Casi cuatro violaciones diarias denunciadas en España. Denunciadas. Probablemente ni un cinco por ciento de las realizadas. O mucho menos. Se agolpa la queja, y la desesperanza crece como una espuma negra que amenaza asfixiar cualquier resquicio de mañana y de confianza en el género masculino de este país. No parece haber esperanza. Sé que he escrito esto mil veces. Pero el asco y la vergüenza siguen aposentándose en los bordes de la vida como babas verdes que ahoga y ahoga y ahoga... "La nueva manada" se hace llamar un grupo de hijosdeputa violadores que se jactan en las celdas de Gran Canaria de haber drogado y violado a una menor y haber publicado su crimen; malnacidos que en el atroz vacío de su cabeza animalizada solo saben babear la imitación de las hienas condenadas en Navarra y que hoy ensucian las ciudades con su injusta libertad. Tres hombres jóvenes (llamarlos hombres es sólo una convención y su edad una afrenta a la Juventud), están acusados de violación múltiple a una chica a la que se llevaron de madrugada a una zona apartada en Molins de Rei... y publicaron, jactanciosos, imágenes de lo que hicieron. Una menor de 15 años fue violada en Cádiz durante la noche de San Juan, un solsticio, este año, que suma otras tres denuncias por agresiones sexuales a mujeres en Barcelona, Girona y Murcia. Y las que no se dicen. Un monitor de educación infantil (otro) que trabaja en un centro público es detenido por abusos a chicas menores a su cuidado; un marido malnacido (otro) estrangula a su esposa porque ésta temía ser estrangulada y buscaba, por eso, alejarse de él (y van como veinte este año); cuatro o cuarenta o cuatrocientos vomitivos individuos, chulos, proxenetas, esclavistas que quitan el aire de respirar a los seres humanos, explotan sexualmente a chiquillas casi adolescentes, obligándolas a abrir las piernas durante todo el día en infectos locales, ante los borrachos violadores, o no, los criminales que matan, o no, los de las manadas que violan y a los que hoy visitan con alegría en sus casas sus pandillas, sus amigotes, sus justificadores... Esos curas pederastas que hablan de un dios justo y a los que durante décadas hemos tenido que besar las manos, los violadores "legales" que infectan este país: maridos con derecho bendecido de pernada, padres con patria asquerosidad, tíos de caricia a la sobrinita, hermanos de hermanas miedosas... Miles, millones de víctimas del machismo y de una sexualidad equivocadamente impuesta, hasta en su enunciado, fruto de la deseducación y la vagancia mental, de la bestialidad y la molicie ética, de la ignorancia consentida y del babeo mental ?de la mala sangre-, agonizan cada día y cada hora en casas-infierno, familias-abismo, vidas de mierda repletas de egoísmo y asquerosos rituales y justificaciones y costumbres y... Miles, millones de víctimas, unas directas y otras, tantas, que no saben que lo son, o no quieren saberlo, o ni pensarlo; sumisas como ganado sumiso porque sí o por miedo a ser matadas, con la boca abierta al asco, que comen asco y muerden la propia lengua para no morir de asco, dan alas a una realidad, que es cierta instancia del género masculino español, y si hay excepciones aquí va la disculpa: perdón a los que no. Un género masculino que de puro inmundo asusta y de puro repugnante horroriza. Y sigue. Más. Más. Más.
¿Qué modelo de masculinidad se trasmite a los menores? En este país, el peor: la justificación de la servidumbre grabada a fuego en las niñas desde niñas, la sumisión al macho impuesta a fuego por padres y madres y asociada por varones al hecho de ser mujer, la chulería sin límite, la atrevida ignorancia, la violencia como respuesta y como amenaza, el que nada se mueva, el qué dirán, la tradición imbécil, el siempre ha sido así, el silencio, el trágala y el abandono moral del sentimiento herido o anulado, el salomonismo falso que siempre se inclina hacia los intereses masculinos y, en resumen, esto que ahoga, asfixia y mata.
Y, sin embargo... gracias.
Gracias. Gracias a las víctimas que denuncian algo (pocas) porque algo, poco, está moviéndose.
Gracias. Gracias al valor de las mujeres valerosas. Gracias a su determinación, a su fuerza, al arrojo de buscar y encontrar una puerta, a su grito, a su dignidad, a su ser mujer y persona por sí mismas. Gracias, porque por ellas una brizna de aire fresco parece soplar en la asfixiante cueva de la indignidad.
Gracias, mujeres valientes.
Gracias.
Hay una labor inaplazable que el género masculino español ha de emprender con urgencia para ser capaz de mirarse, de apreciarse o siquiera de escucharse: corregirse a sí mismo con el reconocimiento de toda la infecta porquería moral que lo estrangula; para, primero, avergonzarse y luego mirarse, verse, horrorizarse y después, escupirse, despreciarse. Todos. Cada uno. Negarse. Hundirse. Alzarse de nuevo. O, si no, irse. Pero limpiarse como género, cambiarse, ser la mitad del cielo que deberían y no del infierno al que arrastran. Ser luz, cual hombres.
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