Fue un concierto memorable porque el público pudo apreciar, además de la solidez y afinación del conjunto, el alto nivel interpretativo de los solistas
Vivimos tiempos confusos, cambiantes, aparecen constantemente nuevas fórmulas de expresión, de comunicación. Tiempos de muda de especial intensidad: catálogos novedosos, expectativas abiertas y sorprendentes. Parece que está todo inventado, pero no. Y además en muchas ocasiones tan solo hace falta cambiar, buscar, investigar y ponerse el mono de trabajo para incentivar la curiosidad por descubrir cosas nuevas.
En la música también. Por eso es bueno reconocer y subrayar a artistas, instituciones y colectivos que hacen posible, nuevas visiones y nuevas emociones, aunque sea antiguo el manantial en este último caso. El disfrute de la música solo tiene instante.
La Banda Municipal de Salamanca podía perfectamente echar el ancla, sujetarse a unos contenidos de atril más o menos vistosos y populares. Y no se aparta de ellos, que conste. Pero cada dos por tres, escala con audacia un par de puertos de primera. Y los conquista con intrépida brillantez. Ejemplos, para el numeroso ejército de personas que siguen habitualmente los conciertos de la Banda, los hay de sobra (zarzuelas, óperas?).
Ayer, el Teatro Liceo, con lleno, la Banda volvió a ponerse la vitualla del puerto de primera para ofrecernos un concierto muy bien concebido y diseñado en su repertorio y felizmente rematado con unas alegrías atronadoramente eficaces y optimistas, "Delirios del Alba", de Ferrer Ferrán.
Careciendo de violines, la Banda fue ayer casi sinfónica, con tres chelos y un contrabajo.
Fue un concierto memorable porque el público pudo apreciar, además de la solidez y afinación del conjunto, el alto nivel interpretativo de los solistas: Jaime Jiménez (clarinete, Concert for clarinet, de A. Shaw), Rubén González (piano, Rhapsody in blue, de G. Gerrswin) y Juan Francisco Aranega (trombón, Pequeña Czarda, de P. Iturralde).
El concierto comenzó con Alpine Fanfare, de Cesarini y finalizó (sobre programa) con El Arca de Noé, una obra de Óscar Navarro de tremebunda corpulencia expresiva que narra el pasaje bíblico del Diluvio Universal. En ella tuvieron especial y brillante protagonismo la percusión donde reinaron con privilegiada eficacia Iría, David, Alejandro, María y José Ángel.
Mario Vercher, director, dio pálpito y criterio a todo el entramado musical, cuyo resultado fue largamente aplaudido por un público entusiasmado.
Toño Blázquez