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Toma la luna
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Toma la luna

Actualizado 20/07/2018
Mercedes Sánchez

Iba por la calle con muy -pero que muy- pocas ganas. Sí, porque estaba desganada? desalentada? "desencontrada" (suponiendo que esa palabra exista). Definitivamente, se había perdido a sí misma. A veces la vida da esos volantazos (suponiendo que la palabra volantazo exista, o que exista aplicada a la vida)? No se sabe por qué, no se sabe cómo, la cosa es que a veces la vida da un giro y nos deja a medias, y es difícil buscarnos. Mejor dicho: nos buscamos pero no nos encontramos. Y eso es lo que a ella le pasaba últimamente. Estaba desencontrada. Yo diría desencontradísima, en superlativo. Tanto como para ir por la calle sin ir. Llevaba una época que no sabía ni a dónde iba cuando ponía los pies en ella. Sentía más bien que la calle le ponía los pies encima (los pies de las calles a veces pesan muchísimo). Por decirlo claramente, no le apetecía ni salir, y si lo hacía era tan solo por "moverse"? por hacer algo? por intentar encontrarse vagando por ellas. Sí, un escaparate? otro escaparate? nada interesante? Pasaba de largo.

Iba llegando, como por ensalmo, precisamente a la zona de comercios. Pronto sintió que algo barruntaba su cabeza? una música resonaba con mucha lejanía en el tiempo? Como a ella le gustaba tanto escuchar música, pensó que eran algunos restos de algo que rememoraba, restos que quedaban en algún recóndito rincón de su cerebro? Pensó de pronto si se podría decir "recóndito rincón", o si sería "excesivamente excesivo". Bueno? tampoco le importaba eso mucho en ese momento, porque el recóndito lugar de su cerebro se iba volviendo menos rincón y menos escondido y menos guardado, y parecía que esas notas venían a buscarla, dando pasos de baile para invitarla allí mismo.

"Tú, más yo?" Le decía la voz?

Desde su cerebro se filtraba poco a poco hacia sus oídos.

"Habla con ella tranquilamente?"

De pronto, vio quién se lo decía.

Un músico, allí, al final de la calle, con camisa vaquera, guitarra en ristre, y un equipo de algo que podrían ser micrófonos, amplificadores, o cualquiera de esas cosas con cables que siempre le parecía que daban calambre y cuyos nombres desconocía, estaba sentado, cantándole a la luna.

Sonrió. No pudo por menos. Se acercó sólo un poco. Y se paró delante del primer escaparate. No sabía lo que había en aquella tienda. No tenía ni idea. Miraba al infinito. Le pasaba muy a menudo, porque cuando escuchaba música, no veía nada. Sólo sentía, sentía un placer inmenso, completo, un placer único e indescriptible. Empezó a sonreír. Cada vez más. No sabía qué pensaría quien la viera desde dentro de la tienda con aquella cara angelical. Le encantaba Ramazzotti. Sí, siempre lo había confesado. Le encantaban las Cantatas de Bach, le encantaba Madame Butterfly, le gustaban los Peep Shop Boys, y hasta Dua Lipa? Y la música italiana. Y en concreto Ramazzotti? (Siempre quería aprender idiomas, nunca le parecían suficientes, y le apetecía aprender italiano? Era un idioma precioso, con un encanto especial). Pensaba que era un regalo tener a alguien que cantaba sólo para ella. Era un enviado del destino. Sí, pasaba gente para aquí y para allá, pero eran como sombras. Como llevaba una época que le pesaban las calles y le ponían los pies encima que pesaban tanto?

Seguía pegada al escaparate? Aún, a día de hoy, no sabe qué había en esa tienda, sólo que el enviado del destino con pelo recogido en coleta derramándose sobre una camisa vaquera seguía cantando la canción. Si ese escaparate hubiera mostrado cualquier cosa extraña, podría haberse encontrado a cualquier persona conocida y habría pensado cualquier cosa de ella. Le habrían dicho: Hola, ¿qué haces? Vas a comprarte un? (¿frigorífico? ¿preservativo? ¿perro? ¿lápiz? ¿anillo? ¿champú con aromas del caribe?) ... Nunca lo sabrá, porque por suerte no se encontró a nadie conocido en aquel momento sublime.

El enviado del destino seguía cantando? En la cabeza de ella seguía sonando la misma música una y otra vez. La música también sonaba en su sonrisa.

"Yo cumplo? lo que prometo?". Se empezó a encontrar a sí misma en esa frase? quizás por eso le había gustado tanto siempre esta canción. Sí, y también porque eso de guardarse la luna en un bolsillo... eso sería genial.

El cantante callejero había cambiado de tema. Ella no: "Tú me has pedido la luna prestada"? Se iba canturreando esa canción que le gustaba tanto. Pensaba que no había monedas con las que pagar aquellos minutos. Además, los enviados del destino no llevan cestillo. Ella a cambio siempre le lleva en un cestillo de su cerebro, en ese recóndito rincón de su cerebro trenzado con unos minutos que recordará siempre.

El día cambia, la vida cambia, la música cambia la percepción de la jornada, la dimensión de los problemas que nos envuelven. "Toma la luna, yo te la doy?". "Yo siempre cumplo lo que prometo-o". Recordó que escuchaba música, que bailaba a su ritmo, que sus pies desplegaban notas sobre las pistas y la tarima hogareña, que reía y soñaba, que creía y tintineaba, que "era como Campanilla", le decía siempre su amigo Javier.

Y se fue alejando, tarareando la canción, viendo a la gente pasar, riendo y pensando, tejiendo con sumo cuidado este recuerdo con tantas bellas sensaciones, revoloteando como "Campanilla", y decidida a tomar todas las lunas y a guardárselas en todos los bolsillos. Y ella? siempre cumplía lo que prometía?

Dedicado a la música de Eros Ramazzotti.

Y al enviado del destino que sigue cantando a la luna.

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