En este país hiperbólico nuestro hay que morirse para que se reconozca el supuesto genio que, con gran generosidad, le atribuimos a los recién fallecidos. Eso de palmarla es la mejor reivindicación del trabajo, aunque hayas pasado años sin que nadie se acuerde ni del santo de tu nombre.
Y sí, basta que pase la parca para que te llamen genio, te reconozcan tu supuesta enorme valía y seas una zorra inmunda si te paras a pensar que, Chiquito de la Calzada era un cómico del montón que, lamentándolo mucho, porque la vejez en soledad y en retiro es pavorosa, de genio e inventor de un supuesto lenguaje, nada de nada.
Y es que llevo todo el fin de semana alucinando con los titulares de los periódicos y con los loores al personaje. Debe ser, y me perdonan el atrevimiento, que estamos tan saturados de noticias catalanas que cualquier cosa nos parece ya una válvula de escape a la que dirigir loores y alabanzas.
Buena gana de detenernos en esa visión patética de Forcadell retractándose, o la de Puigdemont metiendo en problemas a los belgas. Buena gana de volver a explicar que no hay presos políticos, sino políticos presos y mucha morralla dando guerra. Buena gana tenemos de pensar que Colau está haciéndose la cama independentista para ocupar un espacio donde todo ahora es inestable.
Tanto como su ayuntamiento, tanto como los intentos desesperados del ex president en hacerse cabeza de cartel en vez de cabeza de turco. Que no, que ni Trump llamando gordo y bajo al líder norcoreano, ni el filipino diciendo que ha matado a alguien en sus tiempos jóvenes. Que ya nada nos interesa y por eso, hay que tomar las de Villadiego con un funeral, que resulta tremendamente catártico. Un buen velorio que nos recuerde que la gente se hace, nos hacemos. mayores, y que vivimos en la tristeza de la soledad y del vacío. Recuerda, hombre, que eres mortal.
Cierto, lo de irse de velatorio es como la preparación para el parto, ni te lo crees, pero vaya que si toca? y seguro que nadie recuerda lo de respirar bien y mantener la calma. A mí la niña bonita me llegó de nalgas, pero el médico se empeñó en que fuera a las clases preparto donde mi comadrona me fascinó y horrorizó a partes iguales.
Vaya, que nos enseñó a cruzar las piernas y a abogar por ejercicios de fortalecimiento del suelo pélvico en una época en la que la pelvis no era más que un hueso con el que te sentabas. Lo dicho, que aprendí de todo menos a no ponerme histérica cuando me rajaron la tripa como a un balón medicinal.
Pero yo estaba en eso de que en España lo de morirse es un buen negocio, te elevan a los altares, te engrandecen de mala manera y te entierran en loor de multitudes. Muy bien, lo malo es que antes, la soledad, la falta de apoyo y de compañía es tan sangrante como la chorrada post mortem de llamarle a uno genio.
Y es que vivimos en un país hiperbólico donde los humoristas son genios, los procesos independentistas ilegales son simbólicos y los presos, presos políticos. En fin, me habré dado esta mañana un golpe en la cabeza.
Charo Alonso / Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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