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Navidad
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Navidad

Actualizado 25/12/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Estamos en los días de la benevolencia. Quienes reñimos, odiamos e insultamos el resto del año, venimos obligados al designio del calendario, que nos conmina en este solsticio de invierno septentrional ni más ni menos que a la paz y al amor. Bastante también a las compras compulsivas, -es imposible negarlo-; sobre todo de cosas inútiles. Pero esto es una mera desviación fáctica, que no estaba prevista en los blandos esquemas mentales de los que somos ingenuos por naturaleza, aunque sí en letras de molde por quienes cortan el verdadero bacalao y nos condicionan cada vez más como agentes económicos fácilmente influenciables que también somos.

Hablando de ingenuidad y de paz y amor, lo que uno pretende hoy desde este modesto guindo, deshojado y lánguido, no es exactamente emitir urbi et orbi una homilía anticapitalista -para eso ya habrá tiempo, porque el capitalismo salvaje sigue con sus regios bríos, también en lo jurídico-, pero sí una breve exhortación desesperanzada a quienes han hecho de la cerrazón el sentido de su existencia en los últimos tiempos. Usted ya me entiende.

Sí "los catalanes". Algunos catalanes, no todos por supuesto. Pero tampoco sólo ellos. Así, si la encomienda es entenderse como hermanos y andamos a la búsqueda de una tarea titánica para santificarnos, ahí la tenemos. Es decir, ahí la tienen quienes se las han dado de sabios e ingeniosos, con amagos y fugas incluidas, y también quienes han estado a punto de sacar a Santiago Matamoros, con su caballo no-recuerdo-de-qué-color -probablemente rojigualda- para descabezar testas de infieles a troche y moche.

Como el objetivo de esta época -uno ya casi ni se atreve a decir "cristiano"- es la misericordia y la reconciliación -también entre cuñados-, me parece que algunos deberían imponerse tareas condescendientes, con laxitud de miras y contención de esfínteres, para entendernos. O sea: no se puede decir para empezar "me voy a cargar la Constitución, la Ley, el Estatuto y la madre que lo parió", para después pretender poner actitud de tonsurado. Pero tampoco es admisible decir que "ni nos molestamos en intercambiar saludos, salvo que usted se comprometa a respetar la Constitución, la Ley, el Estatuto y a la madre que lo parió". Que por qué, pues porque justamente de lo que se trata es de tratar de cambiar la Ley y el Estatuto, para en últimas tratar de mantener incólume a la Constitución y hasta a la bendita y tan reiterada madre.

Es digno del furor del converso no sentarse a negociar si no hay compromiso previo a respetar no sé cuántos límites. Y no se dan datos de las veces que se ha cambiado la Constitución en nuestros países amigos, justamente para amoldarla a la realidad cambiante, ni de las que se han modificado códigos centrales para la ordenación de nuestra conducta. Hasta un ministro hubo que durante el desayuno matutino se inspiraba en la lectura del periódico para decidir qué propuesta llevaba el siguiente viernes a la reunión de la Moncloa. Eso cada viernes de guardar.

En fin, no me fastidien, que lo que se quiera cambiar se cambia. El problema es el querer, como decía la copla. Pero en queriendo resolver los problemas, por lo menos se deben empezar las sentadas, no de protesta, sino de conciliación. Ver lo que es común y lo que es disímil. Considerar por dónde se puede ir y por dónde desequilibramos el sistema y conviene valorar las cosas más a fondo. Eso sí, si vamos con las anteojeras puestas mirando sólo cuándo y cómo van a ser las próximas elecciones, puede suceder que la cortedad de miras, el egoísmo y la prepotencia nos devuelvan a un callejón sin salida, y encima con sólo tres escaños.

Por eso hablaba yo de benevolencia, no como criterio de razón pura, que también, pero sobre todo como principio de razón práctica, porque al fin y al cabo el egoísta inteligente lo que quiere es el bien común.

Feliz Navidad.

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