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¡Vaya elementos!
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¡Vaya elementos!

Actualizado 19/05/2018
Fructuoso Mangas

En realidad, según la más antigua y constante tradición desde Asia a Europa y desde América o África a la Polinesia, son cuatro los elementos en los que se basa y se expresa y se realiza cuanto existe. Son los cuatro de la fama, vaya elementos que son?

Ya lo dijo hace veintisiete siglos Tales, el de Mileto, el primer físico griego, que además había estudiado en Egipto: son cuatro los elementos que forman cuanto existe, el agua, la tierra, el fuego y el aire. Y después de tantas vueltas y revueltas de la ciencia desde entonces, se pueden mantener hoy estos cuatro principios.

No sé qué distrajo a Lucas al redactar el texto que recordamos hoy, Fiesta de Pentecostés, los cristianos por el mundo entero, porque puso como protagonistas de su hábil relato ?Lucas es más que periodista, es un buen narrador- cuatro elementos, viento, fuego, ruido y don de lenguas. Con estos cuatro intenta malamente, pero es quizás lo mejor que hay, qué quiere decir eso de Espíritu de Dios: ímpetu que empuja, fuego que transforma, ruido que alarma y don de lenguas que entiende todo el mundo mundial.

Algo de esto, o sea, un poco del Espíritu de Dios necesitamos hoy todos, individuos y grupos, desde los curas a los laicos, desde los obispos a los gobernadores, desde los que sirven hasta los poderosos, desde los que ni son ni se les invita hasta los que están en todo y todo lo dominan. Algo de este Espíritu ha atravesado dramáticamente a la Iglesia católica de Chile en estos días...Todos necesitados de ese Espíritu. ¡Que baje Dios mismo y lo vea! Y de paso que lo haga.

Quién nos diera, aunque sólo fuera una pequeña dosis, un poco de viento a todos los curas de Salamanca, que nos sacara de nuestras casas y casillas, nos dejara a la intemperie del mundo y de la misión en él, nos uniera y reuniera por la fuerza del remolino y nos elevara en torbellino por la fuerza de la turbulencia evangélica creada? Ay.

Ah y de paso ese mismo viento, a ser posible algo más fuerte, se llevara de calle a todos los falsos servidores, a todos los políticos de recojo y guardo, a todos los poderosos y poderosillos que con lo que pueden se encaraman a lo más alto de lo que sea, sea a lo más alto de la soberbia y del aprovechamiento o a lo más bajo de la indignidad y la falta de honestidad personal y de eficacia pública. Un viento recio, a ser posible gélido y helador, que arrastre como a los cardos secos en los rastrojos, a todos los que sobran y se aprovechan, grandes medianos y chicos. Sería una buena obra del aire del Espíritu de Dios.

Y puestos a pensar en urgencias quién nos diera un poco de fuego devorador para encender una gigantesca hoguera de San Juan y quemar en ella todas las vanidades, las de andar por casa y las de abusar de los altos cargos y despachos; las de purificar mente y corazón y las de depurar y expurgar gastos, presupuestos y soberbias. Otra sociedad nos cantaría si fuéramos capaces de desatar entre nosotros, cerca y lejos, el fuego del Espíritu. Es lo que sucedió en aquel grupo de inútiles discípulos acobardados y salieron a la calle con clamor y con riesgo. Y aquello debió haber durado hasta hoy mismo.

Hasta el ruido fuerte que ruge y despierta nos hace falta en una sociedad tan adormecida, en una Iglesia tan ausente, en unos gobernantes tan distraídos con los suyo, en unos pensadores ensimismados en sus propios sueños y en unos ciudadanos enredados en las redes de cada día. El Espíritu de Dios, madrugador, despertador y avisador podría sacarnos del sueño de los injustos en el que descansamos.

Sin que nos falte hoy la necesidad de contar con el cuarto elemento, la capacidad de comunicación, el don de ser entendidos, el gozo del diálogo y la grandeza de la conversación cruzada, venga de quien venga y diga lo que diga. Porque ya decíamos que hablando se entiende la gente, pero hablando todos, cada uno su lengua, como en el precioso y preciso relato de Lucas en Hechos 2. La Iglesia escuchando a la gente, los gobernantes sensibles a la voz, sea grito o sea susurro, del pueblo que siempre habla. Y así en cada espacio, los hijos con los padres, los esposos y las parejas, los grandes y los chicos, los de adelante y los de atrás, los laicos y los curas, los superdotados y los menos capaces, los descartados y los triunfadores. Si así y rompiendo todas nuestras resistencias, actuara el Espíritu de Dios, se levantaría cada día una persona distinta, una familia diferente y una sociedad equilibrada, justa y hasta feliz. Ay, si ese Espíritu viniera.

Pues este "Ay" entre la queja y el deseo, entre la denuncia y el buen propósito es lo que celebramos los cristianos alrededor del Espíritu de Dios en esta Fiesta cristiana de mañana, domingo de Pentecostés, con "cincuenta" días pasados ya desde la Pascua y con margen suficiente para que soplen con fuerza todos los vientos. Amén.

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