Los diagnósticos psiquiátricos, la práctica psiquiátrica y psicológica, la psicopatología, en general, cambian en función de los cambios sociales. El ser humano es por su constitución sorprendentemente maleable y adapta su organismo y su aparato psíquico a las circunstancias cambiantes.
Desde hace un siglo hasta nuestros días no ya los trastornos psiquiátricos sino muchas manifestaciones psicopatológicas se han modificado, o desaparecido y han aparecido otras nuevas. Las características socioeconómicas de la sociedad en la que vivimos, el discurso imperante, hace que el individuo modifique incluso sus modos de malestar o de enfermedad. También ocurre con el concepto de salud mental. Hace un siglo Freud afirmaba que un sujeto sano mentalmente era aquel que es capaz de hacer un trabajo gratificante y amar y ser amado ( amor en el que está incluida la sexualidad).
Pero si hoy en el siglo XXI siguiéramos considerando estos dos pilares como los definitivos para la salud mental, llegaríamos a considerar normales mentalmente solo a un pequeño porcentaje de la población; toda la numerosa población afectada por el paro laboral, o por las precarias condiciones de trabajo, quedaría excluida de la consideración de mentalmente sana. E igualmente el altísimo porcentaje de parejas que se separan, o que se quedan solteras, estarían fuera del criterio de buena salud mental o de bienestar psicofísico.
¿Quién puede considerarse hoy mentalmente sano/a? El criterio actual y el anterior sigue siendo válido cuando se afirma que no es aquel que no tenga ningún síntoma psicopatológico, pues si existiera un sujeto así, desprovisto de toda psicopatología, sería alguien muy anormal. En el otro polo estaría la afirmación de que un sujeto sano mentalmente es aquel que está bien ADAPTADO a su sociedad, sin sentir excesivo dolor o frustración por estos mecanismos de adaptación. Sabemos de muchos hombres públicos, que rigen los destinos de naciones, que podrían considerarse el colmo a la adaptación de los valores imperantes y que dudamos, muy razonablemente, de su grado de salud mental. Tampoco este criterio de adaptación pasiva al entorno nos sirve para garantizar la salud mental.
Aunque un criterio estadístico siempre moldea las afirmaciones sobre quién es normal y quién no lo es, en salud mental, tampoco es decisorio; a veces se dan conductas psicopatológicas en porcentajes muy altos de la población, sin que por el mero hecho de que afecten a muchos, logren el calificativo de normales: la hiperactividad infantil, las conductas violentas o compulsivas ( en forma de adicciones), las conductas antisociales, los estados depresivos crónicos, en nuestra sociedad, son maneras insanas de resolver conflictos emocionales.
Como está comprobando el lector, hoy en día no es fácil definir quién está sano mentalmente y quién no en nuestra sociedad. Solamente una consideración individualizada puede dar ciertas garantías de un sólido bienestar psíquico. Y seguramente las garantías nunca serían completas.
En el próximo artículo seguiremos aproximándonos a la definición de bienestar o normalidad mental en un sujeto contemporáneo.
Francisco Delgado. Doctor en Psicología. [email protected] tf 602496257
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