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Al populismo se le ve enseguida el plumero...
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Al populismo se le ve enseguida el plumero...

Actualizado 19/09/2018
Miguel Mayoral

Resultaría muy tranquilizador saber que existen los locos y los demás... El término de loco cobra diferente sentido si se aplica a uno mismo o al prójimo. Estoy loco indica el exceso, la pasión, y no es peyorativo. Es una evaluación cuantitativa estar loc

En el fondo la locura viene definida por otro no por uno mismo. Es necesaria una referencia exterior, la referencia social sin la cual la locura no existiría. Siempre se es el loco de los demás.

La sociedad acepta que algunos de sus miembros tengan acceso a la libertad del inconformismo sin recibir la etiqueta de "loco". Esos marginales suelen ser célebres y respetados, siempre que el campo de su actividad se sitúe, generalmente, en la creatividad, las artes o el espectáculo. En el campo de la política, abunda el idiota moral, que no se disfraza más bien se esconde detrás de un programa, y se le tolera si se le puede sacar un rendimiento para un determinado fin, pero ese es otro tema.

El comportamiento, la forma de expresarse, el atuendo que conduciría a cualquier ciudadano a un centro especializado, reciben un trato excepcional si se manifiestan en un escenario controlado o en una pantalla de televisión. Ese comportamiento anormal, en la mayoría de los casos, simple comportamiento con libertad, se tolera porque el espacio donde está circunscrito es seguro. Su función es de mover a la gente a soñar en aquello que uno mismo se prohíbe.

En otros espacios en que la ni libertad política, ni la libertad a secas, están autorizados el perturbador tiene el calificativo de loco; y la sociedad de antaño lo quemaba o le encerraba por peligroso. Voltaire subrayaba en la definición que daba de la locura, la diferencia para con los demás y la contradicción con la norma social. "¿Qué es locura? Consiste en poseer unos pensamientos y una conducta incoherentes. Si el más cuerdo de los hombres quiere saber lo que es la locura, que reflexione acerca del rumbo de sus ideas durante sus sueños... La locura de un hombre en vela es asimismo una enfermedad que le impide pensar de modo necesario y obra acorde con los demás. Como no puede gobernar sus bienes, le incapacitan; como no elabora ideas convenientes para la sociedad, le excluyen de ella; si resulta peligroso le encierran; si está furioso, le amarran".

Definir la locura parece ilusorio, la solución es transformar la locura en una serie de enfermedades mentales. La normalidad procede asimismo en gran parte del modo en que captamos lo real para transformarlo en nuestra realidad. Nuestros comportamientos, en efecto, son adaptaciones a la realidad, y no a lo real. Para cada cual hay una sola realidad, en la cual cree como si de lo real se tratase. Esas realidades diferentes traerán forzosamente respuestas diferentes que para unos serán juzgadas como normales y otras como anormales.

En esta realidad milagrosa e irreal, el totalitarismo de la apariencia se impone y quien aparente ser el número uno consigue ser el número uno en cualquier orden de la vida. Ocurre, sin embargo, que encerrados, en su propia e idílica divinidad aparencial, parte de la clase política y su círculo de asesores, expertos, y demás especialistas en darles noticias de los vaivenes del alma de los ciudadanos, se dibujan una realidad propia que, por lo general, no coincide no sólo con la realidad, sino tampoco con la que la gente se ha fabricado a su medida. Ese aislamiento que da el poder, ese estar en las nubes, esa convicción de poder dictar normas sobre lo que está bien o está mal, esa cursilería de poseer la verdad y anticipar el futuro, acaba notándose, pues la altura del poder es una barrera insalvable. Por eso la política de altura va por un lado y la política de los saldos por otro; y para que los saldos no se muestren tan patentes existe el populismo. Arma de doble filo, pues como decimos en Castilla al populismo excesivo se le ve el plumero con facilidad.

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