"Si me pongo delante de una orquesta, todo lo que haga cuando se levanta el telón, tiene que ser digno"
Tiene Álvaro Lozano la voz hermosa y poderosa de un barítono y los ademanes grandiosos de quien domina la música de las esferas. A Salamanca le ha crecido un Maestro Salinas que habla con las manos; llena de música y risa cada palabra plena de alegría, de intensidad, armonía universal, arrebato de gracia y de belleza. La suya, una sinfonía de gestos y risas, instrumento todo él de su apasionado amor a la música y a la ciudad que le acoge, a la ciudad que ama, pentagrama de piedra en los ademanes y las palabras de un artista intenso e inmenso.
Charo Alonso: ¿Cómo llegaste a la Joven Orquesta Ciudad de Salamanca? ¡Tienes una trayectoria increíble! ¡Somos afortunados!
Álvaro Lozano: En la Orquesta vieron mi currículum y después de comprobarlo me dijo Víctor Moro: "Te doy una oportunidad". La verdad es que es un currículum muy amplio, quizás excesivo, porque empecé como pianista acompañando a cantantes y después hice estudios de canto. Eso sí, cuando los terminé, me surgió la oportunidad de trabajar como actor en la Compañía de Teatro Clásico de Madrid y ahí estuve haciendo Segismundos.
Ch.A.: Pero te pudo la música?
A.L.: Me salían cosas como actor, pero yo buscaba algo más, entonces gané una beca para estudiar en Italia y tomé una decisión porque no podía olvidar doce años de estudio profesional en la música. Y seguramente me iba a ir bien participando en óperas como actor y cantante. ¡Era alumno de Elsa Ferrari, que había colaborado con la Callas! Ella me escuchó y me dijo que me acogía en su clase, y ahí continúe con el canto y empecé a estudiar dirección. Supe entonces que tenía que compaginar ambas cosas. Aprendí una manera de dirigir muy visceral, muy libre.
Ch.A.: Elegiste quizás lo más difícil.
A.L.: Y tan difícil, porque seguí en París aprendiendo con una beca que, como casi todas, cubría la inscripción y poco más? Estudié en París, casi malviviendo, aunque ahí se pusieron mis amigos en acción y me dejaron dinero para continuar mi formación, dinero que devolví religiosamente.
Ch.A.: ¿Cuál es la tarea del director de orquesta? ¿Es bueno que haya sido antes intérprete de un instrumento?
A.L.: Yo soy músico, no se me escapa nada y sé cómo ayudarles. El director de orquesta es el que sabe todo lo que les pasa a sus músicos y el hecho de ser cantante también ayuda. Lo malo es que la gente es muy específica y muchas veces no se han llegado a creer que yo haya estudiado las tres disciplinas y mucho menos que domine las tres. Sin embargo, para ser un director de ópera el hecho de conocer a los músicos y cantantes es muy enriquecedor.
Ch.A.: ¿No echas de menos cantar?
A.L.: Canto en los ensayos, de vez en cuando tengo oportunidad de cantar. Y mi pequeño proyecto tiene mucho que ver con el canto: Quiero hacer un curso de canto que se convierta en una ópera estudio. Os voy a explicar lo que es: Consiste, por ejemplo, en seis encuentros, uno al mes, para después, al séptimo, hacer una ópera. Coger a los alumnos para un curso en el que se prepararían y estudiarían todo el rol, con la fonética, lo técnico, todo? Hacer una selección de los mejores y con ellos poner en marcha la ópera estudio. Es una forma muy bonita de trabajar si se hace para enseñar, si se hace para ganar dinero, no. Es una oportunidad de debutar en buenas condiciones para la gente y, además, con la seguridad de que es tu maestro el que va a estar en el foso dirigiéndote. Yo los preparo, yo les dirijo y les transmito una pasión por este oficio que se ha olvidado.
Ch.A.: ¿Se ha olvidado la pasión por la música clásica? Más bien la conocemos poco.
A.L.: No hay criterio en el público, hay mucha confusión. No sabemos música y todo nos parece bien. Estas clases tendrían las puertas abiertas, no se trata de una Master Class al uso, sino ensayos con las puertas abiertas para que la gente acuda, aprenda, oiga, sepa. Lo abierto de la ópera estudio es que no es un curso cerrado, ni una Master Class carísima porque no se trata de ganar dinero, sino de querer hacer un proyecto abierto a cualquiera que quiera cantar ¡Aunque no sepa música!
Ch.A.: Si me aceptas a mí como alumna te aseguro que eso sí es un riesgo.
A.L.: Yo me arriesgo siempre, cuando preparo un programa con la orquesta, cuando preparo un proyecto. Imaginaos lo que es que mucha gente quiera cantar, quiera estudiar música porque no la podemos entender si no la conocemos. Hay que hacerlas más gordas, podemos hacer mucho más, arriesgar más.
