Puntual a su cita con el calendario llegó marzo, y como cada año, el jueves día 8, las mujeres, empujadas más que arropadas por partidos políticos, sindicatos y asociaciones feministas, saldrán a la calle para exigir a los gobiernos sus derechos laborales. En esta ocasión, las españolas, lo harán para decir ¡basta ya! a la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres.
Si realmente los salarios de las mujeres fueran inferiores a los de los hombres, sería la primera en sumarme a sus reivindicaciones, pero en este país los trabajadores con las mismas funciones, la misma categoría, el mismo número de horas, etc., sean hombres o sean mujeres, ganan lo mismo. Ningún empresario, por muy atrevido que sea, se arriesgaría a firmar lo contrario en un contrato de trabajo, y si lo hiciera, no le sería rentable, es algo ilegal y todos son conscientes de que en este país todos hemos aprendido a denunciar.
Otra cosa es que los hombres perciban incentivos por trabajos complementarios que no perciben las mujeres. Así pues, cuando en los medios de comunicación se dice que las mujeres, con respecto a los hombres, han perdido no sé cuántos miles de euros al año, se está tergiversando la información, lo correcto sería decir que no los han ganado, entendiendo por ganarlos el haber realizado los trabajos que los generan.
Justo es reconocer que las mujeres siguen teniendo más dificultades para realizar trabajos que les permitan ganar lo mismo que los hombres, pero esto ni obedece a las leyes, ni obedece a los empresarios, obedece a otras circunstancias que podemos resumir en dos.
Primero: Las tareas por las que los hombres son incentivados, suelen ser labores que las mujeres o no pueden o no quieren realizar, y si las hacen, las hacen para evitar despidos, atropello que también sufren los hombres.
Y segundo: Las mujeres siguen teniendo más cargas familiares que los hombres, lo que las impide acceder a jornadas completas y favorece el rechazo a ser contratadas por temor a que el número de ausencias sea mayor que el de los hombres. A esto se debe que no pocas mujeres sean despedidas en cuanto quedan embarazadas. Existe la creencia de que esta práctica tan generalizada desgraciadamente tiene su origen en la mala voluntad de los empresarios, pero esto será en las grandes empresas, en las que son protegidas por las administraciones públicas, en las que su única finalidad es ganar dinero y caiga quien caiga, pero las medianas y pequeñas, con frecuencia empresas familiares creadas y dirigidas por mujeres, están tan castigadas por las mismas administraciones que para subsistir muchos meses tienen que renunciar a su propio sueldo, por lo que contratar a mujeres con cargas familiares acabaría de arruinarlas.
Tanto a los partidos en la oposición como a los sindicatos se les llena la boca con la tan traída y llevada "conciliación laboral", pero unos y otros saben que todo eso tiene más de fantasía que de posibilidades de ser una realidad. Ninguna mujer, por muy dispuesta que sea, puede atender al cien por cien las obligaciones que exige el tener una familia y las que exige el ejercicio de una profesión fuera de casa. Este problema solo se verá resuelto cuando los hombres dejen de conformarse con colaborar echando una mano y asuman las responsabilidades que siguen recayendo sobre la mujer, algo que hoy por hoy no es lo normal, o los sueldos permitan el poder contratar a una tercera persona que reemplace a los dos, algo que de momento solo está al alcance de las mujeres que se dedican a la política y a las que ocupan altos cargos en grandes empresas, entidades bancarias o en la propia Administración. Y esto queda lejos de momento, porque el Gobierno, que también dice estar a favor de la igualdad laboral entre hombres y mujeres, cuando oye hablar de sueldos que permitan ejercer este derecho a todos por igual, ni oye, ni ve ni entiende.
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