Los días pasan y las noches pasan y las contamos en días o, lo que es lo mismo, en lunas, porque los líos que se traen las lunas y los soles de girar y girar, esa danza invisible que nos salpica cada día y cada noche, ese delicado vals con pies tan suaves que no pisan el suelo porque es ingrávido y tienen como escenario el universo entero, este cosmos que nos mira, ve transcurrir nuestra vida.
Y la luna que venía, llena, repleta, a saludarme cada noche, o mejor dicho cada tarde, que se metía en mi mar y se bañaba alocada, temblando de frío, tintineando de frío, titilando en el mar, hoy no se ha dado su baño. Le han subido los colores, ese rubor, quizá por haberse mecido en el mar sin bikini, quizá por haberse plantado en lo alto con su traje plateado, traje de noche, de luces resplandecientes de torero, ese traje de luna plata en un manto azul que se va oscureciendo a medida que le va dando sueño al sol? Esa luna, decía, no ha venido, tan puntual, esta tarde a verme, a susurrarme historias al oído? Hoy se ha vestido de rojo pasión, y se ha ido a pasear la noche con Marte, que dicen que es el dios de la guerra pero que a mí estos días me parecía el dios de la paz, cuando se asomaba tan amarillo por el horizonte con una enorme y brillante luz incandescente para enamorar a la luna, y desplegaba sus plumas en torno a ella, pavoneándose a ver si se fijaba y le invitaba a dar un paseo, un paseo sideral, ambos brillando aplaudidos por las estrellas en el firmamento.
Y ante este delicado minué, lleno de reflejos y brillos, hoy la luna se ha tomado el día libre y me ha dejado con la boca abierta ante mi teclado, viéndola pasearse vestida de largo con su flamante, llameante traje rojo, y abrazadita a Marte, su enamorado eterno, que se acerca de años en años a decirle piropos en voz baja. El mar se vuelve gris súbitamente, y una boina rojiza, arrebol de recato, cubre el mar de repente y lo protege.
De pronto tengo dos lunas rojas, una en el cielo con Marte, otra reflejada en los cristales, sin duda con envidia sana, o disfrutando de la danza de ambos y esperando su turno de baile en la trenza de días que hacen muchos años. Pero Marte, aunque me fijo mucho, no se refleja en el cristal. Esta luna, imagen de la otra, es voyeur elegante? más pequeña, seguro que más incipiente, de menos edad, tiene mucho que aprender de este baile de tiempo, ha de entrenar la espera y dejar su impaciencia a un lado? Esperar su oportunidad en el firmamento de los años o quizá tan solo en el de mis cristales.
Los días siguen pasando? La luna, la de siempre, la de arriba, se hace esperar, ya no sale cada tarde? aguarda el cielo más oscuro, y yo la espero a ella; cada día le falta un bocado que se va haciendo más y más grande, mientras Marte se aleja, se sube al tren del tiempo, se monta en su tren de distancia, en ese circuito eterno de vías alrededor del sol, gira sobre sí mismo, pero siempre anhelando que pasen muchos minutos de muchos días de muchos años para volver puntual a esa danza que se hace visible tan de tarde en tarde.
Menos mal que, como soy previsora, llevo guardándome lunas en todos los bolsillos, y mientras la luna, la de verdad, se va iluminando suavemente por la izquierda, yo tengo algunas lunas guardadas, como bien me aconsejó el enviado del destino que cantó a Ramazzotti mientras yo miraba otra luna?la de un escaparate.
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