Me los encuentro muchas tardes. Cuando ellos vienen yo voy. Coincidimos prácticamente a diario en una calle, casi siempre la misma, cinco minutos más acá o más allá, dos minutos que colocan nuestro encuentro unos metros antes o unos metros después.
Son mayores. Van siempre del brazo. Él siempre va sonriente. Con su camisa de cuadros, su pantalón liso, a veces marrón, a veces azul marino, a veces negro? camisa de cuadritos grandes o pequeños a juego que hacen juego también con su sonrisa. Tiene el pelo muy cano y la sonrisa muy joven. Una sonrisa consciente, agradable, hija de una simpatía natural.
Ella también tiene el pelo blanco. Blanco y corto. A veces, se nota que acaba de salir de la peluquería, está más rizado, más colocado. En invierno lleva jerséis de cuello alto debajo del abrigo, bufandas enormes le dan calor. En verano pantalones ligeros y blusas combinadas o vestidos amplios, fresquitos. Sus ojos, grandes de por sí, son además aumentados por unas gafas. Ella a veces acuna a una muñeca. A veces llora. Y casi siempre sonríe. Cuando sonríe su sonrisa es grande. Sus ojos, entonces, también se agrandan.
Casi todas las tardes de todas las tardes que los encuentro, van acompañados por un hijo. Un hijo enjuto, sonriente, que acompasa su andar al de ellos, que habla a su madre con cariño y ternura, que saluda a los vecinos o conocidos con amabilidad y alegría a partes iguales. Otras veces van con su hija. La hija se parece a la madre, es alta como ella, con gafas, y rubia (quizás su madre también fue rubia alguna vez?). Y amable. En ocasiones, sobre todo en vacaciones de Navidad, verano? quizá Semana Santa, algún puente o algún aniversario, les acompaña otro hijo que debe vivir fuera.
Siempre él la lleva del brazo, y además con la otra mano agarra la suya. Siempre van paseando despacio, como si en vez de andar hacia adelante fueran ladeándose: hacia un lado y hacia otro, hacia un lado y hacia otro, así infinitamente, como la maquinaria de un reloj que nunca se detiene. Quizás ella necesita caminar así, y él adapta sus pasos. Cuando veo personas mayores andar así, lo llamo "paso procesional": lento, a pasos cortos, hacia un lado y hacia otro?
Me pregunto cuándo empezaron a bailar este baile. Quizás cuando se conocieron. Quizás, quién sabe, decidieron entonces caminar al mismo ritmo el resto de sus días, o a uno parecido, llevadero para ambos, fructífero para ambos.
Desde hace unos días, mis cinco minutos quizá se hayan convertido en algo menos, o en algo más? O la calle se haya vuelto más larga, o más corta? No van a paso lento, hacia un lado y hacia otro. Los veo solos, sentados en un banco. Están sentados muy juntos. Ella tiene sus manos sobre su regazo y escucha atentamente. Él la rodea, cogida del hombro, y la mira muy de cerca, de perfil, diciéndole cosas al oído. Serán vivencias de gratos momentos, me pregunto, acontecimientos felices que aún comparten, quizás celebraron aniversarios bailando muy juntos temas de la orquesta de Paul Mauriat?, quizás escucharon canciones de Armando Manzanero en la radio? Quizás le canta en francés Ma vie, de Alain Barrière. Quizás le habla de lo que aprendieron en el recodo del largo camino que hicieron juntos, quizás se dediquen cada día el sí quiero que se dieron una vez, y se lo repiten, como el reloj que marca sus pasos, diciéndose cosas al oído?
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