Salieron en las fotos, ¿los viste? Y mientras me pregunta, la voz se le desgaja a la manera de las ramas secas, con igual crujido. Me mira entonces, cansada de hablar y de no hablar, de intentar explicarse, cansada de la noche que pasaron esa noche en su casa me mira, con un gesto cargado de tormenta y una línea vertical en la frente que la rompe de lado a lado. Está viendo su sombra y lo sabe y le teme, y me muestra el periódico. Señala la foto, allí están, los vi, le contesto. Paula escupe en la taza el café que se le ha quedado frío y me pide perdón por la burrada, y pone el énfasis de los truenos que le agrietan la garganta en la palabra burrada, con esa consonante bilabial subrayando la náusea que está sintiendo hace seis días y que no tiene, lo sabemos, nada que ver con el café. Yo me atrevo a poner una mano sobre su antebrazo porque no sé qué otra cosa puedo hacer para decirle te escucho sin violentar su pudor, ese esfuerzo que ejerce sobre sí misma para no desmoronarse. Voy a pedirte un té. Me levanto. La dejo a su aire y veo, desde la distancia, que sus ojos se sumergen, se ahogan, en la foto del periódico. Cuando regreso señala a uno de los hombres de los muchos que aparecen allí, todos con el torso desnudo, sonrientes, celebrando. ¿Y si hubiera sido él?, me pregunta, ¿qué hago?
Cinco minutos más tarde vuelvo a encontrar una excusa para rasgar el silencio y le pregunto cómo sigue. ¿Quién? ¿Mi padre? Sí, contesto, y entonces sucede. Su rostro se eriza para detener la gota pero no puede, una sola, pesada oscura llena de rímel, le desborda uno, uno solo, de los ojos. Y apenas susurra que quedará ciego, su padre, por efecto de la cal viva, ¿sabes lo que es? Pregunta. Lo sé. Pero no contesto.
Ocurre que llegaron ochocientos a las siete de la mañana del veintiséis de julio y eran muchísimos queriendo pasar, todos al tiempo. Traían tijeras, sierras, cosas para cortar la valla, querían entrar a toda costa y traían la cal para defenderse del intruso que se atreviera a interponerse entre el pasado y sus sueños. Nunca habían llegado tantos, dice Paula y me mira mientras renuncia a ser de piedra, me mira mientras se ablanda y me pregunta, de nuevo, ¿cómo voy yo a pasar este mal trago? No sé. ¿Me hago la sorda, dime, me hago la sorda? No contesto. Entonces empieza a reír desencajada, qué te hace tanta gracia, pregunto, y me responde que estaba pensando en lo fácil que sería hacer el chiste de afirmar que hay que mirar para otra parte cuando su padre ya no podrá ver. Y se deshace. Paula se deshace y me mira, por fin, a la cara y me pregunta por qué tuvo que ser precisamente su papá el que estaba allí, en el lugar exacto.
Nosotros somos tolerantes, ¿sabes? Mi padre siempre ha sido guardia de frontera pero muchos de ellos, de los que han entrado, lo llaman amigo. Mi padre pasa por el centro de acogida y los saluda, mi padre opina que esa bendita valla es inhumana, hay que ver la manera en la que esos alambres los cortan, hace daño. Paula detiene su discurso. ¿Cuál de estos lo habrá hecho?, me pregunta, ¿quién de ellos habrá sido?, mientras señala la foto y le digo no importa y me juzga como si hubiera equivocado una respuesta importante, la más importante, y repito: Paula, qué importa, de qué te serviría saberlo. Saca las monedas y paga, yo te invito, se levanta de la mesa y sale, después se devuelve y ya no me juzga y se lleva el periódico.
Es posible que haya pasado media hora cuando abandono la mesa, creo que he estado allí media hora sin pensar, pensando. Todos hemos llegado de algún sitio y hemos sido acogidos en alguna parte, todos, todos hemos sido, alguna vez, perdonados. De camino a casa me encuentro con Thomas, mi estudiante nigeriano. «Profesora», me llama desde el otro lado de la calle, me saluda con una sonrisa y con la mano, profesora, me dice, ya he aprendido bien el pretérito perfecto. Es el mejor estudiante de la clase, el más alegre, el más atento. Qué bien, Thomas, le digo, dame algún ejemplo. «El cielo ha llovido esta mañana», dice, y continúa «pero ahora el tiempo ha mejorado». ¿Ha mejorado? Claro que sí, profesora, me contesta sonriendo. ¿Usted sabe cómo decimos en mi lengua igbo? No lo sé, enséñame tú. Decimos «megide mmire ozuzo, ndidi» ¿Y qué significa? Contra la lluvia, paciencia, profesora, significa esa frase en español, «contra la lluvia, paciencia», ¿es correcto decir así?
Salamanca, 3 de agosto de 2018
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