El reconocido poeta brasileño Alvaro Alves de Faria, Huésped Distinguido por Salamanca, escribe sobre 'Contracorriente', obra ganadora del IV Premio Internacional Pilar Fernández Labrador
La poesía debe tener carácter. Aquel sentimiento que la poesía exige del poeta que se busca y se traduce con la palabra que tantas veces hiere. La poesía está en el sentido contrario del mundo, cada vez más distante de los que todavía cultivan sensibilidades y gestos de solidaridad. La poesía no quiere vivir de experiencias. La poesía es la palabra indignada, aquella que recoge los pedazos, aquella que busca en la memoria el tiempo amargo de las circunstancias.
Es lo que narra la poeta cubana Lilliam Moro en su "Contracorriente", que discurre su poema con el respeto, palabra a palabra, verso a verso, construyendo un tejido extraño del que la poesía siempre se merece. La poeta está siempre ante sí misma y deja que las palabras nazcan, aún delante del horror de un tiempo sin salida. El horror continúa. Corresponde al hombre hacer su propia historia.
Para la poeta Lilliam Moro, el poeta es aquel equilibrista que camina sobre la cuerda finísima del caos, de lo que está roto, de lo que dejó de existir y vive una memoria casi apagada, donde las imágenes se pierden y las palabras se mutilan en las sombras. Corresponde al poeta reconstruir y juntar los pedazos y transformar todo en poesía, lo que se salva todavía en lo lírico casi imposible en un tiempo de absoluta negación. Ese momento en que todo cae encima de la propia intimidad. Entonces es necesario saltar sobre el miedo sin red protectora, como un trapecista que intenta todo y muchas veces siente la caída, pero sin tocar el fondo porque hasta la profundidad tiene su límite.
De esta forma el poeta se descubre, como reinventando la propia vida que seguirá. Las palabras desaparecen. Las personas también. Es necesario, entonces, conversar interiormente con los versos posibles, en busca de uno mismo, el poeta que se pierde entre los escombros. El poeta grita, pero nada oye. Ante ese escenario de incertidumbres, fraudes, desencuentros y desencantamientos, Lilliam prefiere perfeccionar su silencio en la palabra que no se dice, la mímica del alma, para decir lo que siente. La poeta afirma, con angustia, a los que todavía sienten, que no valió la pena.
Los poemas de Lilliam Moro atraviesan el caos de este tiempo con los pasos decididos para encontrar las salidas y lo que queda de todo, de un mundo sin cordialidades, árido para los sobrevivientes. Entonces es necesario ser un equilibrista en una cuerda que está por romperse, deshaciendo la vida de los que todavía sienten y quieren vivir. En verdad, es necesario ser un equilibrista que camina sobre la delgada cuerda del caos en un circo de espectadores ciegos. Un circo que puede representar esa inmensa soledad que alcanza al hombre en su lucha por la vida, herido como está, pero es necesario continuar, ser ese equilibrista que atraviesa el tiempo de sí mismo con las manos que sangran. La poeta observa que tiene el vicio de conversar con ella misma, en un lenguaje de figuras retóricas. No importa el momento, porque habla con naturalidad de las voz y de todas las cosas que la cercan. No es necesario decir, porque esta poesía va más allá de la propia palabra, porque revela el espíritu y los secretos guardados como cosidos en la piel.
Conmovedora la sección de "Contracorriente" que dialoga con varios poetas, en una palabra fraterna, nostálgica, aquel gesto que se guardó en el tiempo para revelarse después, mucho tiempo después. Los poetas que dejaron sus poemas como marcas de su tiempo, de la propia vida. Conmovedor porque las palabras de la poeta suenan como una inmensa nostalgia que salta de la boca como un gesto de quien llega y abre la puerta para volver a ver a los amigos de una poesía que hace un retrato en poemas de fina ejecución. Una palabra de homenaje que solo una poesía seria y honesta como la de Lilliam puede proporcionar. También conmueve el espacio que la poeta reservó en el libro para la melancolía, una cosa palpable, un corte, una herida. Aquella cicatriz que queda adherida a la piel, la señal de un tiempo que conversa con las ausencias y el propio silencio que entra en la vida negando la palabra.
Esa melancolía que persiste en existir en todo, en la memoria que no muere y esta siempre viva para mostrar fotografías del pasado, igual que aquel día cuando la poeta llegó a Madrid y recorrió los rostros de la gente que estaba en una cafetería, observando su propio rostro casi extraño a sí misma. También es necesario conversar con el tiempo, para que el tiempo sea el espejo de las cosas que se acabaron. Arrancar del tiempo todo lo que dejó de existir y pertenece a otro plano de vida, el del olvido. Pero no es posible olvidar. Hay momentos en que se llega delante de un espejo y la poeta dice: "Ese rostro que ves no es el tuyo". Así también es ese despojamiento de todo.
