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La hora de los laicos
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La hora de los laicos

Actualizado 08/10/2018
Ferenando Segovia

La hora de los laicos | Imagen 1

Hasta el día 20 de septiembre de 2013, en las parroquias en las que ahora ejerzo el ministerio presbiteral, había cuatro párrocos. Ahora, cinco años después, hay uno y medio, bueno?digamos dos. Pero a uno de ellos le nombraron canónigo hace pocos meses y al otro Vicario diocesano de Pastoral hace pocos días. ¿Está la Iglesia en crisis? Todo da a entender que sí. ¿Está en peligro de desaparecer la Iglesia en Salamanca? Podría ser. Torres ?nunca mejor dicho- más altas han caído. Y así, por ejemplo, las Iglesias que evangelizaron España, que muy probablemente fueron las del Norte de África, donde poco más adelante florecería el genio cultural, filosófico, teológico y pastoral de San Agustín, fueron cayendo en decadencia por la componenda monofisita, que prepararía desde dentro mismo de aquellas Iglesias el triunfo relativamente fácil del Islam, que ciertamente se apoyó en el uso de la fuerza militar, pero que encontró el terreno abonado por la decadencia espiritual interna de las comunidades cristianas. Aquel gran fracaso cristiano, corroborado setecientos y pico años después por la toma musulmana de Constantinopla, no terminó con la Iglesia. ¿Corremos el riesgo de que ésta desaparezca en Europa en este Siglo XXI o de que quede reducida a una exigua e insignificante minoría? Sí, corremos.

Claro que, mirando las cosas de la historia a largo plazo con perspectiva creyente cristiana, sabemos que la Iglesia tiene que desaparecer, porque, al contrario de lo que les sucede a las células neoplásicas ?el cáncer, vaya-, en el ADN de la Iglesia opera una propiedad, la apoptosis espiritual, que dará necesariamente paso a una realidad Nueva, la Nueva Creación, el Reinado de Dios. Esa quimioterapia universal fue inoculada en la historia por la Resurrección de Cristo y su Ascensión. Las células sociales van adoptando esa cualidad -morirse pacíficamente cuando les llega su turno- de manera a veces explosiva, otras silente y con ritmo evolutivo cuya cadencia sólo Dios controla. En fin, como no estoy del todo en la mente de Dios, opino que no estamos todavía en esa crisis final, pero estoy convencido de que el Reinado de Dios avanza inexorablemente con un ritmo que sólo Él conoce.

Así que, apoyándome en lo que me es dado experimentar y pensar, tengo para mí que esta crisis de falta de clero es, desde luego un problema grave, pero es también una ocasión de gracia, o sea, una oportunidad que Dios nos da para enderezar el rumbo y hacer las cosas mejor, "como Dios manda y la Iglesia nos enseña", que se decía antes.

Ateniéndome a esto último, lo que enseña la Iglesia está bastante claro en el Concilio Vaticano II, finalizado hace cincuenta y tres años, después de que yo naciera. Se ve que la Iglesia le da mucha importancia porque el Papa que lo inició, Juan XXIII, ya fue canonizado y el que lo finalizó, Pablo VI, lo será felizmente dentro de pocos días.

El Vaticano II abrió las ventanas y puertas de la Iglesia para que se ventilara, para que el Espíritu Santo que estaba dentro de ella, pero también fuera, circulara a sus anchas limpiando el moho de la costumbre y asfixiando las bacterias anaeróbicas de la autorreferencialidad, como denuncia reiteradamente el Papa Francisco, y la vista se expandiera por el ancho horizonte del mundo, parábola y metáfora del Medio Divino que guió a Theilard de Chardin, curando así la presbicia, efecto secundario de estar centrada en el propio ombligo.

Una de las puertas que el Concilio empezó a abrir, pero que todavía está entornada, no abierta de par en par, es entender la Iglesia como relacionada con el Pueblo de Dios. El Bautismo es la fuente de todos nuestros derechos dentro de la Iglesia. Todos los bautizados somos corresponsables y, por lo tanto, el trabajo en equipo, en red, en "comunión", se impone; los laicos deben y pueden ser también colaboradores de los obispos; el clericalismo es un vicio a evitar.

¿Y qué es un laico? (o una laica) Desde luego no es el que está "al laíco del cura"; tampoco lo entiendo como el que se opone a una vivencia pública de la fe cristiana, o religiosa, en general, imponiendo que las creencias se recluyan en el ámbito de la estricta conciencia individual, o todo lo más en la sacristía, en la catequesis, en la madrasa, o en el monasterio budista. Un laico cristiano es el que pertenece al "laos", que en griego significa pueblo, al Pueblo de Dios.

Está por abrir del todo la puerta de los laicos dentro de la Iglesia, hay mucho terreno para avanzar en la responsabilidad asumida. No tiene sentido que las mujeres, que son más de la mitad de los bautizados, tengan tan pocas responsabilidades en la Iglesia. Y algo similar pasa con los jóvenes. Y no se diga que no están capacitados por falta de experiencia, que 16 años tenía el rey Alfonso IX al convocar las primeras cortes democráticas en 1188 en León, 25 años contaba D. Juan de Austria cuando comandó la escuadra cristiana en la batalla de Lepanto y Alejandro Magno, fallecido a los 33 años, la misma edad que se atribuye a Cristo, había extendido su influencia cultural, comercial y militar hasta la India.

Para los sacerdotes este cambio de mentalidad y de práctica eclesial va a ser muy beneficioso, pues nos dará sosiego espiritual y tiempo para dedicarnos a lo que nos tenemos que dedicar, de modo que, como consecuencia del desarrollo del compromiso bautismal de los laicos dentro de la Iglesia, el ministerio presbiteral quedará mucho más claro: entre otras funciones, podremos animar espiritualmente y acompañar a los laicos para que vivan su compromiso bautismal en la familia, en la economía, en el arte, en el deporte, en el sindicalismo, en la educación, en la investigación científica y médica, en la milicia, en la política, en los medios de comunicación y en todos los sectores de la sociedad.

Antonio Matilla, sacerdote secular.

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