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Cervantes, Muerte y Memoria
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Cervantes, Muerte y Memoria

Actualizado 21/04/2018
Fructuoso Mangas

Era 19 de abril de 1616 y Miguel de Cervantes Saavedra sentía la proximidad de su muerte. El escritor acababa de finalizar la que sería su última obra, Los trabajos de Persiles y Segismunda, novela bizantina con la que ambicionaba triunfar en un género entonces muy bien valorado y está escribiendo la dedicatoria al Conde de Lemos.

Viejo, pobre, con poca gloria y con mucha menos de la que pretendió, Cervantes está rematando su Persiles, una obra poco leída y de muy alta calidad literaria. A los pocos días muere; era el 22 de abril, no el 23, pese a la tradición que ya parece inamovible. Están con él su mujer, su sobrina y alguna hermana; su hija Isabel lo ha abandonado y vive por su cuenta.

En el Libro de Difuntos de la parroquia de San Sebastián de Madrid hay una Partida que dice: "En 23 de abril de 1616 años murió Miguel de Cervantes Saavedra, casado con doña Catalina de Salazar, calle del León. Recibió los Santos Sacramentos de mano del licenciado Francisco López. Mandóse enterrar en las Monjas Trinitarias. Mandó dos misas del alma y lo demás a voluntad de su mujer, que es testamentaria y el licenciado Francisco Martínez, que vive allí". (Libro 4º de Difuntos). Sin olvidar que en el vocabulario técnico de los libros de difuntos el día "de morir" es el del sepelio; Cervantes murió el día antes y ahí está el malentendido.

Once días después de la muerte de Cervantes, otro genio de las letras dejaba también esta vida, William Shakespeare. Está oficialmente aceptado que murieron el mismo día, el 23 de abril, pero si está claro, como lo está, que Cervantes falleció el día 22, habrá que aclarar también otras diferencias de fecha más grandes.

Shakespeare murió en realidad diez días después que Cervantes y la explicación está en las diferencias de los calendarios juliano y gregoriano, detalle que en muchas ocasiones no se tiene en cuenta al trasladar fechas de unos países a otros. Por un lado Cervantes murió el 22 de abril del calendario gregoriano que estaba vigente en España desde 1582. Y Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que tenía once días más que el gregoriano, porque Inglaterra no aceptó la reforma del calendario hasta mediados del siglo XVIII. Por lo tanto, y sin ninguna duda, Shakespeare murió, en su natal Stratford-upon-Avon, el 4 de mayo de nuestro calendario gregoriano actual. Cervantes y Shakespeare no murieron en la misma fecha, aunque luego la mala contabilidad generalizada los haya juntado en un falso día 23.

Pero dejando a un lado estos avatares de las fechas, pues habrá que seguir con el 23 de abril pese al error, importa más recordar aquellas últimas palabras de Cervantes en la dedicatoria de su Persiles. Son perfectas, en lo que dicen y en la forma de expresarlo."La dedicatoria del Persiles es la prosa más espléndida que se ha escrito en español; no hay palabras para decir lo bella y sencilla que es esa prosa", afirma Francisco Rico.

Escribe Cervantes en el Prólogo: "Puesto ya el pie en el estribo,/ con las ansias de la muerte,/ gran señor, ésta te escribo/. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir". Era el 19 de abril de 1616, cuatro días antes de su muerte.

El censor de la Segunda parte de El Quijote lo describe "viejo, soldado, hidalgo y pobre". Y esto a un año de su muerte. Poco y mísero bagaje después de tantos y tan largos afanes desde el golfo de Lepanto hasta la vieja casa de Madrid. Podría decir él lo de "en tierra, en sombra, en humo y nada", que años antes había escrito Góngora en verso inmortal ¡a sus 21 años! y por esas fechas con "tiene polvo, humo, nada, viento y sombra", describía Lope de Vega la vida o, quizás mejor, la muerte. Y años más tarde, hablando ya directamente de la muerte, Sor Juana Inés de la Cruz se duele de que "es cadáver, es polvo, es sombra, es nada". No caben dudas. Y todo se cumple casi literalmente en don Miguel. Incluso la casa donde murió fue derribada en 1833; eso sí, la calle se llama hoy Calle Cervantes. Algo es algo.

Hoy, cuando escribe su dedicatoria, le queda sólo el deseo de vivir y con él sobrevive unos días más. Llega al final de su existencia sin poder cubrir los deseos de triunfo y de bienestar que ambicionó toda la vida. Da la impresión de que muy a su pesar ha hecho las paces con su hermana Muerte; o quizás los años vividos le han traigo tanto desengaño que ya apenas le afecta su sospecha de que el final está a la vuelta de casi nada. Y ahí queda, a la espera, medio envuelto ya en su mortaja de hábito franciscano de la Orden Tercera.

Tiene su ironía el hecho de que sea la fecha de su muerte, error de cálculo incluido, la que congrega, siglos más tarde, memorias y celebraciones en honor de aquel Miguel que se quedó sin triunfos en las manos y sin haciendas en su haber y a la memoria del genio inglés William Shakespeare, aquel de "la vida es una historia contada por un idiota" que apenas disfrutó de paz en su vida ni en sus amores ni en su familia ni en su economía.

No cabe duda, es la muerte el hecho más contundente de la vida y el que acaba poniendo en su sitio las pocas cosas que lo tienen en verdad y en propiedad. Esto es tan claro que salvamos la tragedia con alguna dosis de humor más bien negro, como cuando nos advertimos, hasta el papa Francisco lo ha subrayado, que ningún difunto lleva detrás un camión de mudanzas ni tiene bolsillos en su mortaja. Hoy, quizás por eso, ocultamos el desastre de la muerte lo mejor que podemos.

Dejamos fuera de la ciudad los tanatorios y si es con crematorio por medio, pues mejor, porque hasta parece que así la muerte es menos evidente y lo que no se ve es como si no fuera; y si hay funeral y no es en la parroquia, pues mejor porque es más rápido, más discreto y sin rastro; negamos o rebajamos visitas a cementerios como quien borra en el encerado la línea equivocada; o los piadosos y equívocos eufemismos que a veces usamos con los niños simulando algo para disimular lo otro. Y no vale, creo, la argucia de A. Machado: "La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos". No es tan sencillo, don Antonio, como que usted en su Autobiografía dice aquello de "me encontraréis a bordo, ligero de equipaje"? Ahí es nada.

Hasta aquí llegué de la mano de la muerte de Cervantes y tendré que volver otro día para recobrar el hilo?

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