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Se prohibe tener principios propios...
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Se prohibe tener principios propios...

Actualizado 08/08/2018
Miguel Mayoral

El relativismo es la base de las democracias occidentales. La obligación no es sostener lo que uno piensa. No es correcto tener principios o fe, y defenderlos. Si se disiente podemos ser motivo de denuncia. Se prohibe tener principios propios.

En todo el planeta nos vemos obligados a trabajar para vivir o sobrevivir. Aunque trabajar es duro, hemos de intentar que nos permita desarrollar nuestras cualidades y sentirnos realizados. Con una actitud ante la vida adecuada el trabajo puede convertirse en una vocación y disfrute sin olvidar nuestras otras obligaciones familiares y sociales. El ser humano pasa por lo menos un tercio de su vida trabajando por eso repercute en todos los ámbitos de nuestra vida y en nuestra felicidad. Es una experiencia ambigua y contradictoria, ya que nos proporciona un sentido de orgullo y de identidad que no se encuentra en otras actividades. El trabajo proporciona momentos de gran satisfacción y lo contrario, con nosotros mismos y los demás. Sin embargo todos pensamos en lo mismo y afirmamos sin dudarlo que no trabajaríamos si pudiéramos. Una de las causas de mayor infelicidad en las sociedades modernas es estar en el paro, y al final sin recursos, pero a su vez la vieja idea de que el trabajo dignifica al hombre parece ya no tener cabida en una sociedad donde el ocio y la pereza son los fines últimos.

En verdad parece también que todo el mundo, incluso algunos partidos políticos adalides de su verdad, quieren ostentar que tienen una cierta moral o dignidad, aunque algunos no saben encontrarla, ni siquiera buscarla. Hoy por hoy, a lo que estamos asistiendo no tiene nombre, puede que sea otra cosa, no se sabe qué... La convicción de que las cosas no tienen solución, de que no se puede hacer otra cosa que la que se está haciendo, nos está empujando a pensar que la vida pública está escapando de los ciudadanos. Muchos que sí se sienten representados en su interior dudan, y otros no ven que la dirección de los asuntos y problemas ofrezcan ninguna solución ni nada atractivo. La tibieza con la que se proponen una sí y otra también soluciones que parecen no modifican nada sino que van a peor, produce en los españoles una sensación de que las cosas van a seguir así largo tiempo y ello engendra hastío e indiferencia. La forma peor de la resignación. Porque ésta, la resignación, es una actitud nobilísima y necesaria cuando consiste en aceptar lo inevitable, pero es desastrosa cuando significa la mera pasividad frente a lo que se puede evitar, corregir o transformar. Hemos cambiado de gobernanza hace cuatro días y de momento parece que tan sólo se dedican a pagar favores y no a construir soluciones; y a tolerar, además de cargarnos posiblemente de más problemas...

Parece que en el Congreso hemos sentado en la misma mesa a Marx, Gramsci y Goebbels, la cosa tiene algo de irónico, pues es una incongruencia. El plan es conocido: "ahogar a la palabra en un mar de contradicciones". Es lo primero en lo que estamos ahora. Identificar y neutralizar a los malos; lo segundo después basta con que gobiernen los buenos para que florezca el cielo en la tierra. Habrá paz, amor, sonrisas y flores, multitud de velitas encendidas y osos de peluche para todos. Pero si vence la utopía a costa de la palabra todo estará perdido. Pues aunque abunden los osos de peluche, sin la palabra no hay libertad y tampoco justicia. Nos acabaremos por convertir en animales de rebaño, y es así cuando se llega a la convicción de que hay que elegir entre posibilidades no deseables, en todo caso no deseadas, con el peligro de que se elija por inercia o por el método de cara o cruz. Es decir, que no se elija, con lo cual la democracia se vacía de contenido. Mar en calma no hace marino. Así es cuando nacen fácilmente los políticos que se presentan como salvadores y defensores de los valores eternos. Lo malo es que la ignorancia es temporal pero la estupidez es para siempre...

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