Ch.A.: Salamanca ya tiene sus agrupaciones musicales, su conservatorio ¡Su orquesta! ¿Qué te gustaría hacer aquí?
A.L.: A mí me gustaría estar aquí. Este proyecto lo hago en Canadá pero me gustaría hacerlo aquí. Se llama 'Opera for alls' y se dirige a gente que quiere cantar. ¿Quieres cantar? Vente conmigo. Funcionaría aquí de la leche con zarzuela, preparando un megacoro con toda la gente que quiera cantar. Yo me encargo del coro, aunque no sepas música. Así se hace con las clases de la ópera estudio. Imaginaos, todo aquel que quiera cantar, que aprenda? Se hace un concierto y salgo como los toreros.
Ch.A.: ¿Y qué te haría falta? Es una idea genial, pero necesitas una sede, una institución que te apoye? ¿Con qué cuentas?
A.L.: Hacen falta ganas, apoyo de las instituciones, claro, hace falta una sede, un espacio. Cuento conmigo mismo y con la gente que me quiere, es verdad que hay que tocar la puerta de las instituciones y estoy ahí, con humildad, insistiendo. Hay tantos espacios culturales en Salamanca que ahora están vivos? Imaginaos, tenemos la orquesta, hacemos la escuela de canto y tenemos un coro que puede cantar con la orquesta.
Ch.A.: El público medio no se interesa por la música clásica? No sabemos.
A.L.: Gozar la música clásica es ponerse manos a la obra, no puedes gozar una ópera si no la conoces, la tienes que preparar un poco. Hay que hacer un esfuerzo. Mira, hace bastantes años, cuando Italia era una primera potencia de música, la gente sabía, la gente entendía los chistes que aparecían en las películas acerca de autores u obras clásicas. Iban a la ópera y sabían distinguir lo bueno de lo malo, tenían criterio y cuando algo les gustaba se llevaban hasta las piedras del teatro. Ahora no existe ese conocimiento, los autores contemporáneos no se conocen y la ópera es un género que ya no da más?
Carmen Borrego: Álvaro, los musicales estaban en declive y ahora se hacen. Se puede revertir la situación.
A.L.: Es verdad, y eso habrá que aplicárselo a la ópera. Este macroproyecto de hacer que la gente quiera cantar es un ejemplo. Si quieres aprender y no sabes música y consigues cantar en una ópera ¡Cómo mola! Aquí se pueden hacer muchas cosas, montar una zarzuela, una ópera, hablar con la Universidad, hacer que de la Facultad de Bellas Artes salgan escenógrafos... Se puede dar una oportunidad desde el punto de vista didáctico, es decir, vas a aprender a diseñar un programa, un logo, un vestuario, un decorado? y lo vas a hacer para un proyecto en concreto, para una ópera ¿No sería fantástico? ¡La Unificación Musical Salmantina! Quizás nos falte la oportunidad, el deseo de ir a muerte, con fuerza, creyendo en el proyecto.
Ch.A.: Oyéndote parece que todo es posible. Y viéndote parece que diriges a toda una orquesta ¿Lo haces con batuta o sin ella? ¿Qué diferencia hay?
A.L.: Uso las dos cosas, es diferente dirigir con batuta. Con batuta es más difícil, tienes un objeto extraño en la mano y le tienes que dar vida, conseguir que ese palo sea parte de ti. La mano es parte de ti.
Ch.A.: ¿Y qué prefieren los músicos?
A.L.: Los músicos prefieren aquello con lo que tú estés más cómodo, porque si ellos notan que estás bien con el palo, ellos lo estarán también, y si te notan incómodo estarán incómodos. Tú eres el transmisor de aquello que tienen que tocar excelentes intérpretes en conjunto. Yo, unas veces uso batuta ?Mahler, Bruckner? y otras no. En el musical en Bilbao, Franciscus, tenía a cuarenta personas en el foso y lo dirigí a lo sinfónico, a lo animal, y llegué a un estado de expresión en el que hay que dejar el palo.
Ch.A.: Trabajas en la Orquesta con Víctor Moro. ¿Cómo decidís los dos el programa?
A.L.: Somos dos directores en la Orquesta y hay que consensuar. Luego, además de trabajar con los músicos, existe otra parte del trabajo: atender a los medios, tratar con las instituciones, ser diplomático?
Ch.A.: ¿Te consideras un buen director?
A.L.: Los treinta años que llevo estudiando música me hacen mejor director. Un director no solo sabe de música, sino de psicología, yo tengo que guiñarle el ojo al fagot si, por ejemplo, siento que no lo está haciendo bien, y tengo que saber por qué. El director es un músico que hace que otros músicos hagan la mejor música que saben, es quien tiene que generar buen rollo. Siento que soy un buen director porque siento la energía de la orquesta, capto los problemas que puedan tener los miembros de la orquesta y no como un padre, sino como un guía, un pastor.
