La política a veces es una cuestión de deslealtades, o de matemáticas, o de esa curiosa manía de aislarse y no saber qué preocupa a la ciudadanía. La torre de marfil está muy bien insonorizada y no le valen escraches ni manifestaciones y a veces es desalojada sin contemplaciones en el momento más inesperado. Todo cargo público debería tener un trabajo al que volver y un despacho a prueba de traslados apresurados porque nada es para siempre y depende de los ciudadanos (sin mayúsculas) Sin embargo, esta turbamulta política que nos ha despertado del lastre parlamentario de la minoría y del cansino asunto catalán que ha barrido con todo, nos ha demostrado que el sistema está vivo y que es capaz de articular respuestas. Y que la democracia es así, un espacio donde se gana, se pierde y hasta se hace el más absoluto de los ridículos con un gesto innecesario de esos que nos recuerda la importancia de las formas.
Porque la educación es algo que antes a sus señorías se les suponía, pero ahora, con las nuevas formas, parece que hay que recordarles a los que lo son y a los que pasaban por ahí, como Monedero, que si mi memoria política no me falla, no tiene ningún trabajo que hacer en el parlamento, ni es periodista y sí un invitado de luxe a quien hay que pensar si volver a traerle a la fiesta. Porque es de los que te dejan mal. Es de los que te la lían. Y no porque se coma la comida de todos o insulte a la dueña de la casa, no, Monedero es de los que tiran piedras contra el propio tejado. Tanto feminismo de etiqueta, y tanto unidas, y tanta portavoza para que venga este caballero a comportarse como un gañán y a recordarnos lo del contacto no deseado. Debo ser una castellana fría, señores míos, pero si a mí un señor con el que no tengo confianza, sea del partido que sea me planta las zarpas en los hombros apretando hacia abajo ?véase en las fotografías los tendones tensos de las manos de Monedero- eso me parece una afrenta, un agravio, un gesto agresivo de puro machismo. La imagen no deja lugar a dudas, el caballero en cuestión parecía querer hundir a la dama en lo más profundo del pavimento empujando hacia abajo, aprovechándose de la diferencia de estatura. Un gesto que en otra ocasión, no hubiera tenido más respuesta que una buena patada en el ángulo sensible.
Alardear de feminista no es solo cambiar el lenguaje. Es cambiar los gestos, y más los gestos públicos. Es demostrar contención, educación, cuidado y una mínima decencia. Tocar así a una mujer con la que no tienes confianza es agresivo, violento e innecesario. Y pedir disculpas con la boca pequeña, también. El respeto no es una cuestión de sexo, sino de educación y de saber estar; lo mismo que llenarse la boca de feminismo no consiste en cargarse la gramática española a zapatazos, consiste en evitar, precisamente, estas actitudes de macho alfa que no solo menosprecian, sino que agreden. Y no hablo ya de la dignidad del cargo que hasta ahora ha ocupado Soraya Saenz de Santamaría, que también, sino el hecho de que sea mujer y no precisamente cercana en lo personal con quien se toma unas confianzas que rayan el abuso. Un gesto para la galería de la impostura. Un micromachismo elevado a la máxima potencia. Quita de ahí esas zarpas ¿O en casa no te enseñaron que eso no se toca?
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez
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