Las Ferias del Libro son espacios de actividad, de interés, de bullicio. Tras muchas lágrimas, tras muchos amores o desamores, tras muchos Insomnios y sueños, muchas tramas y mucha poesía, las ferias del libro son un campo en el que florecen todos esos libros que se escriben en otras épocas, al calor de un hogar, tras una ventana llorosa o resplandeciente en la que una persona recoge esas lágrimas de los cristales o esos rayos de luz y sol y los va depositando en unas páginas que la mayoría de las veces se suelen escribir en solitario. Esos ríos de creatividad, llenos de sentimientos y sensaciones, desembocan en los puestos, en forma de libros muy colocados, bien ordenados, que explosionan los colores de sus portadas creando bellas imágenes con nombres de autores que nos atraen como imanes.
A veces, nuestra Plaza, que tiene imanes propios, es la que nos atrae a convocatorias imprecisas, a aquellas que nos encontramos porque es en ese día a esa hora cuando podemos estar allí. Así fue como conocí a Manuel Vilas, como a tantos otros, en medio de nuestra Plaza, presentado por el zamorano Luis García Jambrina, que hablaba de Ordesa, un libro muy material, pero también lleno de amor, y que Vilas describía como una búsqueda de respuestas, haciendo un recorrido por unos años en blanco y negro que con distintas anécdotas llenaba de humor y mucho color amarillo. En pocos minutos, el libro se metió bajo mi brazo, y ahora, ya escaneado con calma por mis ojos, es cuando le toca la vez de saltar a este espacio.
Manuel Vilas, o como dice él cada vez que presenta el libro, "el narrador", pasa por un momento de crisis muy fuerte, en el que se encuentra en una gran encrucijada a la que no ve salida. Por un lado fallece su madre (había perdido ya a su padre) y por otro, se divorcia. Ambos hechos pesan toneladas en una mochila emocional que le acompaña, causando un dolor profundo y grave al que debe enfrentarse, y que le lleva a un mundo desconocido. Este no es el final del libro, sino su principio. Y ese dolor, duro, pesado, tortuoso, desgarrador, es el que acompaña al lector a lo largo de toda la novela.
No se trata de una novela con una trama. De hecho, pasan pocas cosas entre sus páginas. Pero se siente. Sentimientos contradictorios en ocasiones, mezclados, teñidos de lodo y culpa, de preguntas sin respuesta, de búsquedas infructuosas de lo que ya no existe. Está lleno de sensaciones, sensaciones físicas, visuales, táctiles, olfativas. Es un libro terroso y polvoriento, hediondo, en ocasiones espectral, que tiene que ver con los sentimientos más ancestrales, más atávicos, con las preguntas más esenciales, más existenciales que se pueden hacer. Es una novela desazonada, de cuestiones sin respuesta, de terrores ante lo no explicado, ante lo que no se puede alcanzar o tocar o recuperar, es el libo de lo que queda, de lo que no tiene explicación, del adónde vamos y de dónde venimos, de la furia desatada y del perdón, de la complacencia en el duelo, en el dolor más abismal, en la pérdida de uno mismo.
Es el volumen de los recuerdos vacíos, del pasado inaprehensible, de ese pasado perdido, de las sombras del ayer, de los sentimientos ocres y amarillentos, de la podredumbre del alma y de los sin por qué, del carácter heredado grabado a forja y días, de los silencios de las cuestiones no abordadas, no afrontadas, de las vidas no vividas, de las formas no adecuadas de resolver, de los refugios erróneos. Es una compilación de los deberes no asumidos, de los "debe" y los "haber", de los rencores ahogados y no perdonados, de los desvelos, de las búsquedas desesperadas, de la desesperada persecución del pasado. Habla desde su punto de vista, que parece a la vez escéptico, agnóstico, no me atrevo a decir qué, sobre cuestiones que se piensan cuando se está tan dolorido, cuando se mira al cielo buscando respuestas a lo que resulta tan difícilmente comprensible.
Libro bellísimo de páginas duras, es un tratado de preguntas. La escritura utilizada es la de la imprecisión de las fechas, de los datos inexistentes o aproximados, de los cálculos al aire, de la ironía, de los contrarios, de lo inconfesable o no, de lo sospechado, de la conciencia de clases, de la crítica mordaz de algunas cuestiones de nuestra vida cotidiana en esta España de ayer y de ahora que a veces describe.
Esta elegía a la ausencia y a la soledad está escrita en prosa poética, o quizás en poesía prosaica, porque todo es muy palpable, muy visible, muy "tocable" pero a la vez muy intangible, muy invisible, inalcanzable? Muy material y muy inmaterial. Muy filosófico, con frases penetrantes, inquietantes, inquirientes? es un libro inquiriente, que pregunta sobre la vida y la muerte. También está lleno de guiños e ironías, de cierto cinismo y frases lapidarias, de filosofía de la vida? y de la muerte. Así mismo, está lleno de gratitud y esperanza de volver a ver a los que perdimos, quizás también a quien perdimos dentro de nosotros al perderles, a quien ya no volveremos a ser, con ese dolor que se va difuminando y nunca se apaga, con ese amor absoluto cuya llama nunca se apaga?
Vio la luz en Alfaguara en enero de este año y, que yo sepa, ya va por la séptima edición. Y todo aliñado con algo que siempre permanece: las montañas de Ordesa, que dan título al libro. Y saboreado con el Stabat Mater, de Pergolesi.
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