Ch.A.: ¿Hay que sacar el látigo con ellos?
A.L.: El látigo no sirve para nada. El director que va enfadado a un ensayo no le resuelve nada al músico que tenga un problema y no dé un buen sonido. Yo quiero que el intérprete me dé el mejor sonido, y si estás mal no lo vas a hacer, yo quiero que estés bien. Por ti, y por el sonido que necesito. Y esta orquesta es fantástica.
Ch.A.: Grandes directores de orquesta se ponen de moda y se habla de ellos?
A.L.: Quizás sea cierto que hay modas, modas y políticas de agencias. Son grandes músicos que deben tocar en muy diferentes sitios del mundo y es demasiado, tienes que dar demasiado. Hoteles, viajes, lugares diferentes? es muy complicado y si lo que das es mucho más de lo que recibes, puedes llegar a quemarte muy pronto y no hacer un buen trabajo. Yo, si me pongo delante de una orquesta, todo lo que haga cuando se levanta el telón, tiene que ser digno. Me he recorrido el mundo entero sabiendo eso y no estoy cansado, pero un ritmo diferente, más acusado, acaba con ese director que termina dando muchísimos conciertos como quien va a la oficina.
Ch.A.: ¿Cómo resolvemos la pésima calidad de la enseñanza musical en España?
A.L.: No solo es la enseñanza. Nosotros llevamos a los niños a clases de música pero luego en casa no ponemos un concierto en el estéreo. No hay una enseñanza adecuada de la música. De todas formas, el poder lo tenemos nosotros. Hay que pedir un cambio, reivindicar la cultura, generar la necesidad de que haya cultura para todos. Las instituciones caducan y yo insistiré. Quiero enseñar música a toda la gente, y creo que éste es el momento en el que las instituciones escuchan. Mi proyecto no está movido por el interés, sino buscando gente que tenga el gusto por cantar y cante.
Ch.A.: ¿Y la enseñanza en el Conservatorio?
A.L.: En los conservatorios se practica poco. La enseñanza del conservatorio pienso que es algo que el alumno quiere quitarse cuanto antes de encima para seguir aprendiendo. El programa está lleno de elementos innecesarios y se deja a un lado la práctica del instrumento.
Ch.A.: Tu trayectoria te avala en cualquier parte. ¿Por qué Salamanca?
A.L.: Viví seis años en Florencia y Salamanca es lo más parecido a Florencia que he encontrado. Allí se respira a Dante, a Da Vinci? Aquí respiro literatura, a Unamuno, a todos los que han pasado por esta ciudad. Me quiero quedar en Salamanca aunque la vida del músico te lleva, por ejemplo, a Toronto o a dirigir al teatro de Bilbao. Es así.
Ch.A.: Eliges programas modernos que no conocemos y defiendes la zarzuela. ¿La mezcla es tu sello personal? Por cierto, a mí no me gusta la zarzuela.
A.L.: Creo que sí, me arriesgo, quiero ir más allá y voy sin red, explicando las cosas, sintiéndome apoyado por la gente que va a mis conciertos. Si no viera que están contentos, no seguiría. Y lo hago así, mezclando, buscando esa "zarzuelópera" que defienda la zarzuela. Quizás a ti no te gusta porque la recuerdas así, muy casposa, muy cutre, muy poco trabajada. Pero no, el género chico es muy grande, no hay que acordarse de aquellas compañías que la tocaron mal.
Ch.A.: ¡Me quedo con un concierto de cámara! ¿Te gusta ese formato?
A.L.: Sí, a mí se me ve la calva, digo, la cámara, claro que soy de schubertiadas a muerte. Pero prefiero tener cien personas de coro y noventa de orquesta. Mirad, tuvimos una noche mágica en la que pusimos un concierto de Leshnoff moderno con dos percusionistas y orquesta y luego una selección de piezas de zarzuela. Fue una noche legendaria y fui tan a muerte que acabé dirigiendo y cantando una romanza. Ese es el ejemplo de lo que yo quiero hacer, mostrar lo nuevo y ponerte una zarzuela, que es un género que no tiene nada de chico. Cuando consideras el escenario tu casa puedes hacer todo lo que quieras, con pasión, con buen rollo. Y el público lo acepta, le gusta.
Y el aire se serena tras esa pasión no usada que interpreta desde el corazón Álvaro Lozano. La música extremada, en el verso de Fray Luis de León, se viste de hermosura en su persona. El maestro no reposa, el andante no termina, la música le rodea como un aura poderosa: Álvaro Lozano.