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Josetxu Morán, puro teatro
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entrevista al actor salmantino

Josetxu Morán, puro teatro

Actualizado 05/01/2018
Charo Alonso

El mimo por antonomasia del teatro salmantino es, sin maquillaje, el rostro patricio, contundente del escenario

El rostro de Josetxu Morán tiene esos surcos de la emoción y esas negras cejas expresivas que contrastan con una aureola de pelo blanco que le hace inconfundible. Incluso quieto y en reposo, es un rostro que habla, gesticula desde el escenario, convierte el silencio en mensaje. El mimo por antonomasia del teatro salmantino es, sin maquillaje, el rostro patricio, contundente del escenario.

Ch. A.: Háblanos del proyecto teatral Almargen. ¿Es una sala, un espacio alternativo de cultura?

J. M.: Almargen nació en 2010 con cuatro grupos de teatro que usábamos el espacio para ensayar y guardar trastos. Poco a poco lo que era una antigua ebanistería se fue convirtiendo en una sala después de prepararla y pintarla de negro porque es un color neutro sobre el que se puede trabajar. Representa ese sueño que tenemos todos los grupos de teatro de tener tu propia sala como espacio alternativo. Algunos de nosotros nos liamos la manta a la cabeza y aquí está Almargen para generar actividades diferentes, con una gestión abierta y el compromiso de cuatro o cinco personas que mantenemos el proyecto.

Ch. A.: ¿Y estáis contentos con el resultado? El hecho de que la sala esté un poco lejos del centro no resultará de mucha ayuda.

J.M.: Este año nos está costando enganchar al público, pero no solo nos pasa a nosotros, también le sucede a La Malahablada y ellos no tienen ese problema. O La Sala Micenas también? y no, no es el frío, ni la lejanía. Yo creo que Salamanca está perdiendo mucho público de teatro. Se programa poco y mal, cosas no especialmente interesantes, y eso hace que el público se canse. Pero no es sólo un problema de Salamanca.

Ch. A.: ¿Cuál es el fallo en esa programación de teatro?

J.M.: Sucede también en Madrid, se trata de compañías de pocos actores, que se centran en caras conocidas. Las empresas no se arriesgan con grandes proyectos o proyectos novedosos y eso se nota. No digo que, por ejemplo, la programación de la Fundación de Salamanca Ciudad de Saberes sea mala, sino que es convencional. Se ha perdido esa costumbre de hacer teatro en los barrios, de hacer teatro diferente y la gente se está volviendo perezosa. Se aburre del producto facilón y recurre a un teatro consagrado. No se programan propuestas novedosas y el público tampoco las aceptaría.

Ch. A.: La gente sí responde a las propuestas de Ciudad Rodrigo, por ejemplo, o a las del Teatro Juan del´Enzina.

J. M.: Sí en el caso del festival de teatro, que está felizmente consolidado. Pero no tanto en el caso del público universitario, se programan buenas cosas por parte de la universidad y nosotros también intentamos programar obras muy interesantes para ese público, pero no llena masivamente el teatro. Ni el nuestro, que es verdad que está un poco a trasmano, ni el Juan del´Enzina.

Ch.A.: Responda o no el público, la gente de teatro ahí seguís y además, en Salamanca os caracterizáis por estar muy involucrados en todo tipo de actividades sociales. Hace bien poco habéis estado aquí celebrando un maratón a favor de los refugiados.

J.M.: No sé si va junto por sistema ser una persona de la cultura y estar involucrados. Yo lo hago por planteamientos personales. Creo que una forma de ser útil a la sociedad es a través de lo que uno sabe hacer. Uno como un ciudadano más.

Ch. A.: ¿Qué tiene el teatro que es tan adictivo? ¿A ti cuándo te enganchó el teatro?

J.M.: A mí en el antiguo COU, fíjate. El teatro tiene que es algo muy mágico, a mí me enganchó desde el primer día que bajé al primer taller teatral en el instituto, impartido por el Ayuntamiento de Barakaldo, donde vivía aunque yo soy salmantino. Se suponía que iba al taller enviado por el periódico del instituto a hacer una entrevista, pero creo que todavía no la he hecho.

Ch.A.: Te agarró el teatro y no el periodismo.

J.M.: Sí, me cautivó desde el primer momento. Yo siempre he sido muy tímido, con poca confianza en mi relación con los demás, y sin embargo vi el teatro como un juego constante que te permite hacer cosas, muchas cosas. El contacto con el público es algo que atrae mucho, es como un vértigo, es como los deportes de riesgo. Uno piensa que nunca se atreverá y aunque te rompas todos los huesos, ahí estás.

Ch.A.: La primera vez que te vi actuar fue haciendo de mimo, me dejaste impresionada.

J.M.: Mis amigos teatreros y yo habíamos hecho un curso y yo había seguido con un libro estupendo para aprender la técnica. Siempre bromeo diciendo que con ese libro empezó todo. Yo me dediqué a improvisar y del 1994 al 1995 estuve haciendo mimo en la calle.

Ch.A.: ¿No es la calle un espacio un poco duro?

J.M.: No, la calle tiene su encanto. Mira, estoy pensando en lo que hablábamos antes, eso de que la gente no arriesga y es cierto que ahora hay gente que tiene proyectos muy arriesgados y muy atractivos, pero porque pueden vivir de otras cosas. No lo critico, es una manera de hacer teatro en los ratos libres más osada.

Ch.A.: ¿Tú siempre te has dedicado al teatro a tiempo completo?

