No hay zamorano que desconozca la calle Pablo Morillo. Pero sospecho que hay más de uno que ignora quién fue tan impresionante señor. Es probable que en el pueblo de Fuentesecas sí sepan de este ilustre caballero, ya que allí nació. No tengo duda, sin embargo, que es en la vieja Nueva Granada, donde de los estudiantes en adelante se conocen sus andanzas y hasta sus valiosos trinos, dicho sea en colombiano contemporáneo.
Este aguerrido militar, Conde de Cartagena y Marqués de La Puerta, es conocido -algo irónicamente- como El Pacificador en las tierras tropicales de América del Sur. Fue protagonista de abundantes batallas en las guerras de independencia para tratar de hacer volver al redil a los criollos revueltos que ante la invasión del francés en la península, creyeron que era el momento de batallar por su cuenta.
Uno no le trae aquí por una escondida vocación de historiador militar, ni siquiera como parte de las complejidades de los inicios de la constitucionalización colombiana, en cuyo desentrañamiento anda mi admirado Iván Vila, respetable santandereano que de estas cosas sabe más que el Tostado.
Se nos presenta aquí este zamorano porque en una prestigiosa revista de actualidad ha aparecido de nuevo esta misma semana el prestigioso general ?prestigioso para sus favorables y denostado por los contrarios, claro-. No es que se trate de un reportaje histórico sobre este turbulento período, que sin duda sería de interés, sino de algo todavía más apasionante: las relaciones entre Alexander von Humboldt y Francisco José de Caldas respecto a la expedición científica neogranadina. Siempre he dicho que el siglo XIX está muy presente en la realidad colombiana, a veces incluso demasiado.
El caso es que la ilustre Universidad Javeriana, con el apoyo de otras cinco prestigiosas universidades, acaba de publicar una ingente obra sobre los pasos del naturalista y explorador alemán tratando de reconstruir sus pasos por tierras de lo que hoy llamamos Ecuador y Colombia.
Cabe decir que nuestro militar peninsular era contemporáneo de estos estudiosos que se preguntaban cuál era cerro más alto: si Monserrate o Guadalupe, y respondían al interrogante preguntando a las estrellas y a los planetas con métodos positivos y seguros. Así eran examinados los Andes tropicales en esta época en que el mundo parecía nuevo y todo estaba por medir.
Francisco José de Caldas, prócer colombiano y alumno destacado del Colegio Mayor del Rosario ?con estrechos y antiguos vínculos con nuestra universidad salmantina-, murió a los cuarenta y ocho años y no por enfermedad alguna, sino porque nuestro Pacificador resolvió fusilarlo como trámite para su sedicente pacificación.
Lo que me sorprende es encontrarme la frase con la que Morillo se opuso a las súplicas del estudioso Caldas, poco antes de hacerlo matar. Trino que no necesita comentario, y menos su actualidad hiriente. Lo que le contestó el zamorano al desesperado neogranadino fue algo que nos han repetido tantas veces las autoridades competentes que hasta nos hemos ido acostumbrando, para nuestra desgracia nacional: "¡España no necesita sabios!". Y así nos va yendo.
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