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Actualizado 19/01/2018
Juan Robles

La tensión separatista ha sido cultivada positiva y continuadamente por los gobernantes del pueblo y autonomía de Cataluña

Cataluña | Imagen 1Más de una vez me he sentido tentado, y casi obligado, a tratar el tema recurrente de Cataluña. Hasta ahora no me he decidido. Un poco por ignorancia, o falta de conocimiento de la situación real, o por miedo a equivocarme al emitir juicios personales, quizá no suficientemente fundamentados. O incluso por la vivencia apasionada con que unos y otros solemos enfrentar este problema.

Porque no se puede disimular y, en un falso sentido irenista, pretender que no hay ningún problema. La distancia entre Cataluña y el resto de España no es nueva, más bien es un tema que viene de lejos. Y los nacionalismos son problemas de difícil solución. Porque apasionan y radicalizan excesivamente a quienes defienden las posiciones nacionalistas, y también a los que, al contrario, pretenden contenerlas o erradicarlas.

Cataluña no ha llegado nunca a ser más que un ducado dentro del gran reino de Aragón. Es verdad que más de una vez ha habido intentos de separación y aun proclamaciones de república independiente, pero siempre ha sido forzadamente controlado y reprimido.

En el momento de la elaboración de la Constitución española, todos, incluidos los catalanes, votamos a favor de ella. Y aceptamos regirnos por esa norma de convivencia y reguladora de las relaciones de mutuas, en toda actividad interna y externa de nuestro país.

La tensión separatista ha sido cultivada positiva y continuadamente por los gobernantes del pueblo y autonomía de Cataluña. A veces ha sido el sistema de enseñanza, o el abuso de los medios de comunicación, así como el reforzamiento de leyes cultivadoras, en exclusiva, de las dimensiones culturales específicas y de la lengua catalana, proclamándola de uso obligado en situación de igualdad con la lengua castellana, pero exigiendo el uso del catalán en la gestión coloquial ordinaria, en la administración de gobierno y en las relaciones comerciales y productivas.

Las aspiraciones a un mayor autogobierno, y a una mayor disposición de los bienes de producción y de los fondos económicos, se han visto favorecidas por el apoyo de los partidos nacionales del estado español, sean de derechas o de izquierdas, porque en determinados momentos necesitaban el apoyo y los votos catalanes para vencer a los partidos oponentes. Y así, todos hemos venido a ser culpables de este movimiento o proceso de independencia, incluso con pretensiones de convertirse en república catalana como forma constitución y de gobierno.

Hasta con mentiras y deformaciones de la historia y de la realidad han ido los separatistas promoviendo sus aspiraciones de ruptura e insolidaridad, acuñando incluso slogans a todas luces falsos, como aquél de "España nos roba".

Esas prácticas de profundización en el separatismo por parte de una porción de los ciudadanos de base, y sobre todo de determinados gobernantes, han ido creando un verdadero foso entre unos y otros catalanes, dentro de los mismos pueblos y hasta de las propias familias. Incluso sectores notables de la Iglesia católica se han visto involucrados y comprometidos en ese movimiento separatista, tratando de justificarlo hasta desde el punto de vista religioso y desde la dimensión moral, acusando al estado español de imperialista y violento, y favoreciendo la aplicación cristiana tradicional de que es lícito rebelarse frente al tirano.

Esas posturas ultranacionalistas han llevado a algunos gobernantes y políticos en general a situarse frente a las leyes del estado español y de la misma ley de leyes, la Constitución española, creando y poniendo por encima sus propias leyes, incluso más allá de su propio Estatuto de autonomía, justificándose por los votos promovidos en consultas irregulares y fuera de la ley.

Es la tragedia que nos ha llevado a tener que aplicar la ley excepcional del artículo 155 de nuestra Común ley constitucional. Esto ha obligado a los partidos nacionales o estatales a enfrentarse a la situación y a intentar volver a la normalidad legal mediante las elecciones celebradas recientemente el 21 de diciembre.

Va a costar Dios y ayuda, y mucha prudencia y equilibrio, para volver a encontrar el modo de respeto y convivencia que todos necesitamos y propiciamos, fuera de algunos radicales que quieren promover la ruptura a toda costa, aun a sabiendas de lo irracional de las separaciones, contrarias a las tendencias necesarias de unión que tratan de llevar adelante los estados de la Unión Europea, o del gobierno general de las Naciones Unidas, de la Unesco, de la Unión para la Salud y otros muchos movimientos de superación de fronteras, muy convenientes para la construcción de la solidaridad entre los pueblos, y del reforzamiento de los factores de producción o del correcto funcionamiento de las relaciones económicas.

Baste recordar la disminución de los medios de producción y de consumo, de la gestión de las agencias de turismo, o de las empresas que han preferido poner los asentamientos productivos o fiscales fuera de Cataluña. Evidentemente esta situación de inseguridad y de crisis nos perjudican a todos los españoles, porque la economía catalana es una parte muy notable del producto nacional bruto del estado español

La locura sigue pretendiendo aprobar en las Cortes de Cataluña un gobierno presidido por Puigdemont, que tendría que defender su investidura a distancia y por videoconferencia, ya que se encuentra fugado de la justicia española en la capital de Bélgica, Bruselas.

Esperemos recuperar todos la gestión de la política catalana, y de la de el resto de España, con actuaciones de cordura que nos lleven de nuevo a una convivencia de fraternidad. ¡Viva Cataluña! ¡Viva España!

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