J.M.: Sí, es complicado, pero sí. Cuando yo empecé a hacer teatro era una tarea que respondía a la época, una época llena de ganas por cambiar las cosas, romper moldes, estrenar una democracia? ahora es diferente, nos hemos acomodado, si esta crisis hubiera sido en el 85 se habría puesto el país patas arriba, por ejemplo. Ahora tenemos una sociedad del bienestar que nos hace más cómodos. Lo que la gente quiere es un teatro con gente de televisión, salida de una serie, todos guapos. No un teatro en un espacio como este, arriesgado, atrevido. Hace treinta años tendríamos un público siempre fiel aquí.

Aunque lo que conocemos como mimo es la imagen de Marcel Marceau esa es solo una forma de ver el mimo, el trabajo va más allá.

Ch.A.: La última vez que te vi fue interpretando un duelo divertidísimo entre Cervantes y Shakespeare.

J.M.: Sí, era un texto de García Encinas fantástico, con Pedro Vez Luque que es un actor estupendo aunque se ha especializado mucho en títeres. También estuvimos representándolo en La Malhablada. La verdad es que hacía mucho que no disfrutaba tanto con un texto.

Ch.A.: ¿Te gustan esas propuestas que vienen desde fuera? No es la primera vez que te acercas a personajes de la literatura?

J.M.: No, uno de mis personajes más repetidos es el Lazarillo de Tormes, la versión que se hizo para Rafael Álvarez, El Brujo. Una propuesta que yo sigo haciendo y que dura una hora y media larga. Mira, estoy pensando que a mí me proponen cosas cuando hay prisa o un hueco que cubrir porque dicen ¿Quién está lo suficientemente chalado como para hacer un Lazarillo o una pieza corta y se la prepare con muy poco tiempo?

Ch.A.: ¿Y es verdad que estás tan chalado?

J.M.: Sí.

Ch.A.: En este mundo en el que hacéis de todo, gestión, promoción, decorados, actuación, escritura, talleres? ¿Qué es lo que más te cuesta?

J.M.: Me cuesta lo que tiene que ver con la gestión, me cuesta todo lo que tenga que ver con vender el producto. Soy muy mal negociante. No sé, verdaderamente. Y lo que más me gusta es el trabajo colectivo, el trabajo creativo es estupendo y lo disfruto, pero trabajar con uno mismo es más aburrido. Claro que lo que un actor verdaderamente disfruta es estar sobre el escenario.

Carmen Borrego: ¿Y nunca has dicho "Me bajo"? ¿Nunca te lo han pedido?

J.M.: No, nunca. Y tengo la suerte de que nunca me lo han pedido.

Ch.A.: Hablas del trabajo colectivo pero no hay nada más volátil que un grupo de teatro, la gente se separa, se junta, se enfada, se deshace el grupo? ¿No es complicado, cansino?

J.M.: Eso es porque se juega con emociones, se trabaja con el cuerpo, con las emociones. No solo se ejercitan el cuerpo y la voz, sino otras cosas. Ejercitar la técnica, incluso la de un mimo, es fácil. Lo complejo es la emoción. Todo eso que dices es verdad, pero es humano.

Ch.A.: Eres un mimo excepcional ¿Qué significa ser mimo?

J.M.: Es lo más complejo del teatro, se trata de estar desnudo físicamente. Sin sonido, vestido de blanco. Aunque lo que conocemos como mimo es la imagen de Marcel Marceau esa es solo una forma de ver el mimo, el trabajo va más allá.

Josetxu Morán, puro teatro   | Imagen 1Ch.A.: Estamos en tiempos de pedir algo, de desear algo. ¿Qué desearías?

J.M.: Me gustaría que este espacio fuera un lugar donde proponer cosas aún más arriesgadas, propuestas escénicas diferentes y que fueran atractivas para la gente. Recuperar ese tiempo en el que distintas artes se fusionaban, teatro, bellas artes, literatura? y hacer de este un espacio autogestionable.

Ch.A.: ¿Y para ti?

J.M.: Estoy ahora en un proceso reflexivo. Desearía que lo que hago cuando salgo a escena conectara con la gente. Que tratara temas importantes que consiguieran implicar a la gente. Quisiera tener menos prisa, centrarme un poco, rematar las cosas, terminar de redondear mis piezas. Supongo que será cosa de la edad plantearse "Esto es lo que he hecho y esto es lo que quería hacer". Me gustaría hablar de lo efímero. Me gustaría tener un equipo con el que enfrentarme a Esperando a Godot o a Max Estrella. Me gustaría seguir profundizando en mi payaso.

Ch.A.: ¿Quién es tu payaso?

J.M.: Tengo la suerte de llevar con mi payaso casi treinta años. Tengo que reflexionar sobre mi relación con mi payaso. Un payaso se es, no se interpreta. Es una forma de expresión tan potente y con la que me siento tan a gusto que es lo que querría hacer, ver las cosas a través del payaso. Me encuentro muy a gusto con él, es un trabajo constante.

Ch.A.: Lo que has dicho es algo hermoso y terrible?

J.M.: ¿El que un payaso se es? Quizás prefieras verme como Stragon, para el niño ya no doy el perfil. Seguir profundizando en mi payaso. Ese es el deseo.

Hay algo en los auténticos actores que somos capaces de percibir y no de explicar los que no lo somos. Algo que solo se entiende cuando quien es un auténtico animal de teatro sube al escenario. Tiene el cuidado exquisito en los gestos propio del mimo, Josetxu Morán, la calma, el movimiento de sus largas manos, los sutiles cambios de su rostro expresivo. La palabra medida, el cuidado ante la reacción del público. Un misterio que solo cobra sentido en el escenario. Un secreto apenas desvelado a través de las palabras y los gestos. Teatro, y nada más que teatro.

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