Llega una hora que ya no es posible olvidar. Conversar con ese tiempo desaparecido equivale a hablar con la poesía, sabedores que siempre la memoria es el lugar del caos y de las cosas que morirán, de lo que dejó de existir, el gesto, los pasos, la palabra que se corta en la garganta y no se deja decir. Entonces es necesario buscar el camino que conduzca al verso que no fue escrito, a la poesía que deja de existir, al poema que se apaga, al silencio sagrado, a los abrazos perdidos.
Es necesario llegar a esa esperanza prohibida por ley para siempre. Pero la ley no puede negar la vida, nunca negará la vida. Porque la vida existe y es vivida también en el tropiezo. También es preciso buscar el camino, como dice la poesía de Lilliam Moro, para, finalmente, abrir el mundo y vivir ese mundo con la intensidad absoluta del ser. Lilliam dedica partes de su libro a las palabras que se dice en el silencio de sí misma para, después, escribir las palabras que solamente ella podrá leer. La poeta dice en un poema que grita, pero nadie oye, por eso perfecciona su propia ausencia. Al poeta Rubén Darío ella afirma que también siente el dolor de seguir viva todavía. A Reinaldo Arenas observa que él fue el impulso de la sobrevivencia. Lo que vale es la libertad de vivir. A Gastón Baquero, Lilliam dice que está prohibido pensar en el pasado porque todo, a partir de ahora, es lo nuevo, lo inédito. Recuerda a Lydia Cabrera, que pintaba piedras con un pincel de espumas y los colores del arcoíris.
Un momento de una poesía lírica que todavía existe en el lenguaje de los poetas que conocen su oficio de escribir. Es así el sentimiento de tener el sueño exiliado por las sombras, las manos que tocan en las puertas que no se abren y las ventanas siempre cerradas a una poesía que, además de todo, se revela amorosa, en busca del recuerdo, de las imágenes todavía conservadas en forma de poesía. Lo poetas mueren. Se suicidan al vivir. Los poetas que no creen en la certeza y prefieren arañar en la vida para descubrirse a sí mismos. Mientras tanto, la muerte no significa ser libre. La libertad es otra cosa. Ser libre es poder volar, especialmente cuando la esperanza es perversa y está prohibida por ley para siempre. Significa prohibir la vida. Significa no poder ir a las plazas y a las calles con el poema para decirlo. Los oídos están atentos, pero también están adormecidos.
Nada es para siempre. Nada. Las cosas todas no son definitivas, ni la brutalidad de la poesía, la realización del poema. El abrazo del amigo, lo que deja de ser, de repente, esa libertad que siempre habrá de ser conquistada. El poema "El equilibrista" explica mejor esa travesía, cuando el hombre se pone frente a sí mismo y sabe que tiene que seguir aunque sea entre las sombras. Es difícil pero no imposible.
La poeta Lilliam Moro sabe de eso. Por tal motivo, este libro "Contracorriente" es un testimonio de su tiempo. Es también una poesía de afectos y de amarguras. La palabra del alma exiliada que intenta vivir y que todavía queda de la poesía lejos de la patria envuelta en los lamentos. Vale esa búsqueda de siempre, para que la vida pueda vivir. La vida siempre habrá de vivir. Aunque sea delante de los muros, de los silencios, de las ausencias, de la palabra cortada, de la boca herida. La vida siempre habrá de vivir.
Traducción de A. P. Alencart
Sobre el autor
Álvaro Alves de Faria (São Paulo, Brasil, 1942), pertenece a la Generación de los 60. Autor de más de 50 libros de poesía, novela, relatos, ensayo literario, teatro,? Como periodista cultural recibió dos veces el Premio Jabuti y tres veces el Premio Especias de la Asociación Paulista de Críticos de Arte. Como Poeta, así le gusta definirse, ha recibido los premios más importantes del país y ha participado en Encuentros Internacionales en Brasil, Coimbra, Salamanca. Su gran número de publicaciones poéticas, novelísticas, teatrales,? hace imposible una enumeración. Aunque la mayor parte de obras poéticas de Brasil se encuentran recogidas en Trajectória poética (2003) y toda su obra poética portuguesa en Alma gentil / Raízes (2010). Salamanca, a través de su Ayuntamiento, le homenajeó el año 2007, dentro del XI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, declarándole Huésped Distinguido y publicando una antología de su abra bajo el título "Habitación de olvidos"(Edifsa, 2007, con traducción de A. P. Alencart). Posterioremente a esa fecha se han publicado varios libros más en castellano, traducidos por Alencart y, especialmente, por Montserrat Villar Domínguez.