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Cañones para la paz
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Cañones para la paz

Actualizado 20/08/2018
UCM / Dicyt

Cañones para la paz | Imagen 1Si en el romancero castellano se nos habla de Zamora, la bien cercada, qué decir de Cádiz, ese finisterre meridional que, precisamente por su posición estratégica, llamó la atención de unos primeros aventureros empeñados en establecer allí sus reales. Desde entonces, Gádir o Gades, que parece ser una de las ciudades más antiguas de Occidente, y entre cuyos restos aún se espera encontrar pruebas del antiguo reino de Tartesos, ha visto discurrir desde su costa todo un rosario de variopintas embarcaciones que no siempre pasaban de largo y casi nunca arribaban con buenas intenciones. Aquella primitiva isla, cuyo cordón umbilical apenas se intuía desde la mar, y desde donde se divisaban las Columnas de Hércules, acababa venciendo la curiosidad de los transeúntes hasta provocar su aproximación. Así, fenicios, cartagineses, romanos, musulmanes, ingleses, franceses y toda una sarta de curiosos interesados han ido forjando al aborigen en la necesidad de asegurar sus intereses de la forma más directa y sencilla: fortaleciendo su solar para hacer prácticamente imposible el acceso a quien lo intentara por mar.

Afortunadamente, la historia también se escribe fuera de los libros. Arqueólogos, geógrafos, marinos, aficionados y curiosos han colaborado a encajar perfectamente las piezas que faltaban en el rompecabezas de esa historia. La particularidad del estrecho de Gibraltar, la obligada proximidad de la costa gaditana, y la profusión de enfrentamientos navales habidos en la zona a lo largo de la historia, hacen que en esos fondos marinos duerman, posiblemente, algunos miles de navíos. De hecho, ya se ha localizado casi un centenar, aunque desconozcamos el nombre de muchos de ellos. También en recientes excavaciones realizadas para el trazado del nuevo "Tranvía de la Bahía", en las inmediaciones de San Fernando han quedado al descubierto varios cañones empleados por los franceses en la Guerra de la Independencia para batir Cádiz desde tierra firme.

Quien conozca la actual ciudad de Cádiz podrá observar de forma muy gráfica dónde estaban los límites del núcleo urbano a principios del XIX. Como baluarte incólume del enfrentamiento con los franceses, permanece erguida la famosa Puerta Tierra, degeneración fonética de lo que en aquella época era la Puerta de la Tierra; es decir, frontera desde la cual, hacia dentro estaba el núcleo de población y hacia fuera, la poca tierra que los separaba del agua. Ese bastión emblema de Cádiz era parte de toda una muralla ?foso incluido- que bordeaba la ciudad allí donde su perímetro resultara susceptible de ser asaltado desde la mar. Torres y almenas se encontraban perfectamente artilladas con más de un centenar de cañones para "mantener a raya" los navíos que entraran en alcance. En cualquier caso, Cádiz puede presumir de haber abortado todos los cercos que sufrió en su historia. No en vano ostenta el título de la Muy Noble, Muy Leal y Muy Heroica ciudad de Cádiz.

Lógicamente estamos hablando armas, alcances y punterías de hace doscientos años. Sitiadores y sitiados conocían perfectamente la eficacia de su artillería. Es muy posible que a principios del XIX no estuviera generalizado el uso de cañones con ánima rayada, lo que significaba menor precisión y la consiguiente dispersión de impactos. Si el que se defiende tiene la ventaja de escoger el obstáculo que le sirva de abrigo, también tiene dificultad para variar de emplazamiento. Todo ello se traduce en en una mayor vulnerabilidad ocasionada por prolongadas y nutridas andanadas de disparos. La táctica nos enseña que el final de la batalla llega con la ocupación y conservación del objetivo. Eso no llegó a suceder en Cádiz, pero tampoco se pudo evitar que algunos disparos hicieran blanco dentro de los límites de la población. Con ese humor que distingue a los gaditanos -en las crudas y en las maduras- se puso de moda la conocida copla:

Con las bombas que tiran los fanfarrones
se hacen las gaditanas tirabuzones

Además de la gracia y el "pitorreo" de la letra, la realidad es que los proyectiles que llegaban a la ciudad, después de impactar en tierra, producían unos fragmentos que, aún calientes, eran empleados por las mujeres para rizar sus cabellos. Eso que los antiguos hemos conocido como "hacerse la permanente".

Ya es triste que las actuales gaditanas, descendientes de aquellas defensoras capaces de resistir a los franceses durante más de dos años, amenazadas hoy por un desempleo superior al 30%, tengan que contraponer su prestigio de otros tiempos a la solución que les ofrecen como remedio sus actuales regidores populistas obsesionados con el sexo, asegurando que su verdadera "autoafirmación" y "orientación" sólo podrán alcanzarlas asistiendo a cursos donde ejerciten la estimulación de sus órganos genitales. Es decir, si ya dan por sentada la supremacía moral de la izquierda, ahora pretenden convencer a las gaditanas de que son ellos los verdaderamente diplomados en la reproducción de la especie humana. Claro que así es más fácil entender cómo algunas parejas son capaces de propiciar embarazos gemelares "a medio gas". Han olvidado otro detalle: podían impartir cursos de magia para adquirir mansiones multimillonarias comulgando con ideas anticapitalistas.

Vamos con el título de este comentario. El viajero que llegue a Cádiz por primera vez y visite la parte antigua de la ciudad ? detrás de Puerta Tierra- se extrañará de ver en la mayoría de las esquinas que abundan por sus angostas calles, unos tubos de hierro que brotan de la misma esquina con una longitud aproximada de un metro. Desaparecida la utilidad de los cañones que con tanta eficacia habían protegido a sus gentes -y los encontrados en los pecios de su entorno-, los gaditanos quisieron evitar el constante deterioro que sufrían esas estrechas esquinas cuando los carros topaban con ellas, "clavando" un cañón en cada una ?alguno de ellos conserva el proyectil- Su estudiada situación impedía que las ruedas de los carruajes, que transportaban materiales y víveres desde el puerto, sobrepasaran el límite necesario para producir desperfectos. Nunca estará tan justificado el empleo de cañones para la paz.

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