Tras las altas mares del verano, septiembre supone siempre para todos un ser devueltos, con la resaca del oleaje, a las playas de la normalidad, de esos territorios habituales y acostumbrados en los que hemos de desarrollar nuestro existir, cuyos ritmos ya conocemos, pese a lo costoso que sea volver a recuperar un ritmo que termina reconciliándonos con nosotros mismos, con lo que de verdad somos.
Septiembre es el mes que supone una reconquista, una recuperación de la normalidad, de aquello que terminamos echando de menos y que, al recobrarlo, nos lleva a un reencuentro con nuestra costumbre.
Ritos del regreso, ritos de la vuelta. Porque, si hay una cuesta de enero, también podríamos aludir a la cuesta de septiembre, que también existe. O, quizás, habría que hablar más bien de un descenso. Pero no, es cuesta, pues nos resulta costoso ?y sobre ello hay no pocas elucubraciones psicológicas? recuperar esa normalidad que termina llevándonos por el transcurso del tiempo como alfombra mágica, sin que apenas lo sintamos. De ahí esa expresión que termina oyéndose, en los ámbitos laborales en los que esté cada uno, de que pasan las semanas sin enterarnos.
Pero esta entrada en la normalidad va acompañada por toda una ritualidad, algunos de cuyos elementos podemos observar, a poco que nos fijemos. Así, en las papelerías y librerías, nos encontramos con las colas de padres y madres, acompañados por sus hijos e hijas, para adquirir el material escolar. En las puertas de los colegios, las incertidumbres y zozobras de los niños, con algún que otro llanto, para volver a ingresar en las aulas e iniciar el nuevo curso.
En los medios de comunicación, así como en las cuñas publicitarias, se anuncian gimnasios, cursos de inglés o de cualquiera otra disciplina, para apuntarse a ellos, ahora que parece que hay ganas renovadas. Tampoco faltan las nuevas colecciones (de libros, de billetes, de dedales? o de lo que sea), como reclamos que se nos presentan, para abordar con ilusión alguna tarea, pese a que, en no pocos casos, quede sin terminar o completar.
Y otros varios ritos del regreso, que advertimos aquí y allá, en esta reentrada. Porque ?y aquí podríamos recurrir a esa cultura digital que nos está invadiendo y que terminamos aceptando sin reparo alguno? parece que hubiéramos reiniciado nuestro mecanismo mental y psíquico, para ponerlo a punto, para que funcione con mayor agilidad, que lo hubiéramos 'reseteado' (perdónesenos el barbarismo), pese a que se termine ?incluso antes de lo que quisiéramos? encasquillando o bloqueando antes de lo que quisiéramos.
Luego, una vez que el transcurso de los días nos haga recobrar territorios más vastos de normalidad, terminaremos percibiendo el verano como algo lejano y desgastado, nos terminaremos distanciando de aquel paraíso interminable en que lo habíamos convertido, porque ya llegará otro, que nos haga renovar nuestra alianza con los sueños, con esa edad de oro que también existe, como melancolía, en nuestra genética.
De momento, es la recuperación de la normalidad lo que ritualizamos estos días de septiembre, que son una verdadera cuesta también. De ahí, esas lágrimas infantiles de la vuelta al colegio; esos buenos deseos de aprender, ejercitarse físicamente o de coleccionar? que se nos proponen a los adultos.
Todo terminará en ese reencuentro con lo habitual y lo rutinario que, en el fondo, perseguimos?, un ámbito que, pese a su vulgaridad, sentimos que nos da seguridad y nos protege.
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