Cuentan que el abad del monasterio de San Poncio de Tomares, un hombre sabio con gran predicamento, condujo hasta un huerto al mensajero que había enviado el rey Ramiro II de Aragón a pedir consejo y, ensimismado, cortó las rosas que más sobresalían. Al terminar de igualar los rosales, lo despachó con el encargo de contar al rey lo que había visto. Ramiro II tomó buena nota de la recomendación. Y con el pretexto de mostrar a sus distinguidos vasallos una campana cuyo tañido se oiría en todo el reino, convocó en su palacio de Huesca a la nobleza principal y a las más altas dignidades religiosas. Cuando los tuvo reunidos, hizo pasar de uno en uno a los más señalados revoltosos a una sala contigua, donde un verdugo los fue decapitando. Después ordenó que colocaran las pálidas cabezas formando una campana con la del obispo de Huesca haciendo de badajo y mandó que pasasen el resto de los llamados a ver su maravilloso cencerro. Aseguran las crónicas que todos lo entendieron.
El disgusto de Ramiro II por las vigilias de la actividad política le llevó a prometer a su hija Petronila de un año de edad con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV que le había ayudado en los trances de armas. Al cumplir la princesa catorce años se celebró la boda, consiguiendo el conde barcelonés la dignidad de Príncipe de Aragón.
Ramiro[2] II le entregó a su yerno el poder real de Aragón y regresó al olvido. Con su suegro en un monasterio, Ramón Berenguer IV se encargó de la gobernación de los dos pueblos, de la jefatura de las tropas aragonesas y barcelonesas, de la gloria y de las espinas, con el compromiso de que a su muerte su heredero uniese los dos reinos y borrase las fronteras.
Ramón y Petronila tuvieron un vástago, Alfonso Ramón, que cuando Dios los llamó a gozar de su presencia, fue coronado rey de Aragón y conde de Barcelona como Alfonso Ramón[3] II fundiendo desde ese momento el reino de Aragón y el condado de Barcelona en lo que se llamó la Corona de Aragón.
Al rey Alfonso Ramón II le sucedió en mil ciento noventa y seis su hijo Pedro II el Católico soberano de la corona de Aragón, aunque prefirió ocupar su tiempo en los territorios provenzales más que en los aragoneses. Heredó la corona su primogénito Jaime I el Conquistador, que en los sesenta y tres años que estuvo en el trono agregó a la corona de Aragón el reino de Valencia y las islas Baleares.
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