En el patio extremeño de Vitori, ahí por Torrejoncillo, descubrí hace mucho tiempo una extraña flor de dos corolas que miraban, empecinadamente, cada una a un lado. Se llama la nuera y la suegra, me dijo Vitori, siempre están peleadas. Y así era, porque aquellas dos hermosas flores que en realidad eran una sola, miraban decididamente en dirección contraria. Sabiduría popular.
Duelo de voluntades, y en el centro, el hombre que trae, como en la historia bíblica de Ruth, a la mujer al corazón de la familia para que sea la suya. Como si no fuera ya difícil la convivencia en pareja como para tener que admitir las particularidades, rarezas y costumbres de otra familia cuando ni siquiera aceptamos las de la nuestra. Un ejercicio de amor que quizás al principio de la limerencia, aceptas hasta con alegría, y que a medida que se desgasta el amor, acabas detestando. El cuñado chistoso se convierte en odioso, la madre protectora en castradora y la hermana acogedora en abusadora. Hasta el sobrinillo delicioso acaba convertido en un enviado de todas las furias. Nos pasa a todas. La discrepancia no tiene porqué ser mala, y la mala uva, tampoco.
¿Es tan grave reconocer lo que la sabiduría popular convierte en una flor? Los reyes no han de tener sentimientos, solo la mano mecánica que estrecha y saluda con una sonrisa fija para que salga bien en la foto. Un episodio que no tiene más transcendencia se ha convertido en la losa que aplasta a una mujer que después de todo, no ha hecho más que realizar su papel de forma obsesivamente perfeccionista. Un trabajo excesivamente exigente cumplido con la puntilla de lo cuidadoso. Quizás dolorosamente rígido, sí, aparentemente altanero, falto de esa espontaneidad que o se tiene o no debe impostarse. Oficio de reina. Independientemente de que nos consideremos o no monárquicos, a la vista de la situación, lo único que cabe es pedir cordura y situar las cosas en la perspectiva de lo sensato. Somos un país de linchamientos, de noticias con recorrido obsesivo. Somos un país cainita que no nos merecemos a ciertos políticos, pero tampoco nos merecemos a quien desde el principio, ha tratado de cumplir su tarea de una forma irreprochable. Cierto ¡La estoy defendiendo! defendiendo a una mujer trabajadora que ha vivido de su sueldo y que ha traído la vida real a la real vida. Defendiendo una tarea de representación y cuidado que también debe tener el derecho a cometer equivocaciones, como las cometemos todos. Defender, como alguien tan bien dijo, que las reales vidas también tienen que ser vidas reales. Sí, la defiendo.
Cómo nos gusta linchar, ya sean muñecos con la forma de una desgraciada como Ana Julia o a mujeres cuyo defecto es el perfeccionismo obsesivo. Durante horas mordemos, masticamos, deglutimos un asunto y después de escupirlo, pasamos a otro. Nos deben doler las mandíbulas, afirmo.
Charo Alonso / Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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