No hay nada como el olor a lapicero que sale de la puerta de un colegio. Olor a lapicero y a goma de borrar. Olor a aprender. A repetir las veces que haga falta hasta que salga bien. A sacar punta en la papelera, dale que dale al sacapuntas haciendo virutas finas de madera y esquirlas de grafito, negro tiznado en el dedo. Soplar los últimos restos en la cuchilla. Volver al asiento y a la concentración en la tarea entre el ruido de fondo.
Las neuronas suenan cuando piensan. La eme es un puente, una dos y tres. La ene sólo dos. La o un rabito para arriba. Sumo dos en una mano y tres en la otra. Suelto el lapicero, y voy tocando con los dedos, ya separados, en la frente, en los labios, y bailo con el uno dos y tres hasta cinco. Y la lengua se mueve a un lado o a otro, para dirigir la mano trazando el número. Si me equivoco, repito. Peor si me llevo. Me rasco la cabeza. Lo que me llevo lo apunto, arriba o abajo si es suma o si resto. Las neuronas suenan en los pies que se arrastran por el suelo hacia delante, las botas dejan barro que rechina, el cuerpo se relaja al escribir la solución, y vuelta a nueva cuenta, pies tensos hacia atrás, recogidos, uno sobre otro, bajo la silla, codos sobre el pupitre, suena la concentración, los chasquidos del barro, tocan las yemas la barbilla? y diez y once. Once escribo. Se me ilumina la cara: ¡los dos unos! Si me equivoco borro. Olor a goma de borrar.
No hay nada más triste que un centro educativo sin alumnado, que una cabeza vacía? o sin colocar. No hay nada más deplorable que una sociedad perdida. Aprender, bendito verbo. Buscar en el diccionario las palabras, en la Tablet, en el móvil, en el ordenador; a ver la RAE qué dice de esto, maestro Google.
Paso a secundaria con los hombros encogidos. Hábito diario es la herramienta. Libros bajo el brazo, no dejar nada atrás. Autonomía y madurar. Socializarse. A ver qué tira más, los libros? o la amistad. Elegir las compañías. En grupo colaborar. No dejar de estudiar.
Bachillerato, los nervios. Hábitos acentuar. A ver qué tal las que elijo. Otro idioma, cómo me irá. Quizás me gusten más los Ciclos Formativos de Formación Profesional.
Acceso con tila. Qué nota de corte habrá. A ver si me llegan las notas. Ir a la Universidad. Grado. Master. Doctorado. Mucho currar.
Seguir aprendiendo cuando acabas. Una profesión, un oficio, un trabajo, el día a día, la experiencia. Desarrollar habilidades diversas. Tesón. Fortaleza.
El eterno oficio de aprender, olor a mejorar, a superarse a sí mismo, a ser mejor cada día, a hacer más con tus herramientas.
Septiembre huele a lapicero. En los templos de aprender sólo tienen que sonar las neuronas (y a bullicio en los recreos, a descanso, a receso, a recargar energía). Septiembre huele a estrenar libros y apuntes, a esfuerzo continuado, a repasar en casa y afianzar lo aprendido, a colaboración de los padres, a trabajo conjunto familia-escuela, a fomentar la autonomía y la responsabilidad según la edad y la capacidad, a apoyos y recursos bien organizados. También suena a implicación social: la tribu educa (debería educar). A control de los medios, a ver qué se transmite, qué valores, qué modelos, qué referencias, qué prioridades.
Septiembre también huele a velar por la educación y la cultura, que deberían ser objetivo primordial. Acuerdos y pactos para mejorar el futuro, sentar bases sólidas de una sociedad.
La educación ayuda a ser. A encontrar cada uno su verdadero valor. Ayuda a madurar para tener un lugar en el mundo. Una sociedad culta es una sociedad de valores, de ciudadanía, de espacios compartidos, de objetivos comunes. Proporcionar a cada uno realmente lo que necesita, desde sus potencialidades.
No hay atajos, sólo los miserables tratan de acortar. Aprender, largo camino. Olor a lapicero y a goma de borrar.
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