«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros» (Mc 9,38).
«No era de los nuestros». Así rezaba el título de una conocida novela. «No es de los nuestros», es el origen de discriminaciones e intolerancias. «No es de los nuestros» es un veneno mortífero, que cuando entra en un grupo, de cualquier clase, cierra la puerta al diálogo y comunicación con los demás. «No era de los nuestros» (Mc 9,38).
Tenemos la tentación de monopolizar a Dios y todas sus acciones. El evangelio de Marcos (Mc 9,38-43) hace notar a Jesús un hecho inaudito: «Maestro, hemos visto a uno que expulsa demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no era de los nuestros». Quien expulsa los demonios no pertenece a la comunidad cristiana, no comparte ni la vida ni las estructuras del grupo de los discípulos, pero actúa en nombre de Jesús. La actitud de los discípulos es de aquellos que no toleran ni aceptan que el bien y la verdad existen también fuera del propio grupo. Y lo cierto es que ningún grupo o movimiento debe creerse en posesión exclusiva del poder, de la gracia, o de la verdad del reino de Dios anunciado por Jesucristo. Ahí está el problema: «no es de los nuestros». No es de nuestro grupo, no tiene nuestras ideas, no habla nuestra lengua, no es de nuestra raza. Es más, puede ser un peligro para nosotros y puede llegar a ser nuestro enemigo. No importa lo que es, no importa lo que haga, que sus obras sean buenas, que trabaje por la justicia y la paz, que viva el evangelio. «No es de los nuestros». Los celos porque otros puedan hacernos sombra en materia de anunciar a Jesús son erróneos. Por eso el salmista pide a Dios que le preserve de la arrogancia que consiste en querer ser el mejor, en que nadie le haga sombra ni le pise el terreno. Alegrarse de que otros hagan el bien, lo bueno es hacerlo más grande; respetar la obra buena de otros es humildad, porque ya está dicho, todos somos constructores del reino, sea abierta, sea encubiertamente.
Jesús reprueba la actitud de sus discípulos, que sólo piensan en ellos, en su prestigio y crecimiento. Él quiere que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo: «el que no está contra nosotros, está a favor nuestro» (Mc 9,40). «El que no está conmigo está contra mí» (Mt 12,30), se refiere a que la pertenencia al Reino es una opción personal, no es lo natural. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por descubrirlo y entrar en él. Para entrar en el reino hay que nacer de nuevo, y para ello es preciso morir a lo terreno. La pertenencia al Reino es responsabilidad de cada individuo, exige una actitud vital y positiva de cada uno. Si no están contra mí, están conmigo. Todos trabajamos para el Reino, y nada de cuanto hagamos lo hacemos para nosotros. Hemos sido salvados gratuitamente, no tenemos que ganarnos el cielo, pero sí tenemos que trabajar para que el Reino se extienda y llegue a todos. Y esto sin celos de que otros lo hagan también, aunque no sea abiertamente en nombre del Evangelio.
El auténtico creyente sabe que Dios es siempre mayor y que «el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8). La respuesta de Moisés: «¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera su espíritu en todos!» (Nm 11,29), o la de Jesús: «el que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40), condenan cualquier actitud integrista o fundamentalista y monopolizadora de Dios.
Es bueno admitir a los otros, que no son de los nuestros, pero que quieren trabajar con nosotros, "hacer milagros".
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