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La piel de la que estamos hechos, Curtidos Casa Rodero
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artesanía del cuero, aroma a tradición

La piel de la que estamos hechos, Curtidos Casa Rodero

Actualizado 14/10/2018
Radio Guijuelo

"Hay oficios ancestrales que nos devuelven a lo más hondo, a la calidez primigenia del cuero"

El olor del cuero tiene esa sedosa persistencia de la memoria que nos acaricia y nos recuerda aquello que perdura, como perdura aún en la ciudad letrada el gusto por las cosas bien hechas, los pequeños negocios familiares que se asoman a las calles del centro desafiando a la modernidad con esa constancia de la tradición, de la tienda de toda la vida que resiste al paso del tiempo y de las costumbres.

En el corazón de lo que era la Salamanca comercial -la Plaza del Mercado, Pozo Amarillo, la Calle de San Pablo, el Corrillo de la Hierba- redondeando con sus escaparates la entrada a la calle Meléndez, la tienda de Rodero tiene esa simetría de cajones de madera donde guardar el género, ese mostrador de madera hendido por el corte y ese recuerdo del que fue el fundador de un negocio por el que han pasado tres generaciones. Más de setenta años de servicio dedicados al comercio desde que Florentino Rodero abriera su tienda en la otra esquina, ahí donde ahora está Musical Iglesias, para trasladarse después a lo que era Calzados Danubio, negocio del que mantuvo sus característicos escaparates curvos en chaflán y ese espejo a ras de suelo que refleja los baldosines originales y el paso de los clientes que también se tomaban la medida para encargar sus botos camperos, sus zapatos de piel para caminar las calles de una Salamanca bulliciosa.

La piel de la que estamos hechos, Curtidos Casa Rodero | Imagen 1Una Salamanca con tradición de curtidos ancestral que recibió privilegios reales en el siglo XVIII y que se realizaba, ahí más abajo, en las riberas del Tormes donde Miguel de Lis hiciera su fortuna y Carlos Luna, aquel que trajo la luz eléctrica a Salamanca, también se atreviera con el negocio de la tenería.

Curtir la piel de la cabaña ganadera de la provincia era un trabajo sucio y desagradecido, pero una vez apartada la carne, el pelo, la sangre y el nervio, la piel del animal, pergamino donde escribir la historia, se hacía cartera, cinturón, zapato, monedero, funda, rienda, guante, cordón y se convertía, con el paso del tiempo y el roce de la mano, en parte de la piel del hombre. El hombre que se cubre con el cuero que acaricia y que resguarda del frío guardando el dinero, el tabaco y lo más querido del olvido.

Qué cualidad cercana tiene el cuero, qué aliento de caballo caliente y sedoso una vez domado y convertido en el cordón de la memoria, aquel que nos ata con estrecho nudo a ese pasado que conjuramos con el uso.

Por eso Jesús Yenes, el alma y el conocedor de esta técnica ancestral, coloca el círculo de cuero sobre la tabla para los trabajos de corte, hendida por la cuchilla de zapatero que se clava erguida justo al lado y con los gestos del que sabe, convierte el cuero en un finísimo hilo. Filigrana de artesano, pericia de sabiduría.

Ecos de tradición, redoble del pasado, la enorme romana sobre el mostrador donde pesar los recortes de cuero que pide un cliente con las pequeñas pesas que equilibran el presente con las muescas del mostrador de madera, el largo palo para alcanzar lo que está fuera de nuestro alcance y la hermosa bola de bronce que remata la escalera de caracol. Gira la pieza de cuero del lomo, la de la barriga no vale porque estira mucho, mientras Jesús nos cuenta la historia del rey que le debía un favor a un curtidor quien, al ser requerido, le contestó que quería un terreno que midiera lo que alcanzara la piel de una vaca. Una piel que cortada con pericia se convierte en la larguísima tira con la que rodear un país.

Al filo de la cuchilla de corte, de la navaja, de la tijera, de los útiles antiguos pulidos por el uso y afilados por el dominio de la piedra, el artesano nos recuerda el tiempo en el que eran las manos del hombre las que fabricaban los objetos cotidianos. Fundas, zapatos, guantes de conejo, de franela, de piel, sombreros, zapatos, guarniciones para el caballo y para el charro que recorre el campo de la Salamanca de la dehesa, zurrones de cazador, el hombre se cubre de cuero y rodea lo que ama con la capa protectora del animal. La cartografía de la piel no nos recorre solo a nosotros, acaricia al caballo, ata a nuestro lado al perro fiel, le toma el pulso a nuestra muñeca. Ese cuero que sustituimos por el plástico innoble que contamina y mata, ese cuero que resiste al tiempo y acompaña nuestros pasos.

Tiene olor esta tienda a campo cálido. El mismo que recorre el cazador y el que atraviesa el pescador para apostarse en las orillas de la paciencia. Anselmo, el inolvidable personaje de la película El pastor, de Jonathan Cenzual Burley, entra en Rodero a comprar los cartuchos para la escopeta y los salmantinos reconocemos el sonido del cajón al cerrarse, el peso hueco del cartucho, el olor a cuero de este comercio de la memoria. Hay oficios ancestrales que nos devuelven a lo más hondo, a la calidez primigenia del cuero, a la necesidad de la caza, a la caricia de la materia. Por eso corta el patrón del corazón Jesús Yenes con la maestría de quien no malgasta nada, de quien aprovecha el recorte para otra cosa, convencido de su valor y de su necesidad. Es el tiempo de lo imprescindible, de lo que no sobra, de lo que dura, de lo que se mantiene. Persistencia de la memoria, recuerdo de lo justo y necesario, de lo que no se despilfarraba sino que era imprescindible. Ese olor de un tiempo lejano, cercano a la tierra y a la esencia de las cosas. Cortamos el patrón del corazón, la Salamanca incipiente de comercio y publicidad casi inocente El que mejor y más barato vende. Y lo cosemos con una máquina de zapatero de las que vendían mi padre y mi tío, duras y feroces para morder el cuero con ese presente que es nuestro y que nos atrapa con la red del pescador. Modernidad y tradición. Volutas de escayola y madera memoriosa. Cristal hacia la calle donde asomarse al tiempo que pasa, cliente que atraviesa el dintel que huele a la esencia de la piel que nos habita.

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