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El Estado que debemos reclamar...
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El Estado que debemos reclamar...

Actualizado 04/10/2018
Miguel Mayoral

La historia la hacen los historiadores. De toda historia se pueden sacar siempre unas conclusiones. La sola sucesión de acontecimientos carece de sentido si no se acierta a la hora de interpretar su significado. Los hechos son producto de circunstancias

La historia de España pone de relieve tres defectos básicos, los cuales una y otra vez han marcado el sentido de nuestra convivencia: la debilidad del Estado, el desequilibrio social y la falta de instrucción popular. Estas tres graves deficiencias no han dejado de estar presentes durante siglos. Apenas durante un corto espacio de tiempo hemos tenido en España un Estado capaz de defender los intereses del conjunto del país frente a las amenazas exteriores o la corrupción interna. En cuanto a los desniveles económicos parece que se han ido amortiguando durante el último siglo dejando de ser causa de insolidaridad social y agresividad fraticida. Por otro lado la educación a logrado situarse en cotas altas pero no se ha logrado del todo ofrecer escuela y cultivo espiritual a las nuevas generaciones.

La voz de una historia tejida de carencias fundamentales se hace escuchar siempre con patetismo. De estas deficiencias, la primera que hay que rectificar es la debilidad del Estado, por su incapacidad secular de traer la paz y el progreso a la vida nacional. Entre otras cosas por una falta de autoestima cultural fruto de una leyenda negra impuesta desde el exterior por los enemigos de una nación que fue y ha sido la más grande de todo los tiempos en todos los aspectos, tanto geográficamente, culturalmente, y científicamente. Sin España el mundo no sería como es ahora. La historia de todas las naciones del planeta forman parte de la historia de nuestro país.

Sin embargo, el ejercicio pleno de la función integradora de la sociedad a que responde la existencia del Estado es básica para la España de hoy. Sin un Estado más fuerte y seguro de sí mismo, no podemos progresar pues los recursos se nos van cada vez más por la patilla. No se trata de crear un Estado con más competencias materiales o intervenciones económicas, sino un Estado más eficaz, mejor asentado en la sociedad, que no olvida su historia y su lugar en el mundo, y más capaz de impulsar iniciativas. Un Estado arbitro de las comunidades autónomas en las que se deben disfrutar los mismos derechos y deberes, sin fronteras administrativas. Un Estado que defienda su lengua oficial sin cobardía. Un Estado que sea capaz de ser el faro, y la fortaleza de los ciudadanos que no deben sentirse discriminados por el lugar geográfico donde viven, y sentirse defendidos en todos sus derechos, de cualquier tipo, frente a cualquier tipo de agresión interna o externa. El problema migratorio, cada vez más alarmante, está poniendo cada vez más en tela de juicio la equiparación entre los ciudadanos nacidos aquí, y los que llegan. Pues no son individuos con los mismos valores culturales y religiosos, sino todo lo contrario. El trabajo de la integración no es baladí, en un país donde la pobreza y el paro no escasea, y la falta de gestión política frente al envejecimiento de la población es patente. La falta de una coherente política migratoria llegará a generar problemas, y genera, de todo tipo en un corto plazo, pues todo choque genera violencia. Otros países europeos de nuestra misma órbita cultural cuentan con Estados nacionales robustos, y eficientes, compenetrados con sus respectivas sociedades, a cuyos intereses interiores y exteriores suelen servir con acierto. Estos Estados tienen a su cargo, junto a las funciones tradicionales, otras que obedecen al nuevo signo de los tiempos, pero no asfixian la espontaneidad y evolución de la sociedad, ni se convierten en parasitarios de ella. Tanto el Gobierno central como los autonómicos parecen que tan sólo están pendientes de su política económica, que se reduce a la recaudación de tributos a los ciudadanos y a las empresas.

En un Estado avanzado la red del gobierno funciona sin bloqueos internos e incide en la vida social con iniciativas, estímulos y prestaciones. Un Estado así, que sepa reducir los excesos de poder interior y exterior, afirmar la justicia social, y asegurar la continuidad cultural de la sociedad que lo sostiene, es el Estado que debemos reclamar para España. Un Estado que sepa portar con orgullo su bandera, además de defenderla.

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