Cada vez se generaliza más la opinión de que el público aborda demasiado alegremente el tema del indulto, propiciando con su actitud esta fiebre
En los distintos foros taurinos se generaliza cada vez más la opinión de que el público aborda demasiado alegremente el tema del indulto, propiciando con su actitud esta fiebre de 'indultitis' y clemencias bovinas que alcanza ya hasta los festivales .Y raro es el año taurino en estos últimos tiempos que no aparece una especie de pandemia por el color naranja.
Podría objetarse que la responsabilidad del indulto no es exclusiva del público, pues, a su petición mayoritaria, debe unirse la del diestro a quien haya correspondido la res, y el visto bueno del ganadero. Pero no seamos ingenuos, ni el torero con su negativa va a predisponer en su contra al dueño del toro, ni va a tirar piedras contra su propio tejado dejando escapar la posibilidad de que un indulto confiera a su éxito una mayor repercusión propagandística, aunque bien puede ocurrir que tal perdón sea en una plaza de escaso peso, y la meritoria o excelsa faena del diestro se vea desplazada a segundo termino, dando el protagonismo a un toro que posiblemente no reuniera todas esas características importantes que bien señala el reglamento como excepcionales.
El fenómeno debería ser escrupulosamente exigido por el Sr. presidente que se instala en el palco, al cual se le supone el suficiente conocimiento tanto de la materia taurina como de lo reglamentado. Pero se da la circunstancia que en muchos palcos donde se alojan las autoridades competentes, o no, se encuentran 'vacíos' de entendederas, de criterio, de conocimiento y de responsabilidad. Y con esta toma de decisiones y de sospechoso tufillo verbeneo se empobrece tan egregio galardón, y al mismo tiempo se pone en solfa a la Fiesta.
En cuanto al ganadero, aunque sepa que el animal no reúne condiciones para engrosar su lista de sementales, tampoco le va a hacer ascos a un premio que siempre redundara en el prestigio de la ganadería. No nos engañemos, en cuanto el público lo pida mayoritariamente, torero y ganadero se sumarán a la petición, aunque luego ocurra en pocas ocasiones que, tras indultar un toro, el matador de turno se acerca a la barrera, le felicita al ganadero y le añade?¡No se le ocurra echarlo a las vacas!
También es de justicia resaltar la presión que ejercen muchos públicos sobre el palco presidencial, esta llega a ser terrible, y comprendo que algún presidente se vea obligado a lucir el pañuelo naranja aunque solo sea por evitar un altercado de orden público.
A excepción de un puñado de aficionados, el público que acude hoy a los toros adolece en grado sumo de desconocimiento del toro y de la lidia, no digamos del reglamento. Y esto, unido a una buena dosis de esnobismo, está propiciando un verdadero abuso en la concesión de indultos.
El indulto de un toro constituye un hecho cuya trascendencia excede con creces el simple episodio de euforia que el público pueda vivir en la plaza. Los espectadores deberían tomar conciencia de ello y reservar su petición para aquellos ejemplares que tengan un excepcional comportamiento, que los haga merecedores de tan insólito premio.
Si por el contrario, continuamos trivializando con el tema dejándonos llevar por la alegría naranja, no conseguiremos otra cosa que convertir en ordinaria materia de consumo lo que, en esencia, debe constituir el extraordinario reconocimiento de la afición a una excepcional demostración de casta y bravura, y esto es algo que ni abunda en el progreso de la Fiesta, ni a la larga será beneficioso para nadie.
Fermín González.