En apariencia hoy toca tema local, pero esa primera impresión dista mucho de ser realidad. No hay más que haber viajado un poco en estos meses pasados para haber sondeado, aún sin base estadística alguna, el amplio interés por las elecciones rectorales que tenemos a la vuelta de la semana.
El tópico de la Universidad de Salamanca como centro universitario de renombre internacional, por mucho que lo puedan discutir algunos ránquines, tiene una sólida base. Muchos colegas, naturalmente europeos, por supuesto latinoamericanos, pero también de otros continentes, preguntan a menudo en estos días qué rumbo va a tomar nuestra Alma Mater con el cambio de Rector.
Uno, a pesar de tenerla, no ha sacado su bola de cristal para hacer elucubraciones más o menos fundadas; entre otras cosas porque esta vez encuentra en la pacífica contienda a varios amigos y bastantes amigas, cada cual con sus argumentos y sus legítimas razones. Tal vez sea por eso que, ante las cuestiones que plantean nuestros atentos colegas de otras latitudes, la respuesta es más descriptiva que valorativa.
Se parte, sin duda, de un mismo tronco: la convicción de la importancia de la una Universidad pública sólida y protagonista del avance social y económico, que tiene un escaparate difícilmente mejorable con la celebración del octavo centenario, que como sabemos ha empezado ya. Naturalmente las dosis de cada uno de los elementos que deben conformar una universidad generalista, moderna y pujante, dependen de cada candidato, de cada equipo y de cada programa electoral.
Muchos de los que van a votar esta vez no han vivido esas campañas mucho más restringidas en las que era el claustro quien elegía al máximo representante de toda la institución, y con ello a su equipo de gobierno. Los cambios normativos abrieron hace tiempo el ámbito de electores y por ello también se amplió con acierto el debate. En definitiva, ahora somos todos algo más protagonistas en estas elecciones.
Las virtudes del sufragio universal ponderado que se aplica conllevan otras como la necesidad de contrastar proyectos, de calibrar ideas, de valorar talantes, lo cual no se consigue todo con la lectura más o menos en diagonal de los cuatro programas electorales en disputa. En estos días, para poner caras a las diversas iniciativas, estamos también recibiendo en nuestros centros las visitas de los cuatro candidatos -una mujer y tres hombres, todos ellos con amplia experiencia-. Pero hoy es el gran día del debate.
Hemos tenido carteles, comentarios múltiples en las redes sociales, entrevistas periodísticas, todo ello poco diferente a lo que se hace en las campañas políticas. Hasta donde yo he visto, los cuatro han tenido la excelente habilidad de mantenerse en clave universitaria, huyendo de las estridencias que nos cansan en muchas otras elecciones. Pero como en ellas, un punto de inflexión puede ser el debate.
Supongo yo que, en este caso, lo que menos va a interesar es quién ha ganado o quien ha perdido en la mera dialéctica -a diferencia del espectáculo de esos otros debates estrictamente políticos-. Si no tengo demasiado sobrevalorada a la audiencia universitaria, no nos vamos a fijar en cómo atacan y en cómo se defienden los candidatos, sino más bien en qué proponen y cómo piensan llevar a cabo sus propuestas.
En todo caso, el debate está abierto y en él hay muchos que tenemos voz y tenemos voto.
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