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Alienación cotidiana
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Alienación cotidiana

Actualizado 20/08/2018
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Recibes la llamada a la hora habitual. Descuelgas y con voz melosa tu mamá te pregunta que cómo estás, cariño, cómo te lo has pasado, si la has echado de menos, o si has estado aburrida sin hacer nada. Tú tampoco te lo has pasado tan mal, pero te pones a pensar que tal vez te lo podías haber pasado mejor. Ya tienes edad para saber bien que hay grados múltiples en esto de "pasárselo bien" y también ya la cercanía suficiente a la pubertad para pensar que vivimos en el eterno territorio de lo mejorable.

En condiciones normales dirías: sí mamá, me lo he pasado muy bien con mi amiguita fulanita, con papá y con sus amigos. Pero conoces de sobra que mamá te va a poner voz rara si le hablas de papá, por eso procuras abreviar para reducir a la máxima expresión este camino lleno de trampas que hay de aquí a que termine la llamada. En realidad has ido a la playa, has estado subida en las cálidas espaldas de papá, para no tener que caminar sobre el asfalto ardiente, te has reído lo que has querido y más. Hasta tu amiga se ha meado de la risa. Pero todo eso tampoco se lo vas a contar, porque también la echas de menos a ella y tampoco quieres que vea que "te lo estás pasando demasiado bien".

Todo esto lo has pensado en un segundo. De hecho ya lo llevas pensando desde hace meses, desde que te toca pasar días, semanas y vacaciones por separado. Y aunque tratas de acostumbrarte a esta extraña situación en la que tus padres no viven juntos, todavía se te hace extraño, y también incómodo, porque te gustaría poder saltar del regazo de uno a otro según te diera la gana. Pero además eres consciente de que no puedes hacer nada. Ya trataste de que las cosas fueran distintas en las primeras semanas, cuando viste malas caras y discusiones, cuando tu papá tuvo que dejar la que siempre había sido su casa y buscar otra no demasiado lejos para poder verte con la asiduidad que las resoluciones judiciales le permitieran. No sabes nada de resoluciones judiciales, algo te han explicado unos y otros y aún no lo has terminado de entender, pero ves cómo son las cosas: la realidad manda. Pero algún día te preguntarás quién manda en la realidad.

Todo eso lo sabes y de momento no quieres saber más. Sólo que en el momento siguiente de la conversación oyes que tu mamá ha reunido a tus amiguitos del cole, que está ahora en una terraza con los padres de ellos y que ha aprovechado el momento de asueto para que les puedas saludar por teléfono y ver que ella sí se lo está pasando bien, y te entran ganas de llorar porque te gustaría estar allí. Luego pensarás que no tanto con tu mamá, sino más con tus amiguitos, que ya hace semanas que no los ves y que qué casualidad: ahora tu madre resulta que después de llevarte por sitios que ni sabes cómo se llaman para poderte demostrar que ella te da muchas más cosas que las que tu padre se puede permitir, ha conseguido reunir a todos tus compañeros, justo cuando tú no estás.

Y recuerdas que ayer también, cuando te llamó, te contó que estaba jugando con ese juego que tanto te gusta, que te trajeron los Reyes Magos y que se te olvida cuando estás en casa, igual que a ella, pero ahora qué suerte que ella se ha acordado y está jugando como si tu estuvieras allí, pero no estás. Y te vino también la llorera porque no es justo, tú quieres jugar a eso ahora mismo y en cambio estás con tu papá, que te protege sí, que te da mimos también, pero que cuando te llama no te mete en el cuerpo esas ganas de llorar y aún no entiendes el mucho cuidado que él tiene en evitar hacer llorar a la niña de sus ojos sólo con decirte cosas para darte envidia, porque eso partiría su propio corazón, que trata de hacerse el fuerte, pero aún está desvencijado y es frágil.

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