagas y, eso sí, cuida no te vayas a morir en pecado mortal, entre en una y otra confesión.

El Gobierno y la Iglesia son abolicionistas, como el feminismo radical, porque aunque hay feministas menos doctrinarias, el Gobierno fía los votos al discurso que considera más rentable electoralmente.

Personalmente soy éticamente abolicionista, no deberíamos vender ni comprar la actividad sexual (¡Ojalá la libertad de seducir y tener relaciones nos llegara a todos, en condiciones de libertad y ética¡); pero reconozco que este problema no tiene una buena solución social: siempre ha habido personas que por diferentes razones están dispuestas a comprar actividad sexual (dificultades para seducir, limitaciones de diverso tipo, soledad que no saben resolver, insatisfacción con la pareja, compulsión a experimentar, personas sin escrúpulos éticos en este tema, etc., etc.) y personas dispuestas a vender contactos, caricias y relaciones (obligas por quienes las explotan, sufrir necesidades económicas graves, ser refugiadas, preferir este trabajo a otros, deseo de tener altos ingresos o un estilo de vida elevado, etc., etc.).

En Cuba, la mujer de Raúl Castro, Vilma, de la que a pesar de las diferencias ideológicas, entre otras, llegué a considerarme amigo, por su autenticidad y sinceridad radical, me preguntó, en una ocasión: "Félix, ¿qué podemos hacer para eliminar la prostitución? Lo conseguimos al inicio de la revolución, las prostitutas fueron a trabajar a los cafetales voluntariamente". A lo que le respondí: "No hay solución y me temo que nunca desapareció del todo. Desde luego hoy día (estábamos en la década de los 80-90) no tenéis solución posible. Hoy mismo me han comentado que el rector de vuestra universidad gana al mes entre 15 y 20 dólares, menos que una jinetera en un acto sexual con un turista, por ejemplo. Y ya sabes las penurias que están padeciendo muchas cubanas", "hay familias que se sienten felices de tener una prostituta que les trae recursos".

No basta la ideología (comunista o feminista), ni la religión para abolir la prostitución. ¿Y si nos plantemos otras actuaciones más realistas que mejoren la salud sexual de los ciudadanos, con educación sexual y ética de las relaciones sexuales y amorosas, programas de formación e inserción laboral de las mujeres prostitutas que lo deseen, protección de la salud de las que ofrecen estos servicios y de sus clientes, permitir que puedan asociarse las mujeres que ejercen este oficio para disponer de servicios jurídicos y de seguridad frente a los abusos de todo tipo, etc.? Algunas ONG hacen cosas bien interesantes, ¿qué hace el Gobierno?

A la vez, deberíamos sacar de la calle esta oferta de actividad sexual, porque los seres humanos hemos aprendido a llevar estas actividades a la intimidad. No se trata de ser hipócritas, sino de respetar al resto de la población y evitar situaciones degradantes para prostitutas y clientes.

Cuando un problema no tiene buena solución, es un hecho que debe ser afrontado lo mejor posible. Negarlo o evangelizar políticamente, como hace este Gobierno, y han hecho en España todos los demás, es una irresponsabilidad.

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