Sabemos muchas cosas, hoy hemos llegado muy lejos en todos los campos de la técnica. En muchas partes se vive en la abundancia, pero se cierran los ojos a la miseria y hambre de otros pueblos. Los pobres, los marginados, los crucificados, no interesan a los poderosos, ni a los gobiernos, ni a la gente instalada. Cientos de personas huyen de la guerra, hacia una realidad desconocida y se les cierran las fronteras. Pero lo más trágico es que no hay compasión para el que vive cerca y sufre: enfermos, ancianos, jóvenes. Y esto acontece en nuestras ciudades, barrios y hogares.
Necesitamos seguir hablando de misericordia, palabra extraña en nuestro vocabulario, pero necesitamos, sobre todo, crecer en compasión e identificarnos y solidarizarnos con el que sufre. Los cristianos deben ser motivados a optar por la misericordia para ser misericordiosos, para practicar las obras de misericordia. Necesitamos escuchar a Dios, pero también los gritos de los hermanos.
Quisiera recordar aquellas palabras de Charles Péguy, "Dios ha tomado la iniciativa. Es él quien ha empezado... Dios ha puesto su confianza en nosotros. ¿Quiere decir eso entonces que nosotros, por el contrario, no confiábamos bastante en él?" Necesitamos confiar en Dios, acogernos a su misericordia, pero tendremos que trabajar, sin dejar pasar el tiempo, para que en nuestra sociedad haya más responsabilidad, más justicia, más solidaridad: más misericordia.
La misericordia deberá crear espacios de confianza, para que la persona, desde la herida y el dolor, pueda ser sanada y reconciliada. Nosotros, hijos que huimos de la casa del Padre, o nos quedamos en ella sin sentirnos hijos de verdad y hermanos de los otros, tendremos que poner y clavar nuestros ojos en el Padre bueno, y releer con frecuencia las parábolas de la misericordia.
Todos tenemos razones para perdonar y para no hacerlo. Da pena constatar el tiempo y energías que gastamos por no perdonar. ¡Cuánta vida se nos va en escarbar la herida y no olvidar lo sucedido! No vivimos en paz el momento presente porque no somos capaces de aparcar el pasado; por eso apenas disfrutamos de lo que vemos, oímos o sentimos y nuestra vida se convierte en un penar continuo y nos movemos entre la tristeza y el vacío, la inconstancia y el desaliento, el desasosiego y la muerte.
La mayoría de las personas, desearíamos perdonar, pero, a veces, nos falta motivación, fuerzas y la ayuda de alguien que nos eche una mano. Aunque vemos todas las ventajas que nos trae pasar página, no nos decidimos a dar el paso, pues constatamos que queremos, pero no podemos.
La misericordia brota del amor y , necesariamente, conlleva al perdón.
"Las tres cosas más difíciles de esta vida son guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo", afirmaba B. Franklin. Perdonar no es fácil, pues para poder hacerlo es necesario emplearse a fondo y creer en la fuerza de Dios, en su poder, ya que su misericordia es infinitamente más grande que nuestras miserias. Es bueno no perder de vista que Dios sigue haciendo su obra: su gracia nos basta, pero ésta requiere, a su vez, de nuestro esfuerzo, de ese poquito que podemos hacer. El perdón es, pues, don y tarea. Dios nos lo regala, él pone todo, pero nosotros tenemos que poner lo poquito que está a nuestro alcance. "Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos" (Eduardo Galeano). Y si somos lo que hacemos, practiquemos la misericordia, ya que "es Él quien ha empezado?"
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